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Los italianos tienen mucho apetito y pocos dientes, decía Bismarck. Medio siglo después, con Mussolini en el poder, había aumentado el apetito italiano pese a no reforzar apenas su dentadura. Aunque firmó un Pacto de Acero con Hitler, Italia no se lanzó a la guerra cuando lo hizo su aliado nazi argumentando que no estaría preparada ¡hasta 1942! Pero cuando el ejército alemán arrasó en pocas semanas al francés y obligó al inglés a reembarcar a Dunkerque con graves pérdidas, Mussolini reconsideró su no beligerancia. El mundo viejo se desmoronaba e Italia debía contribuir al empujón final. Bastaba disponer de unos miles de muertos que dramatizasen la gloria del triunfo y diesen derecho a participar en el botín. Con este pensamiento, Italia entró en la contienda el 10 de junio de 1940. Mejor sería precisar, sin embargo, que no fue tanto a la guerra como en socorro de la victoria. La caída de Francia no supuso la de Gran Bretaña. Frente a ésta, Alemania sólo podía combatir por mar y aire. La lucha por tierra, cruel ironía y fatal destino, habrían de afrontarla los italianos, cuyas colonias Áfricanas limitaban con las inglesas. Un régimen preparado para el protocolo, la apariencia y el desfile encaraba la gran prueba con unas fuerzas mal entrenadas, frecuentemente desganadas, en general mal armadas, sin unos planes militares correctos y con unos mandos incompetentes. ¡Tan mal preparada estaba Italia para la guerra que su producción de armamento no fue ni el 1 por 100 de la mundial en 1942! Si Mussolini creía que había tardado en incorporarle a la guerra relámpago iniciada por Hitler, la realidad le demostró que "había entrado en la Guerra de los Seis Años, demasiado, demasiado pronto" (1).

En el norte de África y Mediterráneo, tuvo Italia una oportunidad magnífica de derrotar a Inglaterra. Su flota, con dos docenas de buenas bases en el centro del Mediterráneo y con aeropuertos próximos al escenario del conflicto, habría dominado el Mare Nostrum. Y desde su colonia de Trípoli en el norte de África, habría acabado con la presencia británica en Egipto. No estaba Gran Bretaña como para reforzar su presencia en esta zona. Tras la desastrosa expedición a Francia reorganizaba su ejército, mientras Alemania atacaba continuamente por tierra y mar y se temía el desembarco de la Wehrmacht. En estos meses de suma debilidad británica, Italia perdió un tiempo precioso. Increíblemente, su Estado Mayor no había previsto la más leve operación contra la flota inglesa, contra Egipto o Malta.

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