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Area Peruana

Desarrollo


Tras la era de unificación cultural que significó Huari, se inicia en Perú una nueva etapa de desarrollo regionales, el denominado Intermedio Tardío o período de Estados Regionales, entre 1200 y 1470 d. C. El período se conoce de manera muy desigual, en parte oscurecido por el posterior apogeo incaico, pero poco a poco se va desentrañando una madeja en la que aparecen culturas regionales con un escaso nivel de desarrollo y que parecen suponer un retroceso respecto de Huari, pero con notables excepciones en las que luego se inspirarían los incas para desarrollar su imperio. Desde el punto de vista del arte nos encontraremos con manifestaciones sin paragón en todo el continente suramericano. Entre esas excepciones sobresale el reino del Gran Chimú, cuya capital, Chan-Chan, ocupó una superficie de 20 km2 y tuvo una población estimada de unas 50.000 personas. Ubicada entre los ríos Moche y Chicama, en un terreno seco cerca del mar, sobre una llanura que desciende paulatinamente hacia el Pacífico, es abastecida de agua desde el norte por una serie de canales que interconectan los ríos mencionados. El acceso es una gran avenida, totalmente recta, de unos 4 km de longitud, que, perpendicularmente a la costa, desciende desde el noreste hacia el suroeste. El núcleo urbano está formado por sectores amurallados separados por amplias y rectas calles. Cada una de estas ciudadelas mide de 200 a 300 m de anchura y 400 a 500 de longitud y se accede a ellas por una única puerta.

Comprenden una serie de construcciones, habitaciones, terrazas, depósitos de agua, plazas ceremoniales, edificios públicos, y se inscriben en un vasto sistema ortogonal de 5 por 2,5 km. Subdivisiones interiores separan las residencias de los dirigentes de las habitaciones de los servidores y de las áreas de almacenamiento, agrupándose las viviendas en torno a plazas rectangulares. Hay también zonas vacías que pudieron ser jardines o terrenos dedicados a futuras extensiones. Actualmente se considera que cada conjunto fue fundado por un soberano diferente y tenía funciones palaciegas y de centro administrativo y religioso. A su muerte era enterrado, junto con sus allegados, en una plataforma funeraria que servía luego de lugar de culto. Se han registrado hasta nueve de estas estructuras que, si comenzaron a edificarse en torno al 1150 ó 1200, sobre una fundación Huari de los siglos IX o X, y se continuó hasta 1460, fecha de la conquista incaica, resulta una duración media de 25 a 30 años para cada reinado. La ciudad crecía sin cesar, construyéndose edificios y barrios nuevos, por el aumento constante de una clase dirigente compuesta de cortesanos, sacerdotes y administrativos, formando una elite no productiva sostenida por una enorme masa trabajadora. Y es evidente el despliegue de energía dedicado a la construcción ya que la actividad de las ciudadelas no cesaba con la muerte de su fundador, sino que se mantenían los rituales funerarios y el linaje del soberano seguía residiendo allí.

Se construía con adobe, pero a base de tapial o compresión del barro mezclado con guijarros en grandes encofrados, formando enormes muros de hasta 9 m de altura y 3 de espesor en su base, de sección trapezoidal. Estos imponentes muros se decoraban colocando adobes sobresalientes o retraídos, consiguiendo relieves de carácter geométrico que forman enormes cenefas basadas en la repetición de motivos sencillos: cuadrados, rombos, grecas, grecas escalonadas, que alternan con representaciones muy esquemáticas de animales, como pájaros, peces, seres míticos y elementos vegetales. Estos grandes frisos decorativos cubren a veces caras enteras de las edificaciones, jugando con los efectos de luz y sombra y creando fuertes ritmos dinámicos. Aparece también otro sistema decorativo, una especie de estampado con molde, que permite la utilización de motivos curvos y por lo tanto mayor variedad. Y podían combinarse varias técnicas, añadiendo además incisión y excisión e incluso distintas capas de adobe, trabajando la capa superficial. De esta manera se cubrieron kilómetros de paredes, en ocasiones a base de la repetición obsesiva de un único motivo, lo que sirve para acentuar el carácter monumental de la arquitectura chimú y sobre todo su fuerte tendencia geometrizante. Nos encontramos ante la expresión en serie de elementos estereotipados que parecen revelar una organización estricta y rigurosa, una disciplina absoluta, en la que el carácter anónimo e impersonal del arte indígena americano se acentúa al máximo.

No hay aquí manos individuales, tan sólo el sometimiento estricto a unas rígidas pautas decorativas, determinadas de antemano, en las que impera sobre todo una técnica perfecta, una absoluta limpieza y claridad de líneas y una ordenación rigurosa e impersonal de sus elementos, buscando sobre todas las cosas, un efecto decorativo y monumental, impresionante. Se trata de recalcar la grandeza de los realizadores de la ciudad, su poder, su capacidad de organización y de ordenamiento del mundo, persiguiendo más un efecto espectacular que un profundo significado de lo representado. Se podría hablar claramente de un arte de fachada. Chan-Chan fue la capital de un extenso reino cuyo centro geográfico era el valle de Moche. El origen de la cultura hay que encontrarlo en la época de la descomposición del imperio Huari, con un renacimiento de los viejos valores moche y una integración de las formas Huari-Moche. De esta capital administrativa y religiosa dependían otra serie de centros urbanos con una clara estratificación horizontal, que alcanzaba hasta las últimas aldeas rurales. Esa jerarquía se reflejaba también en la organización social, con la existencia de un señor absoluto, los Ci-quic, fundadores de cada ciudadela, y bajo él, los caciques locales, los administrativos, los sirvientes domésticos y campesinos. Su economía tuvo una fuerte base agrícola, pero complementada con la caza, pesca, industria y comercio. La producción de utensilios y de obras de arte fue de tal magnitud que permitió la existencia de fabricas familiares de especialistas.

Todos los objetos se hacían en serie, con un cierto criterio industrial lo que permitió también el desarrollo de los mercados basados en el intercambio, ya que no se ha encontrado nada que pudiera funcionar como moneda. Estos talleres familiares no producían solamente objetos para uso cotidiano sino también suntuarios. La cerámica se caracteriza por el uso generalizado del molde, tanto para la cerámica doméstica, de color rojo, como para la de lujo, de color negro. Este característico color, que se convierte en diagnóstico, junto con el peculiar brillo metálico, se conseguía por medio de una cocción reductora, combinación de ahumado y bruñido y aplicando a veces plombagina. Domina la decoración en relieve o modelada sobre una cierta variedad formal en la que domina la angulosidad de las siluetas y son comunes los cuerpos dobles. Pero se carece de la insistencia en lo plástico de Moche y se deriva más bien hacia el estampado o el relieve, que generalmente se moldea junto con la misma vasija. Hay una evidente preocupación naturalista lo que resta originalidad al imitar fielmente la realidad. Se reconocen con claridad toda una serie de frutas y legumbres, así como diversas especies de animales de todo género. Son frecuentes y descriptivas las escenas de la vida cotidiana, de trabajo, danza, caza, llegando incluso a la anécdota, como las de llamas recostadas y atadas, escenas de recolección o incluso de tema erótico. Las escenas carecen de expresividad y se reproducen muchas veces de manera estereotipada.

Es como si nos encontrásemos otra vez ante la impersonalidad reflejada en la decoración arquitectónica. Tal vez a los artistas se les exigía una producción masiva, aunque técnicamente bien realizada, antes que de calidad. El mismo dominio de la técnica se refleja en el trabajo de los metales, hasta el punto de que orfebres chimúes fueron llevados al Cuzco en plena época imperial incaica. La aparición de estilos diferentes podría deberse a la existencia de diferentes talleres en distintas ciudades, tema que dificulta una clasificación de la orfebrería chimú que produjo una impresionante cantidad de objetos de procedencia y fechas diversas. Los orfebres chimúes dispusieron ampliamente de metales, oro, plata y cobre, producto de los lavaderos locales, de regiones relacionadas y obtenidos por comercio. Conocieron una amplia gama de técnicas, siendo las más características el martillado y el repujado. Son muy característicos unos largos vasos ceremoniales de plata en los que se representan caras humanas de nariz ganchuda, de aspecto omitomorfo. Se copian los vasos de cerámica, con la forma del doble pico y asa puente y hay figuras de animales y de seres humanos trabajados de forma maciza o a base de láminas que configuran el cuerpo. Objeto representativo era el tumi o cuchillo ceremonial en forma de media luna con un mango figurado, generalmente un personaje mítico. Son comunes las incrustaciones de turquesa y otras piedras. La mayoría de los objetos de orfebrería se asocian con las tumbas dentro de la tradición funeraria característica del mundo andino.

Parece que si, la luna, fue la máxima divinidad de los chimúes, y que el sol tuvo una importancia secundaria. El mar debió ser importante y se le hacían ofrendas de harina de maíz para asegurar la pesca. Existió una importante casta sacerdotal que controlaba las fuerzas sobrenaturales y también brujas y curanderos que gozaban de gran consideración y ejercían sus prácticas a base de hierbas. Pero el arte muestra una tendencia fuertemente secularizante. A través del arte parece ponerse de manifiesto el carácter fuertemente pragmático de la cultura chimú, dotada de un gran sentido cercano a la naturaleza, pero manteniendo a la vez una fuerte y estricta organización que puede verse de algún modo como predecesora de la férrea estructura incaica.

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