Compartir


Datos principales


Rango

Barroco Español

Desarrollo


La difícil situación económica y el descenso demográfico que tuvieron lugar en la España del XVII impidieron el desarrollo de programas urbanísticos y la fundación de nuevas ciudades. Por el contrario, muchos núcleos urbanos vieron contraído su espacio ya que al decrecer el número de habitantes los barrios periféricos fueron con frecuencia abandonados.En la época de Felipe III, por herencia del reinado anterior, aún se pensaba en la ciudad como un espacio ideal, de proporciones y distancias acordadas, con una arquitectura regular y uniforme destinada a configurar un todo homogéneo según un plan preestablecido. Pero las circunstancias del país determinaron una realidad distinta, ajena a cualquier tipo de normativa previa, y la ciudad barroca tuvo que basar su definición más en una fisonomía que en una ordenación.Las ciudades del XVII, que lograron una perfecta adecuación entre la tradición y la arquitectura de su tiempo, se convirtieron prioritariamente en la imagen del espíritu religioso imperante por entonces en España. La adscripción hispana a los conceptos existenciales trentinos se reflejaron en todas sus estructuras y en sus formas de vida a lo largo de la centuria y, por supuesto, también en el arte y en la ciudad, que asumió la representación de las ideas y del poder eclesiásticos, así como las de una monarquía que se declaraba defensora universal del catolicismo. Por este motivo la ciudad-convento es la tipología más vinculada al barroco español, etapa decisiva para nuestros núcleos urbanos ya que, como dice Bonet Correa, la mayoría ha conservado sus características hasta el siglo XX, y lo han hecho porque en ellos cristalizó una forma de vida y pensamiento típicamente hispanos, que también ha perdurado hasta nuestros días.

La presencia de lo religioso aflora incluso en el que es prácticamente el único ejemplo de planificación urbanística privada llevado a cabo en la España del XVII: la ordenación de la ciudad ducal de Lerma a instancias del valido de Felipe III, que puede entenderse como una expresión de poder personal, pero en el que sin embargo juegan un destacado papel los edificios religiosos. No obstante, las ciudades ducales y de patronazgo, tan importantes en el XVI, desaparecieron en este siglo por el efecto centralizador de la corte, en la que se instalaron los nobles abandonando sus lugares de origen, que vieron así cercenadas sus posibilidades de desarrollo.Los únicos focos urbanos que crecieron en esta etapa fueron Madrid, a causa de su nombramiento como capital en 1561, y Sevilla, ciudad que alcanzó una extraordinaria pujanza económica en el XVI gracias al monopolio del comercio con las Indias, lo que le permitió mantener una importante actividad comercial durante las primeras décadas del XVII, para después sumarse a la ruina del país.En líneas generales la ciudad barroca se estructuraba sobre el eje de la Calle Mayor, en torno al cual se repartía un pobre caserío en un entramado de callejuelas, rincones y plazuelas irregulares. La Plaza Mayor era el punto principal de concentración y los distintos barrios conservaban la especialización de actividades y talleres artesanales heredados de la Edad Media. Palacios, o mejor grandes caserones sobrios por fuera y ricos por dentro, y sobre todo iglesias, conventos, capillas, ermitas y altares urbanos llenaban sus calles, ampliadas en sus tramos más importantes para facilitar el paso de los viandantes y carruajes, siguiendo la idea barroca de adecuar el diseño urbano a las exigencias de la vida del hombre.

La falta de iluminación y de empedrado, y la abundante suciedad completan la visión de la ciudad de la época, cuya fisonomía poseía una especial caracterización gracias a los numerosos chapiteles apuntados de pizarra que la coronaban.Esta imagen que acaba de ser descrita es, a grandes rasgos, la del Madrid del XVII que, a causa de la capitalidad, creció rápidamente con un urbanismo de urgencia, apenas planeado y con evidente escasez de medios económicos. Los ambiciosos proyectos de la época de Felipe II y, sobre todo, de Felipe III para darle un aspecto ordenado y monumental, se vieron extraordinariamente reducidos por la precaria situación de la hacienda pública. De ellos sólo se llevaron a cabo la Plaza Mayor y la regularización, poco importante, de las plazas del Ayuntamiento y de Santa Cruz, dejando en cierto modo al azar el desarrollo y estructuración del resto de la ciudad, que se extendió sobre sus salidas naturales a pueblos y ciudades de los alrededores, como Fuencarral, Hortaleza y Alcalá de Henares, organizándose los nuevos barrios con un trazado de cuadrícula, tipo urbano usado en España desde la Edad Media.La Plaza Mayor fue concebida como un espacio regular, destinado a albergar reuniones de carácter popular, a servir de mercado y también a aliviar el problema de alojamiento que sufría por entonces la capital mediante sus cinco pisos de viviendas. Esta función pública es una cualidad esencial de las plazas barrocas españolas, que las diferencia del sentido aristocrático o eclesiástico predominante en otros ejemplos europeos.

La Calle Mayor adquirió también en esta etapa un gran apogeo, gracias sobre todo al comercio, ya que al igual que la Plaza Mayor poseía en España un carácter totalmente civil, siendo en las plazas y calles marginales donde se levantaban los edificios religiosos.No obstante, y a pesar de lo dicho, Madrid logró convertirse en una urbe representativa de la Corte y del poder de la Monarquía. La reforma del Alcázar, la construcción del palacio del Buen Retiro y fundamentalmente las obras de Gómez de Mora crearon una nueva imagen de la ciudad, adecuada a su condición de capital. A ella se sumó el carácter eclesiástico, propiciado por las numerosas fundaciones religiosas que por entonces se llevaron a cabo en la villa. De esta forma Madrid se configuró como una ciudad barroca, definiendo el modelo español, a la vez que sintetizaba las formas de vida y de pensamiento y los planteamientos sociales y políticos del país.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados