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Anzio/Cassino

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El mes y medio que transcurre desde la caída de Mussolini hasta la publicación del armisticio con los aliados es una de las épocas más confusas de la historia italiana contemporánea.En efecto, el régimen fascista había caído, pero -salvo Mussolini- ningún otro dirigente fascista fue detenido. Badoglio sostendrá públicamente la continuación de la guerra junto a la Alemania nazi; pero secretamente iniciará negociaciones con los aliados para llegar a un armisticio.Mientras son evidentes los preparativos de una ocupación alemana, el Ejército italiano no recibe ninguna instrucción concreta ante el cambio radical que se avecina. Ello no sólo aumentará la desconfianza de sus aliados en sus negociaciones con Badoglio, sino que anulará toda posibilidad de que el Ejército pueda jugar el más mínimo papel para librar a la mayor parte posible del territorio italiano de la guerra.Entre el 26 y 30 de julio las manifestaciones de júbilo por la caída de Mussoliniy los intentos de la clase obrera por afirmar su propia presencia autónoma en las fábricas serán brutalmente reprimidos por el Ejército, cuya intervención en esos días tanto contra las manifestaciones antifascistas como en los escasísimos casos de resistencia fascista provocará 83 muertos y 308 heridos.Ante esto, la iniciativa de las corrientes antifascistas se encuentra enormemente limitada. Frente al poder oficial, no disponen sino de fuerzas muy exiguas.

Y la incipiente coalición que forman es demasiado heterogénea.Sólo el Partido Comunista dispone de un aparato organizado, mientras que el Partido de Acción -surgido en 1942 como heredero del movimiento Giustizia e líbertá, creado en Francia por Carlo Roselli en los años treinta- tiene cierta implantación entre los intelectuales.Todos los demás grupos, desde los socialistas a los democristianos y a los liberales, están en fase de reorganización.Los Comitati unitari antífascisti (directo antecedente de los Comitati di Liberazione Nazionale) que actuarán durante "los cuarenta y cinco días", son el espejo de la heterogeneidad de las fuerzas que los componen. Están lejos todavía de configurarse como alternativa al poder oficial que desmantela las principales instituciones del régimen (el partido, la Milicia, el Tribunal Especial para la Defensa del Estado) sin restaurar las más mínimas libertades políticas y sin permitir la reconstrucción de los partidos antifascistas.Una vez disueltos los sindicatos fascistas, el Gobierno Badoglio permite la organización de Comisiones de fábrica directamente elegidas por los trabajadores. Para ello -y ésta será la única excepción a la línea de conducta descrita antes- debe recurrir a la colaboración de los sindicatos clandestinos antifascistas.Su estrategia está clara: se trata de controlar el movimiento reivindicativo que, como en el mes de marzo anterior, comienza a manifestarse en agosto con un sesgo abiertamente antibelicista.

En realidad la Monarquía, el Ejército y las altas jerarquías del Estado -sin olvidar al Papa y a la Iglesia italiana- son prisioneros de la contradicción provocada por ellos mismos con el golpe de Estado.Por un lado no pueden olvidar que el país está agotado y que la continuación de la guerra puede poner en cuestión su papel como grupo dominante e incluso su propia supervivencia física. Por otro lado, temen la reacción de los alemanes y los riesgos de hacer una llamada a la población para que colabore con el Ejército haciendo frente a la amenaza de los nazis. En este último caso los partidos antifascistas hubieran multiplicado rápidamente su influencia en detrimento de la Monarquía y el Ejército.Así las cosas, y después de un largo tira y afloja que descorazonó a los aliados y dio más que tiempo suficiente a los alemanes para preparar la ocupación, el armisticio se firma en secreto el 3 de septiembre, pero tampoco entonces se toma ninguna medida capaz de contrarrestar lo que se avecina.La publicación unilateral por parte de los aliados del armisticio el 8 de septiembre supone la desbandada de la mayoría del ejército en Italia. En el exterior (Francia, Grecia, Yugoslavia, etc.) las unidades italianas quedan desarmadas o aniquiladas en caso de resistencia por los alemanes,El rey y su Gobierno, al saber que no se producirá un desembarco aliado en la península para defender la capital (solamente desembarcaron en Salerno -al sur de Nápoles- y en Tarento), abandonan a toda prisa Roma con dirección a Brindisi, dejando la ciudad y a su guarnición a merced de los alemanes.

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