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Escultura

Desarrollo


No existe en Inglaterra una correspondencia entre la sobresaliente arquitectura y la escultura. Es evidente que las destrucciones que este último campo sufrió como consecuencia de la reforma anglicana con Enrique VIII, de tono muy iconoclasta, y otros factores similares, mermaron grandemente este patrimonio. Lo que aún resta es suficiente para que se aprecie la variedad, pero se asegure que lo que falta no cambiaría el juicio que hoy podemos emitir.Aún quedan fachadas de gran volumen de Exeter y aún más de la catedral de Lincoln (hacia 1360-1365) que marcan las limitaciones de la escultura monumental. Destaca, sin embargo, un tipo de fabricación con arraigó anterior: los yacentes de tumbas en cobre dorado. En la catedral de Canterbury se encuentra en lugar preferente de la cabecera el sepulcro del famoso Príncipe Negro. Es una obra algo dura, donde se ha prestado mayor interés a la armadura que al cuerpo, tal vez como corresponde al que fue maestro en el arte de la guerra casi hasta su muerte. Algo posterior es la tumba de Eduardo III, esta vez en Westminster, y llevada a cabo en 1386. En este caso se ha prestado mucha atención al rostro, extremadamente cuidado en los menores detalles, aunque persiste esta dureza aquí más aristada. Pese a las diferencias, se ha sugerido que ambas podrían ser del mismo anónimo artista.Estamos mucho mejor informados acerca del monumento funerario del rey Ricardo II, seguramente por el empeño que él mismo tuvo en el proyecto.

Henry Yeveley, el ya citado arquitecto, y Stephen Lote, se encargaron del proyecto. Nicolás Broker y Godfrey Prest fueron los que realizaron las esculturas y su fundición. Los yacentes del rey y su esposa Ana de Bohemia, ocho ángeles y doce plorantes tuvieron que vaciarse. La obra fue muy costosa y en ella se trabajaba en 1397. La cabeza de rey es un auténtico retrato.Los obispos prefirieron otro material, el alabastro. Courtenay, arzobispo de Canterbury, se enterró allí en 1397-1400. Pero tal vez el empeño más interesante lo protagoniza William de Wyckeham, obispo de Winchester. No se trata únicamente del sarcófago, sino de una pequeña cámara, aislada en el interior del lado de la epístola de la nave central de la catedral, que sirve como de guarda del sepulcro propiamente dicho. No es el único caso en que esto sucede en Inglaterra. El yacente es una buena escultura, pero la cama del sepulcro se enriquece además con ángeles en la cabecera y con canónigos orantes a los pies. No son sólo los obispos quienes prefieren el alabastro. Entre 1410 y 1420 el rey Enrique IV y su esposa Juana se entierran en un monumento del mismo material en Canterbury.La abundancia de alabastro utilizado en obras mayores, va a facilitar la aparición de unos talleres, sobre todo en Nottingham, donde se comienzan a fabricar pequeñas piezas en relieve que componen retablos con tres, cuatro y hasta nueve o más tablas, labradas con escaso detalle, corto tiempo y aprovechando la blandura del material.

Ya a fines del siglo XIV la producción debía ser abundante. Tal vez en el siguiente se abren otros focos en Londres. La cuestión es que el éxito obtenido va en detrimento de la calidad, pero aumenta la cantidad. La difusión traspasa ampliamente las fronteras inglesas. Se exporta a toda Europa.Las piezas son reconocibles, porque, con las diferencias propias de cada grupo de escultores, siguen pautas comunes: pequeño tamaño de cada pieza (también hay esculturas exentas), figuras con cabeza grande en la que se abultan los ojos y que requieren de la pintura final para que los rasgos queden realzados, fondos a veces pintados, pero punteados con circulillos de yeso dorado luego. Se obtienen bellos efectos con procedimientos sumarios. De este modo, un país que estaba en escultura más en situación de recibir que de dar invade las costas europeas, incluso las de lugares tan importantes como Francia y llega hasta Islandia. Esta dispersión y la reforma del XVI llevaron a que durante un tiempo para estudiar estos alabastros hubiera que salir de Inglaterra, pero hace bastantes años que se han intentado recoger ejemplares en Europa y hoy en día la más amplia colección se exhibe en el museo Victoria y Albert de Londres.En España, como en el resto de Europa, se importaron masivamente. Muchos han vuelto a la isla que los produjo. Entre, los más importantes está el dedicado a Santiago y conservado en Compostela. En parte, la razón de su interés reside en que es una pieza de encargo (el rector de Chale en la isla de Wight, el peregrino John Goodyear) explícitamente y que sabemos que se entregó en 1456, aunque hay muy pocos datos que permitan establecer una cronología firme.Un último capítulo interesante y en ocasiones de una ejecución técnica de buen nivel, pese al lugar donde figura la talla, es la decoración de las sillerías de coro. Desde la de la catedral de Lincoln (hacia 1380) o del New College de Oxford (hacia 1386-1395), hasta la de Ripon (1489-1494), completas o fragmentadas, Inglaterra conserva uno de los mejores conjuntos de esta clase.

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