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Llegada la primavera del año 1941, el Reich planeaba en gran secreto la más ambiciosa de sus operaciones, el ataque a la Unión Soviética. Sin embargo, la realización de la misma se vería retrasada por el ataque lanzado contra Yugoslavia y Grecia, que no estaba previsto pero al que le lanzaban una serie de motivaciones de entre las que destacaban dos. En primer lugar, el mantenimiento fuera de todo riesgo de los fundamentales yacimientos petrolíferos rumanos; por otra, el reforzamiento del orden alemán sobre la zona danubiano-balcánica. Los pequeños y débiles países integrantes de este conflictivo espacio eran tradicionales suministradores de materias primas -agrícolas y minerales, sobre todo- a Alemania. Ahora, Hitler había decidido estrechar todavía más los lazos de dependencia existentes forzándoles a adherirse al Pacto Tripartito. Hungría y Rumania primero, y más tarde Bulgaria, no habían tenido más remedio que rendirse a la realidad y ceder, alineándose al mismo vecino de todos ellos, Yugoslavia había tratado de mantener una posición neutral, que por otra parte no hacía sino manifestar su misma imposibilidad. Pero el inicio de la guerra entre Italia y Grecia había posibilitado la presencia en la zona de tropas británicas. A partir de entonces, Hitler no podía ya admitir la posibilidad de que su adversario pudiese acceder a los cercanos campos petrolíferos de los que básicamente se nutría.

Aparte de esta perspectiva exterior, el caso yugoslavo presentaba toda una serie de variantes propias, de extrema complejidad y definidas por el carácter múltiple y aún contrapuesto de sus elementos integrantes. En general, los responsables del gobierno del país eran reacios a la adhesión al tratado, ya que observaban los lazos de dependencia que en todos los órdenes ello estaba ya suponiendo para los países vecinos. Durante los primeros días del mes de marzo, todavía Hitler trataba la cuestión utilizando métodos no violentos. Así, había ofrecido al regente Pablo el dominio del puerto de Salónica a cambio de su participación en la guerra del sur al lado de Italia. Pero el regente prefería, por el momento, conservar su precario neutralismo, e incluso llegó a solicitar de Inglaterra el envío de fuerzas al país, tal como se había hecho con respecto a Grecia. Sin embargo, Londres no podía materialmente responder a esta solicitud dadas las dificultades que atravesaba por entonces en todos los planos. Así, Yugoslavia se encontró sola frente al acoso alemán y su gobierno optó por firmar el tratado. El día 25 de marzo se produjo el acto de adhesión, cuyo conocimiento produjo una fuerte reacción negativa en todo el país. La contrapartida que Yugoslavia obtenía a cambio de su alianza con las potencias del Eje era la teórica garantía de que el Reich respetaría en todo momento su soberanía e integridad territorial. Al mismo tiempo, el texto del acuerdo respondía positivamente a las solicitudes que Belgrado había presentado, con respecto a su voluntad de no entrar en guerra ni de permitir el paso de tropas alemanas por su territorio.

El hecho de la adhesión serviría, sin embargo, para decidir la acción de grupos de conjurados -jefes militares y políticos de diversa índole- opuestos a todo acuerdo con una Alemania que había mostrado su absoluto desprecio por los tratados que ella misma impulsaba. Así, las operaciones conspiratorias se pusieron en marcha de forma inmediata y, a lo largo de la madrugada del día 27, fueron ocupados los puntos neurálgicos de la capital. Los golpistas pretendían adelantar el momento de acceso al trono del joven Rey Pedro II, todavía legalmente menor de edad. El regente Pablo, al conocer los hechos, trató de huir, pero fue de nuevo conducido a la capital, de donde saldría más tarde para el exilio.

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