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Tokio: días vic

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Conforme la guerra se acercaba a Singapur, los jefes de su guarnición comenzaron a tomar conciencia de lo mal defendida que estaba la fortaleza. Incluso por mar, donde se la consideraba invulnerable, ofrecía deficiencias pues sus baterías de 236 mm. sólo disponían de 30 proyectiles por pieza, dotación ridícula para sostener un largo asedio naval. Lo más lamentable sin embargo, era el estado de indefensión, en que se hallaba toda la zona norte, casi 40 kilómetros de costa separada del continente por el estrecho de Johore, que no contaba con baterías costeras, ni fortificaciones de tipo alguno. El primero en dar la alarma sobre el peligro que para Singapur suponía el avance japonés por Malasia fue el general de ingenieros Iván Simson, quien el 26 de diciembre lograba entrevistarse con el general Percival, jefe del ejército británico en Malasia y destinado, tal como se veían ya las cosas, a dirigir la defensa de Singapur. Simson le presentó un plan de fortificaciones para la costa norte que hubiera puesto muy difíciles las cosas a los japoneses. Pese a la escasez de tiempo, Simson se comprometía a levantar defensas permanentes y provisionales para la artillería y la infantería, además de colocar todo tipo de obstáculos contra lanchas de desembarco en el estrecho y contra carros en la costa, minas, alambradas, sistemas de iluminación nocturna, etc... Percival le escuchó con aire cansado. Era un hombre difícil de entusiasmar, terco como una mula e incapaz de volverse atrás de una decisión.

.. Rebatió una y otra vez las propuestas de Simson y, tras dos horas y media de discusión, zanjó el tema con una frase que pasaría al anecdotario de la II Guerra Mundial: "Creo que las defensas que usted piensa levantar pueden resultar perjudiciales para la moral de las tropas y de la población civil". Simson, desesperado, no pudo reprimir la ironía: "Mi general, ¡las cosas irán mucho peor para la moral si los japoneses comienzan a pasearse por la isla!" (27). Percival había dicho su última palabra sobre el tema. Cuando el general Wavell, que el 15 de enero había asumido el mando del ABDA con sede en Batavia (Yakarta) se presentó de inspección en Singapur y comprobó la indefensión de toda la costa a lo largo del estrecho de Johore se sintió muy consternado de que nada se hubiera hecho, según su propio relato. Allí mismo en tono áspero, exigió una justificación de tal negligencia a Percival. La respuesta fue la misma que días antes diera a Simson, con gran asombro de Wavell. Entre tanto, Londres seguía creyendo que Singapur era inexpugnable. El primer ministro, Winston Churchill, se puso lívido cuando tuvo un informe de la situación a través de un telegrama de Wavell de 19 de enero: "...hasta hace poco todos los supuestos estaban basados en rechazar cualquier ataque a la isla que proviniera del mar, así como en el caso de que el ataque fuera terrestre, éste debería rechazarse en Johore o más al norte.

Poco o nada se hizo para construir defensas en la costa septentrional de la isla de Singapur para impedir que el enemigo cruce el estrecho. No obstante se han tomado las disposiciones precisas para la voladura de la calzada". Churchill, atónito, escribiría: "...la posibilidad de que Singapur careciese de defensas terrestres no me cabía en la cabeza, como no me cabría el que se pudiera botar un acorazado sin quilla". Desde Londres se reiteró inmediatamente a Percival la orden de que fortificase las costa del norte con la máxima urgencia, a lo que el general obedeció con desgana y lentitud. Al tiempo, la metrópoli, que ya tenía muy serias dudas de que Singapur pudiera ofrecer una resistencia seria, debatía la conveniencia de reforzar la guarnición de la isla con la 18? división británica, condenándola también a la derrota y quizás al cautiverio, o desviar a los buques que la transportaban hacia Birmania. Finalmente se optó por la isla, donde desembarcó la 18? D. el 29 de enero. Justo por entonces llegaba a su fin la resistencia británica en Malasia. El 26 de enero el general Percival había comunicado a Wavell que apenas si podrían sostenerse una semana más en el continente, terminando su mensaje con este triste balance: "...nuestra aviación de caza se ha visto reducida a 9 aparatos", que bien poco podían hacer ante los dos centenares de aviones que podía emplear el general Yamashita.

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