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Renacimiento Español

Desarrollo


Sin embargo, fue en América donde el fenómeno clasicista alcanzó una especial significación, contribuyendo a la clarificación de la normativa constructiva que se fue apartando progresivamente de la imprecisión lingüística que caracterizó al período carolino. Fue a partir de mediados de la década de los años sesenta, cuando se inició la construcción de las grandes catedrales americanas de acuerdo a los principios de la normativa clásica. La de México, construida a partir de 1563 según las trazas de Claudio de Arciniega, inicia la serie a la que seguirán la de Puebla, en la que intervino Francisco Becerra, que después trabajaría en la de Cuzco, y las de Mérida, Guadalajara y Lima, que derivan de la tipología y soluciones ensayadas en la catedral de Jaén, demostrando así las grandes posibilidades del modelo granadino, referente original de todas ellas. Pero, sobre todo, donde América ofreció mayores posibilidades operativas fue en el campo del urbanismo, por su gran disponibilidad de terreno y los intereses de la corona en fundar nuevos asentamientos urbanos como medio de control sobre el territorio. En contraste con el planeamiento realizado en la Península que, a excepción de las reformas de Valladolid, el plan de intervenciones de Madrid y la planificación de algunas pequeñas poblaciones andaluzas, no logró definir un nuevo tipo de ciudad en respuesta a las necesidades de su tiempo, en América, ciudades como México fueron trazadas conforme a una planificación regular, perfectamente establecida de acuerdo a unas dimensiones y a una posibilidad de crecimiento impensables para cualquier ciudad europea.

Así se establece en las Ordenanzas de nuevos descubrimientos y poblaciones, dictadas por el Consejo de Indias en 1573, donde se recoge la ley de 1523 de Carlos V en la que se propone: "... y quando hagan la planta del Lugar, repártanlo por sus plaças calles y solares a cordel y regla, començando desde la plaga mayor, y sacando desde ella las calles a las puertas y caminos principales, y dexando tanto compás abierto, que aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma". Felipe II insistió en estos mismos aspectos y concretó la ordenación de estos nuevos asentamientos con otros pormenores como la forma y dimensiones de las calles, la situación de los templos principales y secundarios, la tipología y formato de las plazas mayores y un sin número de aspectos funcionales inspirados en los principios de la teoría vitrubiana. Pero no es sólo esto, sino que América fue el único lugar durante el siglo XVI donde se intentó poner en práctica los planes utópicos que, desde el punto de vista urbanístico y social, tanto agradaron a las mentes europeas más inquietas. Hoy sabemos la importancia que algunos tratados filosóficos, políticos y morales tuvieron en el desarrollo de la utopía americana. La "Cittá felice" de Patrizi o la "República imaginaria" de Agostini, editados en 1553 y 1573 respectivamente, que tanta influencia tuvieron en el planeamiento americano, vuelven a incidir en las raíces semánticas de la utopía con conceptos, como el de perfección y lugar imaginario formulados anteriormente en el tratado de Tomás Moro.

En esta línea se orientó la actividad de Vasco de Quiroga, quien bajo la influencia de la "Utopía" de Moro, construyó dos hospitales concebidos como verdaderas ciudades ideales, capaces de albergar cada uno varios miles de indígenas, y propuso para la Catedral de Pátzcuaro una tipología de cinco naves en eje, sin precedentes en la cultura europea. Con todo, fueron los ideales del clasicismo, y no estas propuestas utópicas, los que informaron la mayor parte de la actividad artística a finales del siglo XVI, extendiendo su influencia por España y América e inspirando las primeras formulaciones del arte hispánico en el siglo siguiente, en un momento en el que nuestra sociedad enlazaba con la cultura del Barroco.

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