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Stalingrado

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Muchos alemanes escribieron misivas a sus familiares durante el asedio de Stalingrado, en las que plasmaban la dureza de las condiciones de vida en el frente, la angustia por el futuro incierto y el temor ante una muerte que sienten cercana. Las cartas, publicadas en 1958 por Einaudi en el volumen "Cartas desde Stalingrado", fueron secuestradas por la censura militar ya se consideraban "malintencionadas" y desmoralizantes. Algunos fragmentos dicen así: " No sé si podré dirigirme a ti una vez más; es necesario que esta carta llegue a tus manos y que lo sepas de una vez, por si acaso alguna vez vuelvo. He perdido las manos a comienzos del mes de diciembre. En la mano izquierda me falta el dedo meñique, pero lo peor es que en la derecha se me han congelado los tres dedos de en medio. Puedo coger el vaso con el pulgar y el meñique. Me encuentro más bien inútil: cuando a uno le faltan los dedos es cuando comprende para qué sirven incluso las cosas pequeñas. Kurt Hahnke -me parece que lo conoces desde que ibais al colegio, en 1937-, hace ocho días, en una pequeña calle paralela a la Plaza Roja, ha tocado al piano La Apasionada. No sucede todos los días: el piano estaba literalmente en la calle. Cada vez que pasaba un soldado tocaba un poco; ¿ en qué parte del mundo se encuentran pianos por las calles?" Otra carta afirma: "Me he asustado cuando he visto el papel. Estamos completamente aislados, sin ayuda exterior. Hitler nos ha dejado.

Esta carta saldrá si el aeropuerto está todavía en nuestras manos. Nos encontramos al norte de la ciudad. Los hombres de la batería lo intuyen también, pero no lo saben tan claramente como yo. Se acerca el fin. Hannes y yo nos iremos a la cárcel. Ayer he visto apresar a cuatro hombres por parte de los rusos, después de que nuestra infantería ha recuperado la avanzada. No, no iremos a prisión. Cuando caiga Stalingrado ya lo sabrás; entonces sabrás que ya no volveré más". Un soldado advierte en su misiva: "Tú eres coronel, querido papá, y del Estado Mayor. Tú sabes lo que significa todo esto, por lo que me ahorrarás explicaciones que podrían sonar a sentimentalismo. Es el final. Creo que aún durará unos ocho días; después se cerrará el cerco. No quiero indagar en los motivos a favor o en contra de nuestra situación. Estos motivos son perfectamente insignificantes y carecen de importancia, pero si pudiera añadir algo quisiera decir que no busquéis en nosotros las razones de esta situación, sino más bien en vosotros y en quien es responsable de todo. ¡Levantad la cabeza! Tú, papá, y quienes son de tu misma opinión, estad alerta para que no le suceda algo todavía peor a nuestra patria. Que el infierno del Volga sirva de llamada de atención. Por favor, no hagáis que el viento se lleve esta lección". Una última carta dice: "La muerte tiene que ser siempre heroica, entusiasmante, que arrastre, que tenga una finalidad, que sea grande y convincente. En realidad, ¿qué es la muerte? Reventar, morir de hambre, de frío, un simple hecho biológico, como comer y beber. Caen como moscas y ninguno piensa en ellos, ninguno los sepulta. Yacen por todas partes a nuestro alrededor, sin brazos, sin piernas, sin ojos, con las tripas reventadas. Se tendría que hacer una película con la finalidad de impedir "la más bella muerte del mundo". Es una muerte bestial que un día será ennoblecida en una lápida de granito junto con los "soldados moribundos", con la cabeza o el brazo escayolados".

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