Los reyes, promotores de las obras

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El que hoy llamamos artista, fue considerado artesano y él mismo se tuvo como tal en su época. Desde la Antigüedad, y salvo alguna excepción, había sido siempre así. Sólo el arquitecto merece un trato especial y esto es también algo secular. En ciertas zonas y probablemente por la general revalorización de los oficios mecánicos en base a su utilidad pública, la consideración social del artista varía y son de destacar, en este sentido, las sutiles implicaciones intelectuales que Petrarca descubre en la obra de Giotto. Sin embargo, aunque puede afirmarse que el del pintor constituye un caso aislado, es significativo, porque anuncia el cambio que va a llegar con el Renacimiento.Los pintores, escultores, orfebres..., reunidos gremialmente como los integrantes de los restantes oficios menestrales, fueron asentándose durante el siglo XIII en las ciudades, si bien en algún caso, por la naturaleza de su trabajo no les fue fácil abandonar la itinerancia, por lo cual los artistas se vieron obligados a modificar constantemente su estatus ciudadano. Piénsese por ejemplo en el periplo de Giotto: Florencia, Asís, Padua, Roma, Rímini, Ravena, Nápoles..., o en el de Simone Martini: Siena, Asís, Nápoles, Aviñón, etc.Determinadas ocupaciones artísticas permiten un mayor asentamiento que otras, y, en el caso de los miniaturistas (recordemos la escuela parisina desde mediados del XIII) o de los orfebres, parece haber sido así; también en el de los pintores más especializados en la obra de retablos, o en el de los escultores de imágenes de devoción.

Esta situación, en cambio, no es extensible a los pintores contratados para realizar decoraciones murales, o a los arquitectos, cuya actividad les obliga a trasladarse a pie de obra.En Francia, por ejemplo, el siglo XIII es la época de las grandes canterías, a cuyo abrigo trabajan desde picapedreros a lapicidas y vidrieros. Esto favoreció la existencia de equipos interdisciplinarios que se desplazaron conjuntamente desde unos centros a otros. Así aparece, por ejemplo, en el documento que refiere el traslado del arquitecto francés Etienne de Bonneuil (1287) hacia la ciudad sueca de Upsala, para construir su catedral, pues se habla de: "llevar y conducir (..) a la dicha iglesia tantos compañeros y tantos peones como (..) sea menester, para las necesidades de la dicha iglesia, para trabajar en la talla de piedra...".Ya por entonces París es un centro artístico en el que habitan regularmente pintores, miniaturistas, orfebres, escultores, etc. En el siglo XIV este asentamiento se afianza aún más. Las grandes catedrales han sido terminadas o se dejan sin concluir, y no se inician obras de pareja envergadura. Los escultores, desde el reinado de Felipe el Hermoso hasta Carlos V, se transforman en artistas supeditados al gusto cortesano con todo lo que ello implica. Los monumentos funerarios, los retablos, la escultura de devoción y la monumental que, no obstante, es mucho menos abundante que antes, pasan a ser sus realizaciones principales.

Si consideramos este hecho y también que la mayor parte de los encargos importantes surgen del rey, instalado con su corte en París, o de sus parientes más próximos (Mahud de Artois, prima de Felipe el Hermoso, por ejemplo), entenderemos por qué es posible hablar de diferencias acusadas respecto al siglo XIII.Las obras maestras son siempre resultado de la sintonía entre el artista y el cliente. Si el genio de un maestro como Jean Pucelle es indiscutible, también resulta indudable que el ambiente refinado y cortesano que le rodeó, le fue muy propicio. Se trata en este caso de la corte de Carlos IV y su segunda esposa, Jeanne d'Evreux, quizá no demasiado sobresaliente desde el punto de vista ideológico, pero favorable, sin duda, a la sensibilidad de Pucelle. Algo similar parece haber sucedido en Nápoles, cuando Tino de Camaino se traslada a esa ciudad reclamado por la dinastía de los Anjou. Para el siglo XIII contamos con otros dos ejemplos paradigmáticos de entendimiento entre cliente y artista. Es el caso de Federico II Hohenstaufen en el sur de Italia, y de Alfonso X el Sabio en Castilla. El emperador, cuyo proyecto político fracasó estrepitosamente, logró crear, en cambio, un sorprendente ambiente cultural a su alrededor de fuerte raigambre antiquizante y gran solidez, que debía ser portavoz de su ideología política. La restauración imperial que perseguía, pasaba por una recreación de las formas de la Roma Antigua, y los artistas que respondieron a su llamada y trabajaron en sus empresas se vieron inmersos en este "revival" que marcó en ocasiones su obra posterior. Este podría ser el caso de Nicola Pisano.El monarca castellano Alfonso X el Sabio tiene mucho en común con Federico II. No sólo comparten idéntico entusiasmo por el arte como vía de exaltación personal y propaganda, sino que ambos parecen haber sido, ante la historia, mejores promotores artísticos que políticos. Aunque en el caso de Alfonso X, el arte debido a su directa iniciativa carece de la unidad que Federico II proporcionó al suyo, por existir tras él un trasfondo ideológico, está más directamente comprometido en sus empresas que el emperador: Puede afirmarse, como consecuencia, que el suyo es un arte más personal.

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