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Barbarroja

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Nada en la actividad cotidiana de los soviéticos revelaba nerviosismo o malestar. El sábado 21 de junio era un día laborable de ocho horas como los demás y los moscovitas esperaban la llegada del domingo para salir a pasear por el campo. En los titulares de la prensa era lejano el eco de la guerra. El día 14, la agencia Tass había dado un comunicado tranquilizador en el que se mitigaba el peligro inminente de una guerra. La Pravda anunciaba nuevos records de producción en Kazajstán y sólo en la página 5 se hacía referencia a las operaciones militares que se desarrollaban en África del Norte y Siria. El secretario general del Partido Comunista se había autonombrado jefe del Gobierno y nadie como él sabría defender la patria del socialismo, pensaban los soviéticos. En medios militares, sin embargo, se respiraba un clima de desazón. Al igual que en días anteriores, pero con mayor regularidad y en tono más alarmante, el día 21 llegaban a los centros de información rumores y noticias de una inminente invasión alemana. A las cinco de la tarde, el comisario de guerra, mariscal Semión Timoshenko y el general Gueorgui Zhukov, jefe del Estado Mayor, dieron estas noticias a Stalin y prepararon una orden que debía poner en estado de guerra a todas las unidades fronterizas rusas. La primera reacción de Stalin consistió en descartar estos rumores. Incluso se negó a aceptar las revelaciones de un desertor alemán, que había explicado a un oficial fronterizo soviético que se había ordenado a su unidad entrar en acción al amanecer.

Stalin pensó que una vez más se trataba de una provocación; ante la insistencia de los generales autorizó a dar la voz de alarma, pero precisando que si algo ocurría no podía ser más qué una provocación y que, por consiguiente, no habría que replicar con la artillería. La orden que se cursó a las 12.30 de la noche del 21 pone de manifiesto la ambigüedad de Stalin: "Ha surgido la posibilidad de un repentino ataque alemán el 21-22 de junio. Dicho ataque puede iniciarse con provocaciones. La obligación principal de nuestros ejércitos consiste en no dejarse arrastrar por ninguna provocación. Se ordena que en la noche del 21 (era ya 22) sean ocupados secretamente los puntos estratégicos de la frontera. Tener dispuestas para el combate a todas las unidades... No se empleará ninguna otra medida sin órdenes especiales". El "no dejarse arrastrar" se tradujo en la práctica en la inhibición de los soldados soviéticos ante el fulgurante avance de las divisiones alemanas. El jefe al mando del distrito del Báltico dijo: "Caso de provocación alemana, absténgase de hacer fuego"; pero el colmo del absurdo lo consigna Viktor Anfílov en El comienzo de la gran guerra patriótica (Ediciones de Moscú, 1962): "En el supuesto de que el enemigo ataque con fuerzas importantes, ha de ser aplastado". En aquellos momentos, el responsable de tan pasmosa negligencia dormía tranquilamente en su villa de las afueras de Moscú. Sin poder contener por más tiempo su nerviosismo, un grupo de generales se dirigió en automóvil a Kúntsevo y logró que el jefe de la policía despertase al camarada Stalin.

La guerra había estallado de veras y al mediodía del 22 de junio habían sido destruidos ya 1.200 aviones soviéticos, 800 de ellos en el suelo. La tesis de la provocación no podía sostenerse. Estaba siendo bombardeada Odessa y seguían avanzando las tropas alemanas. ¿Era un intento de poner a prueba la capacidad de resistencia de la URSS? Algo semejante habían hecho los japoneses en 1938 y 1939: atacar repentinamente y luego retirarse. Pero estas dudas se vinieron abajo cuando entró Molotov y comunicó que el embajador Schulenburg le había notificado oficialmente la declaración de guerra firmada por el Führer. Reaccionó entonces Stalin, pero dispuso no cruzar las líneas enemigas, por si acaso se trataba de un error y en la creencia de que aún se podría pactar con Hitler. La noticia de la guerra circuló con la rapidez del rayo, pero hasta las doce del mediodía no lo anunció la radio y no fue la voz del dirigente máximo, la primera e irremplazable autoridad del partido, el secretario general, quien dijo a los soviéticos que "el fascismo traidor invadía el solar patrio", sino Molotov.

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