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Bliztkrieg

Desarrollo


A finales de septiembre los alemanes reanudaron los ataques. Mejor orientados, habían aprendido a luchar contra el radar y llegaron más fácilmente al objetivo. Los aeródromos avanzados sufrieron daños muy serios y las instalaciones de la RAF, cercanas a Londres, se bombardearon a conciencia. La batalla tomó un nuevo sesgo. El mando alemán enviaba cazas durante el día y bombarderos durante la noche. En la del 24 de agosto llegó lo inevitable. Un grupo de aviones alemanes se extravió y, en lugar de bombardear instalaciones militares, lanzó su carga sobre el centro de Londres. Nadie creyó en un error. En la noche siguiente, 80 bombarderos británicos atacaron Berlín. Comenzaba la acción de represalias aéreas sobre la población civil. Durante el mes de agosto, los alemanes emplearon mejor sus cazas. Los aproximaron a la costa, para llegar antes, y la RAF sufrió un serio quebranto: 338 cazas derribados, frente a 177 bajas alemanas. De hecho, la cuarta parte de las tripulaciones británicas se habían perdido y la RAF estaba al borde del colapso. Un cambio de táctica alemana la salvó. Desde septiembre, la Luftwaffe decidió rematar la operación. Además de los aviones e instalaciones de la RAF, atacó las fábricas de aviones. Así, las tripulaciones inglesas estuvieron menos acosadas. La batalla de desgaste comenzó a inclinarse contra los alemanes. Al cabo de dos meses, la Luftwaffe había perdido 800 aparatos y difícilmente podría sostener su increíble ritmo de salidas diarias.

Entonces optó por el bombardeo sistemático de las ciudades. A raíz de la Primera Guerra Mundial, un aviador militar italiano puso las bases para la nueva estrategia. Giulio Douhet escribió, en 1921, El dominio dell'aria y se ganó las maldiciones de sus propios mandos. Según él, la aviación futura sería un arma independiente, no un mero auxiliar del Ejército; el pavor desatado por sus lejanos ataques sobre la retaguardia rival quebrantaría la moral enemiga y resolvería las guerras. Aunque perseguido por los generales, Douhet consiguió discípulos en el extranjero y fue rehabilitado en su propia patria en 1928. De algún modo, esa fe en la capacidad de la aviación para quebrar la resistencia de un pueblo penetró en los mandos alemanes desde el mes de septiembre. El día 7 se puso en marcha la nueva táctica. Los bombarderos alemanes atacaron Londres en masa, de día y protegidos por los cazas. Murieron 300 civiles y 1.300 fueron heridos. Alumbrado por las llamas de los incendios diurnos, se desarrolló otro ataque devastador durante toda la noche. Cuando, días después, se repitió el bombardeo de Londres a plena luz, los cazas estaban advertidos y sólo muy pocos bombarderos llegaron al objetivo. Un infierno de forcejeos, interrumpidos por las treguas del mal tiempo, desangró Londres durante todo el mes. El día 30 se llevó a cabo el último, y ya casi inútil, bombardeo nocturno. Los cazas ingleses habían contenido la amenaza.

Los alemanes adoptaron otros métodos: el bombardeo nocturno y el ataque con cazabombarderos. La tercera parte de los Messerschmitts fueron equipados con bombas, con pocos resultados, porque los pilotos, sin costumbre de bombardear, las dejaban caer un poco en todos lados. Desde noviembre, la aviación alemana se concentró en el bombardeo nocturno de ciudades, industrias y puertos. El día 14 se estrenó con el ataque a Coventry, que fue arrasado. En noches siguientes Birmingham, Southampton, Bristol, Plymouth, Liverpool y Londres recibieron castigos durísimos. Hitler ordenó que los bombardeos nocturnos mantuvieran la intensidad, mientras se preparaba la invasión de Rusia, a fin de mantener neutralizados a los ingleses. A finales de mayo de 1941 terminó la época de ataques masivos y la escuadra aérea de Kesselring fue trasladada al Este para la inmediata invasión de la URSS. La batalla de Inglaterra había perdido prioridad. De algún modo, la tenacidad de Winston Churchill había personalizado la voluntad inglesa de pelear sin desmayo. Llegó al poder, con un Gobierno de coalición, el 10 de mayo de 1940, mientras los alemanes invadían los Países Bajos. Toda la Europa que se veía arrollada por los nazis recobró su ilusión al escuchar a Churchill en la radio inglesa: aquello no era el Reich del Milenio, sino una tiranía que se podía y se debía vencer.

"Estamos seguros de que, al final, todo saldrá bien". Y a Londres, cuartel y corazón contra el nazismo, llegaron los exiliados. Marinos, soldados, aviadores y civiles de todos los Ejércitos, marinas y pueblos. Los reyes y Gobierno de Noruega, Holanda y Luxemburgo; los Gobiernos de Polonia y Bélgica; el presidente de Checoslovaquia y el rey Zogú de Albania; De Gaulle, cuya influencia aumentaba en el África Ecuatorial Francesa; hasta las flotas danesas, noruega y holandesa estaban refugiadas en puertos ingleses. En el invierno de 1940-41 Londres contó con un nuevo aliado: Roosevelt había sido reelegido presidente de los Estados Unidos y declaró que América sería el "arsenal de la democracia", porque suministrar armas a los ingleses era el mejor modo de defender los Estados Unidos.

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