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Rango

Renacimiento Español

Desarrollo


Con la llegada al trono de Felipe II, la alternativa clasicista que, breve y discontinuamente, se había formulado a lo largo del siglo XVI, se implantó definitivamente en los ambientes artísticos españoles como reflejo del arte oficial establecido en la corte, que a partir de 1561 tuvo en Madrid su capital permanente. A ello contribuyó decisivamente la educación del monarca, preocupado desde su juventud por los temas de arquitectura, su interés por la organización de las obras reales, con la reforma estructural del sistema administrativo relacionado con ellas, y el establecimiento de una arquitectura que encontró en el clasicismo el medio de articular un lenguaje oficial y representativo. Ya desde su adolescencia el príncipe Felipe manifestó un verdadero interés por los temas de arquitectura y por la cultura científica de su tiempo. Durante los años cuarenta, con anterioridad a su primer viaje a Europa, su biblioteca se fue incrementando con ciertas obras que, como las "Medidas del romano" de Sagredo, la "Arquitectura" de Durero, varios ejemplares de Vitrubio y el "Tratado" de Serlio, eran exponentes de los intereses estéticos del príncipe, que coincidían, por entonces, con la orientación clasicista de la corte. Por otra parte, las obras de Euclides, Sacrobosco y del matemático Fineo encuadraron esta formación en unas coordenadas estrictamente científicas, de las que no se apartaron las obras de ingeniería y arquitectura durante su reinado.

No menos importante que estas primeras lecturas fue la influencia ejercida en la formación arquitectónica del príncipe por los viajes realizados, entre 1548 y 1551, a Italia y el Norte de Europa, ampliados más tarde con su visita a Inglaterra y una prolongada estancia en los Países Bajos. Allí se sintió interesado por los palacios italianos, las fuentes y jardines europeos y las residencias campestres inglesas, experiencias que acapararon su atención y la de sus arquitectos a su vuelta a España y que lógicamente inspiraron muchas de las soluciones que se dispusieron para los Reales Sitios en proceso de construcción. No obstante, el futuro monarca, después de la abdicación del emperador Carlos, decidió marcar un nuevo rumbo a las obras reales, de las que se venía ocupando desde hacía varios años. En 1537 se produjo la reorganización del cuerpo de arquitectos de la corte con el nombramiento de Alonso de Covarrubias y Luis de Vega como arquitectos reales. En torno a estos dos maestros se agrupó una primera generación de arquitectos como Hernán González de Lara, Gaspar de Vega y Francisco de Villalpando, configurando unas propuestas arquitectónicas que, centradas en las obras promovidas por la corona en Madrid, Aranjuez y Toledo, tienen su reflejo en otras construcciones encuadradas por Chueca Goitia en el denominado estilo Príncipe Felipe. En 1545, a instancias del príncipe heredero se creó la Junta de Obras y Bosques, organismo encargado de centralizar y controlar administrativamente el programa de construcciones reales.

Esta iniciativa tuvo como consecuencia la profesionalización y burocratización de la figura del arquitecto -que abandona su mundo artesanal para instalarse en el mundo de la corte, considerado como un artista e intelectual- lo que permitió al monarca ejercer un mejor control de las obras patrocinadas por la monarquía, y paralelamente, establecer un proceso de selección entre las diferentes propuestas constructivas, encaminado a definir una arquitectura oficial basada en los principios del lenguaje clasicista. En este sentido, la orientación teórica de la arquitectura de Francisco de Villalpando, traductor del "Tercer y Quarto libro" de Serlio (1552), resulta bastante esclarecedora. Mientras que las intervenciones de Covarrubias en los alcázares de Madrid y Toledo se explican por la adecuación de su arquitectura a un continuo proceso de decantación purista, y el aspecto nórdico de algunas de las soluciones de El Pardo y Valsaín responde más a los deseos del rey que a los de su autor Luis de Vega, los edificios de Villalpando en Toledo manifiestan una sensibilidad y un refinamiento típicamente manieristas, que justifican la decisión de Felipe II de adjudicarle la construcción de la escalera imperial del alcázar toledano, realizada a su muerte por Juan de Herrera siguiendo sus trazas.

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