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Desde los tiempos del Sacro Romano Imperio, Austria ha constituido para la Iglesia un país de especial atención. Es verdad que en 1938 estaba reducida a su mínima expresión -una república de seis millones de habitantes-, pero aún así, por su historia y por su catolicismo, la Santa Sede la trataba privilegiadamente y rechazaba toda maniobra dirigida a conseguir el Anschluss. De hecho, el Vaticano aprobó la Declaración de Francia, Inglaterra e Italia de 1934 garantizando la independencia austriaca.Por este motivo causó estupor e indignación el comunicado del episcopado austriaco invitando a sus fieles a votar a favor de la anexión en el plebiscito convocado para el 10 de abril de 1938. Hitler necesitaba este llamamiento para convencer al mundo de que la mayoría popular era favorable al Anschluss, y para conseguir que fuese más digerible su actuación.La declaración episcopal elogiaba los resultados obtenidos por el nacionalsocialismo en materia social y económica y le animaba a continuar su lucha contra el ateísmo. Afirmaba también que su deber como obispos les llevaba a reconocer su ciudadanía alemana y a proclamar su lealtad al Gran Reich.Pío XI, profundamente indignado, escribió personalmente el editorial del periódico vaticano del día siguiente, desautorizando la declaración episcopal y reprochándole haber actuado sin su conocimiento y consentimiento. Llamó, además, al cardenal Innitzer, arzobispo de Viena, quien se presentó en Roma inmediatamente, y fue obligado a firmar una declaración que equivalía a una retractación:"La solemne declaración del 18 de marzo del episcopado austriaco no quería ser evidentemente una aprobación de aquello que no es compatible con las leyes de Dios y la libertad de la Iglesia católica.

Esta declaración no debe ser interpretada por el Estado y por el partido como una obligación de conciencia, y no debe ser utilizada como arma de propaganda".El suceso demuestra, por una parte, la actitud favorable al Reich de buena parte de los católicos y, por otra, la conciencia del Papa de la imposibilidad de llegar a un acuerdo entre el nazismo y la Iglesia. La verdad es que la actitud "colaboracionista" de la jerarquía no impidió la política antieclesiástica nazi en Austria, puesta en práctica desde el primer momento.Aun con excepciones notables, buena parte de la jerarquía alemana, sobre todo en los primeros tiempos, realizó concesiones a un patriotismo fútil, actuó lentamente en favor de los judíos, no se solidarizó suficientemente con los perseguidos y mostró un interés exagerado por salvaguardar los intereses institucionales.Hubo excepciones notables y valerosas, como hemos dicho antes, pero no cabe duda de que la mayoría de los obispos no estuvo a la altura de las circunstancias.A la muerte de Pío XI la situación política europea estaba muy deteriorada, por lo que los políticos centraron su atención en el cónclave y en los candidatos más papables, por el influjo político que previsiblemente ejercería el nuevo pontífice.

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