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Barbarroja

Desarrollo


El 13 de septiembre, la punta de lanza de Von Paulus se lanzó contra Stalingrado. La ciudad, unos 500.000 habitantes, se apoyaba a lo largo de unos 40 kilómetros sobre el Volga, cuya gran anchura impediría a los alemanes el cerco completo. En la orilla izquierda del gran río se instaló la artillería soviética, pesadilla de los alemanes, y también en esa margen se acumularon los almacenes desde los que, por medio de barcazas, era abastecida la tropa defensora. "La perla de la estepa" era la principal ciudad industrial del sur; allí, por ejemplo, se construían la cuarta parte de los motores soviéticos. Al norte de su alargada y estrecha configuración estaba la zona industrial; en el centro, la zona comercial y residencial, dominadas por la colina Mamaye, cubierta de árboles y jardines: al sur, los suburbios. El primer ataque alemán se abatió sobre la colina Mamaye, excelente observatorio artillero, que se tomó tras un furioso asalto a la bayoneta. La ladera oeste quedó cubierta de cadáveres alemanes; la este, de muertos soviéticos. Chuikov la recuperaría durante la noche, también a cuchillo. Acababa de comenzar la leyenda de la colina de la muerte, que veinte veces cambió de manos y que costó más de 20.000 muertos en cinco meses de feroces combates. El día 14 los alemanes volvieron a tomar la colina; sus tropas acorazadas, con desproporcionadas pérdidas, consiguieron entrar en el centro de la ciudad. Tan violento fue el ataque alemán que Chuikov hubo de sacrificar sus últimos tanques para impedir que los alemanes alcanzasen el Volga.

La situación llegó a ser desesperada en el sector central; su propio cuartel general quedó en la línea de fuego y la guardia a la bayoneta un asalto alemán. La lucha resultó espectacularmente épica en la estación de ferrocarril donde murió heróicamente Rubén Ruiz Ibarruri, hijo de la Pasionaria. Con la caída de la noche decreció el empuje alemán y pudo pasar el Volga la División Rodimsev, que se cubriría de gloria y de muertos en las cuarenta y ocho horas siguientes. Esta división, que reconquistó la colina Mamaye y la mantuvo dos días en su poder, salvó Stalingrado del desplome. Fue retirada durante la noche del día 16, tras haber tenido ¡8.000 muertos! Por esas fechas el centro de la ciudad era ya impracticable. Apenas si quedaba en pie algún edificio. Se luchaba casa por casa, piso por piso, sótano por sótano. Cada montón de escombros era disputado con singular fiereza. Los alemanes perdieron la ventaja de sus tanques, que en el laberinto de escombros resultaban sumamente vulnerables. Tampoco el dominio del aire era ventaja decisiva. Sobre la ciudad flotaba una nube de humo y polvo que dificultaba mucho la visibilidad y los combates eran tan próximos, tan cuerpo a cuerpo, que los aviones no podían intervenir. La bomba de mano, la pistola ametralladora y la bayoneta dominaron aquella lucha que pronto se denominó guerra de ratas. A base de un tremendo desgaste, los alemanes fueron progresando metro a metro y el 22 de septiembre lograron alcanzar por vez primera la orilla del Volga por el centro de la ciudad.

Un pequeño pasillo, ensanchado lentamente a costa de un río de sangre, partió en dos las posiciones del 62.° Ejército y dificultó el paso del Volga por la zona. A final de mes, Von Paulus decidió atacar la zona norte, centro industrial compuesto por cadenas de fábricas construidas en piedra u hormigón y que constituían un tremendo baluarte. Centenares de stukas barrenaron el terreno, mientras la artillería alemana pulverizaba campos de minas y defensas exteriores. Dos divisiones alemanas apoyadas por carros alcanzaron las fábricas. Cada pasillo, cada nave, se defiende con furia. Pese a todo, el rodillo del VI Ejército consigue un progreso de tres kilómetros hacia el Volga. "Otro día como este y nos hubieran arrojado al río", escribiría Chuikov en sus memorias. Por la noche seguirá la lucha. Pero esa es la hora de los pacos rusos y la de sus grupos de asalto. Ambos bandos se tirotean a menos de 50 metros de distancia, a veces se sienten unos a otros separados por un muro o un piso. Tan próximos se hallan que han ido generando una jerga comprensible por ambos bandos. Y en la noche, erizando el pelo, suenan sus voces: "¡Ruso, vas a hacer burbujas en el Volga!" gritan de un lado, y del otro responden: "¡Fritz, tú no verás la luz del día para alegrarte!".

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