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La táctica que debía desembocar en la guerra de conquista al Este pareció fracasar cuando, en septiembre de 1939, Inglaterra y Francia se declararon beligerantes contra Alemania tras la invasión de Polonia. Hitler, ciertamente, no esperaba esta reacción, pero tampoco la había excluido. Hay indicios para suponer que no renunció por ello, antes al contrario, a sus propósitos iniciales. Ya el 10 de octubre señaló a los generales Brauchitsch y Halder que el objetivo de las hostilidades en el Oeste consistía en privar a las potencias occidentales de la posibilidad de obstaculizar la "consolidación del Estado y el sucesivo desarrollo del pueblo alemán en Europa". Lo que esto significaba lo ilustró mediante una serie de órdenes destinadas a mantener en condiciones las líneas de comunicación de Polonia, porque "el territorio es importante para nosotros desde el punto de vista militar, ya que puede ser utilizado como trampolín avanzado y para la concentración estratégica de tropas". El 23 de noviembre, ante una reunión de generales, el Führer explicó que su meta estribaba en establecer una relación racional entre la población y el espacio en que ésta habitaba. El derrumbamiento de Francia pareció preludiar un período de paz y de recuperación, que se vino abajo por la tenacidad británica en continuar la guerra. Pero ya a finales de julio de 1941 Hitler expuso a sus generales que preveía la posibilidad de atacar a la Unión Soviética en la primavera del año siguiente, para no darle oportunidad de robustecerse.

En el ínterin, quizá fuera factible doblegar a los británicos. Como es notorio esto resultó imposible y, a pesar de las dudas que provocaba el mantenimiento de las hostilidades al oeste, Hitler, en una serie de decisiones en noviembre de aquel año, ordenó intensificar los preparativos para un ataque contra la Unión Soviética. Una infructuosa visita de Molotov a Berlín sólo sirvió para reafirmarle en su diagnóstico y en sus prejuicios, a pesar de las reticencias de algunos de sus generales. En diciembre de 1940, un conjunto de directivas del Führer dieron nacimiento a la preparación específica de la Operación Barbarroja, destinada a aniquilar a la Unión Soviética como potencia militar. Tal decisión modificaba, ciertamente, el programa original, pero no sólo era el intento, desesperado, de privar a Inglaterra de una posible fuente de ayuda, sino la concreción del carácter final que había de tomar la guerra que perseguía Hitler desde los años veinte. Para muchos autores las directivas de diciembre de 1940 marcan el paso de una política de fuerza, más o menos racional, a otra dominada por concepciones dogmáticas y racistas. Según la sistematización de Streit, tras ello se combinaban cuatro motivaciones: - Eliminación de la capa dirigente judeo-bolchevique de la Unión Soviética, incluidos los judíos europeos orientales, considerados como raíz biológica del bolchevismo. - Subordinación de las masas eslavas, que era conveniente diezmar.

- Conquista de un Imperio colonial a germanizar por medio de colonos alemanes en las zonas más atractivas económicamente de la Unión Soviética. - Creación de un gran espacio continental europeo bajo dominio alemán desde el cual proceder a la pugna final contra las potencias marítimas anglosajonas. Esta última motivación tenía fuertes raíces económicas e históricas. La experiencia del bloqueo al que se habían visto sometidos los Imperios centrales en la Primera Guerra Mundial no había sido olvidada. También permanecían vivos los recuerdos de la guerra de dos frentes que entonces había sido preciso sostener. Ahora, con una victoria rápida en el Este, cabría mejorar la situación alimenticia y de materias primas del Reich y proseguir en mejores condiciones que nunca la guerra en el Oeste. Estas esperanzas se vieron, como es sabido, truncadas. No en último término, la causa de tal fracaso radicó en la creencia nacionalsocialista de que el Estado soviético estaba agostado en virtud de su presunta descomposición racial interna y que sucumbiría fácilmente ante una aplicación masiva de la fuerza. Este error tenía un fundamento estrictamente ideológico: la conquista de espacio vital debía servir para asentar colonos que, como señores feudales redivivos, extrajeran la última gota de sudor a los supervivientes sojuzgados de una población en gran medida exterminada. La guerra en el Este tendría caracteres muy diferentes de la que se seguía al Oeste. Sería una guerra de aniquilamiento, en la que se trataba de privar de sustancia biológica a la capacidad de supervivencia del pueblo eslavo, racialmente inferior y bastardeado por la contaminación con los parásitos judíos.

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