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Bliztkrieg

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Edward F. Lindley Word, tercer vizconde de Halifax, había estado a punto de ser primer ministro de Su Graciosa Majestad Británica en mayo de 1940, pues contaba con el apoyo del rey Jorge VI. No obstante, y dadas las perentorias necesidades de la guerra, el elegido sería un hombre mucho más enérgico e indomable: Winston Churchill, quien ocupó el número 10 de Downing Street. En compensación, lord Halifax pudo seguir en la dirección del Foreign Office, como representante directo de la política exterior británica. Un adjunto suyo, el joven y ambicioso subsecretario de Estado llamado Richard Austen Butler, iba a ser la persona idónea para iniciar las conversaciones secretas con Berlín tras la firma del armisticio franco-alemán en Compiégne. El mismo día -17 de junio- en que Churchill prometía una resistencia a ultranza por medio de los micrófonos de la BBC, el nuevo subsecretario llamó urgentemente a su despacho al embajador de Suecia en la capital británica, Bjoern Prytz. El brazo derecho de lod Halifax fue directo al grano ante su atónito interlocutor: la guerra tenía que terminar, y para ello Gran Bretaña esperaba de Alemania unas condiciones razonables. Cuando Prytz mostró su extrañeza ante tan sensacional revelación, que constituía el otro extremo de la posición pública del primer ministro, Richard A. Butler replicó: "Eso no tiene ninguna importancia. Lo que hoy parece oponerse a la idea de una paz de compromiso no sería, llegada la ocasión, un auténtico obstáculo".

Ante la cara de sorpresa del representante diplomático sueco, el subsecretario de Estado remachó la idea de que esa posible negociación era una de las causas más serias de disensión existentes en su gobierno, y que, por supuesto, lord Halifax la aprobaba sin reservas. Lo que vino a continuación tiene todo el aspecto de una escena ensayada. Un ujier avisó a Butler de que el ministro del Foreign Office deseaba verlo de inmediato, y el subsecretario no dejó marchar a Bjoern Prytz con estas significativas palabras: "Espéreme; seguramente tendré algo nuevo que decirle cuando vuelva. Diecisiete minutos después el embajador sueco oía asombrado, de labios del propio Butler, la gran revelación: Soy portador de un mensaje de lord Halifax, favorable a una paz de compromiso... En este asunto, Gran Bretaña se dejará guiar por el buen sentido y no por una política de bluff y de baladronadas". Esto último era una clarísima alusión al dramático discurso de Churchill en la noche del 17 de junio. De regreso a su embajada, Bjoern Prytz telegrafió inmediatamente a Estocolmo. El ministro de Asuntos Exteriores, Christian Gunther, fue derecho a casa del primer ministro socialdemócrata, P. A. Hanson. Una vez reunidos, los dos políticos nórdicos avisaron a Berlín de la gran novedad. Fue así como el Gobierno de Suecia se dio cuenta de que no era lógico resistir por más tiempo la presión nazi si en Londres había un fuerte interés por la paz. Una vez consultado el rey Gustavo V, los blindados de la Wehrmacht pudieron transitar por las carreteras suecas con dirección a Noruega.

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