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El Premier Churchill no pudo esperar y el 3 de agosto, después de sufrir un revés electoral en Maldon (Essex) y de superar una moción de confianza en el Parlamento, se presentó en El Cairo a sustituir a Auchinleck. El general Alexander tomaría el mando de Oriente Medio; Montgomery, el del VIII Ejército (10). Este llegó a El Cairo el 12 de agosto y Auchinleck le puso al corriente de la situación y le entregó sus planes de defensa y contraataque. Montgomery, hombre menudo, nervioso, implacable y buen organizador, tenía un mando en el sur de Inglaterra cuando fue llamado a este destino. Desde 1940 no había participado en una batalla. Todo el mundo le consideraba competente, más cauto en las decisiones que en las palabras, amigo de los grandes gestos y excelentemente dotado para las relaciones públicas. El nombramiento de jefe del VIII Ejército le venía como anillo al dedo para salir de su ostracismo y cimentar el enorme prestigio militar que hoy se 1e discute. Inició su escalada "asombrando" a Churchill el 19 de agosto con dos planes "magistrales"; uno, para frenar a Rommel; el otro, para emprender la contraofensiva en seis semanas. Seguía en ambos lo diseñado por Auchinleck. Mejoraba el primer plan incrementando los efectivos en Alam Halfa con las nuevas tropas que estaban llegando a El Cairo. Respecto al segundo cambió de posiciones a algunas unidades y mantuvo, desde luego, el plazo de ataque propuesto por Auchinleck (11).

Conforme habían previsto los británicos, Rommel decidió atacar a finales de agosto. Contaba con refuerzos: la 164 División de infantería y la brigada paracaidista Ramcke, ambas germanas, y la División italiana Folgore, transportadas por vía aérea, sin su armamento pesado. También le habían enviado material. Pero, sobre todo, sus equipos de recuperación habían conseguido reparar cerca de 200 carros, averiados o dañados en los meses precedentes. Su situación era la mejor posible. Sabía con bastante exactitud el número y la calidad de las unidades británicas que venían a Egipto o que se encontraban ya en este país en el período de entrenamiento. Y era plenamente consciente de que no dispondría de más refuerzos de consideración. Debía, por tanto, atacar y el 30 de agosto se pusieron en marcha sus unidades. Los zapadores, hostigados por la artillería y la aviación británicas, penetraron al anochecer en los campos de minas ingleses del frente sur. Tras ellos, se concentraban las mejores tropas de Rommel: el Afrika Korps, la 90 División ligera y, entre ambas, el XX Cuerpo blindado italiano. Albergaban el propósito de avanzar y destruir las posiciones británicas en Alam Halfa y girar luego hacia el norte, cortando la carretera de Alejandría y copando al VIII Ejército. Según el general Alexander, Rommel disponía de fuerzas similares a las que Montgomery iba a oponerle: el Eje empleó unos 500 tanques entre medios y ligeros, 400 cañones anticarro y 300 de campaña; el VIII Ejército, 300 tanques medios, 80 ligeros y 230 autoblindados, con 100 carros medios en reserva.

En artillería también estaban equiparados. Sin embargo, las fuerzas de Rommel eran muy inferiores: la mitad de sus carros eran ligeros italianos, debían salvar los campos de minas británicos, tendrían que vérselas ante una posición dominante y bien atrincherada y carecerían de cobertura aérea importante. A cambio, sufrirían el castigo continuo de la RAF. En esas condiciones, sólo podría imponerse Rommel por sorpresa y operando con gran velocidad. Pero ni consiguió sorprender, porque Montgomery le esperaba, ni consiguió la rapidez imprescindible: eran tan densos los campos de minas británicos que a las ocho de la mañana del 31 de agosto, las fuerzas alemanas seguían en el punto de partida cuando debían haberse adentrado ya 30 kilómetros en territorio británico. Luego se sabría que sólo en el flanco sur, los británicos habían sembrado 150.000 minas. Las desgracias de Rommel, que no pudo dirigir personalmente la operación por estar enfermo, se multiplicaron: el general Nehring, jefe del Afrika Korps, fue herido por una mina; el general Von Bismarck, jefe de la 21 División blindada, resultó muerto. Pese a todo, Rommel lanzó adelante a sus unidades, aunque limitando los objetivos. Luchó hasta el 2 de septiembre hostigado por la RAF, que arrojó 15.000 bombas sobre sus hombres en cuatro días, y en la mañana del 3 de septiembre ordenó retirada. Entonces Montgomery pasó al contraataque con la 10 División blindada y la 2? División neozelandesa.

Pero, según escribe Rommel, "los ataques resultaron demasiado débiles para conseguir una penetración y fueron rechazados con facilidad". Montgomery, como haría luego en varias ocasiones, culpó a sus generales de la mala dirección del contraataque. Sea lo que fuere, el VIII Ejército desaprovechó una excelente ocasión para descalabrar a Rommel. Ambos bandos tuvieron equilibrado el balance de pérdidas: 2.855 hombres, 49 carros de combate, 55 cañones y 395 vehículos, el Eje. 1.750 hombres, 68 tanques y 18 piezas anticarro, Gran Bretaña. Mas, si Montgomery podía reponer fácilmente sus pérdidas, Rommel, no. El mismo mariscal escribió: "Con el fracaso de nuestra ofensiva, desapareció nuestra última posibilidad de alcanzar el canal de Suez" (12). Enfermo y agotado, viajó Rommel a Alemania el 15 de septiembre dejando el mando al general Stumme. En Berlín recibió de Hitler el bastón de mariscal el 1 de octubre y formidables promesas de ayuda (13) que nunca se cumplieron. Entretanto, en el desierto, bajo temperaturas superiores a 40° a la sombra (no otra que la de los vehículos), se preparaban los italo-germanos a resistir la embestida. Ensanchaban continuamente sus campos de minas (se colocaron más de medio millón). Abrían trincheras y trampas anticarro. Recibían refuerzos gota a gota. Consumían lentamente sus reservas de combustible, andaban escasos de alimentos (siempre muy pesados para aquel clima) y de agua y sufrían el acoso constante de la RAF.

Todo ello contribuía a que el ejército del Eje estuviera mortalmente cansado, desanimado, nervioso y enfermo en la décima parte de sus efectivos. El VIII Ejército británico sufría el mismo calor, los enjambres de moscas, las tempestades de arena y parecidas calamidades. Pero su alimentación era más racional y contaban con agua abundante, llegada por tuberías. Tanta, que los soldados podían ducharse en sus posiciones. La Lufwaffe no resultaba muy molesta, llegaban los suministros en cantidades ingentes y las tropas disponían de vehículos y de carburante sobrado para efectuar los movimientos necesarios. El plan de ataque de Montgomery consistía en amagar por el sur, maniobra clásica, esperada por los alemanes que concentrarían ahí a buena parte de sus fuerzas acorazadas, y golpear en el norte, con el fin de privar a los soldados del Eje de una vía de retirada. Estaba decidido, pues, a acabar con el rigodón y con las fuerzas de Rommel. Se encomendó la operación sur al XIII Cuerpo de ejército, a cargo del teniente general Horrocks, y a la 7? División blindada. Y la norte, al XXX Cuerpo de ejército, a cargo del teniente general Leese, que debería abrir dos corredores, uno al sur de Tel el Aisa y el otro, cortando el extremo norte de la cordillera de Miteiyria. Ambos corredores, operación principal, serían obra de la infantería apoyada por una masa artillera de más de mil piezas y por la aviación.

Una vez abiertas las brechas, irrumpirían por ellas los carros de combate del X Cuerpo de ejército a cargo del teniente general Lumsden, formado por dos divisiones acorazadas. Montgomery había realizado un buen trabajo de camuflaje y desorientación. Consintió, sin excesiva oposición, que los aviones del Eje sobrevolasen el sector sur, donde amontonó efectivos ficticios (tanques de goma que se inflaban sobre el terreno y centenares de vehículos disfrazados de blindados). Y con viejos bidones tendió un oleoducto cuya construcción siguió, día a día, la aviación de Rommel. La observación aérea germana fue más difícil en el norte, donde los ingleses trataron de camuflar lo que tenían. El Estado Mayor alemán supuso que la ofensiva comenzaría por el sur y cuando concluyeran las obras del oleoducto, es decir, a mediados de noviembre. Opondría a ese ataque sus fuertes campos minados defendidos por seis divisiones de infantería (cinco eran italianas) y tres batallones del grupo Ramcke colocados cerca de los italianos. Tras ese dispositivo se situaban, en el norte, las divisiones blindadas 15 y Littorio, y en el sur, la 21 y la Ariete. En reserva, cerca de El Daba, la 90 ligera y la Trieste. Según esta estrategia, la infantería, colocada en dos escalones dentro del campo minado, soportaría la embestida. Si había brechas, se presentarían los carros a taparlas. Montgomery conocía perfectamente el despliegue italo-germano y éstos cubrían en lo posible el ataque inglés. Ambos contendientes, sin embargo, se verían sorprendidos en el transcurso de la batalla.

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