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Bliztkrieg

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La nulidad de Gamelin, comandante en jefe de los ejércitos de Francia, era opinión común entre todo el generalato francés. Gamelin lo mismo pudo "ser general, que prefecto, que obispo", decía de él Paul Reynaud, primer ministro francés, que hubiera deseado deshacerse de sus servicios, pero no podía porque el general estaba apoyado por el ministro de Defensa, Daladier, y en aquel gabinete, constituido el 30 de marzo de 1940, el equilibrio político era tan precario, que cualquier movimiento brusco hubiera promovido una crisis. El 9 de mayo, sin embargo, Reynaud sintió que había llegado la ocasión. Tras el fracaso de las fuerzas expedicionarias aliadas a Noruega, se reunió aquel día el Consejo, que juzgó muy duramente la dirección de Gamelin. Ni las fuerzas fueron enviadas a tiempo, ni se eligió a las más adecuadas, ni la preparación era idónea, ni las armas fueron apropiadas y, ni siquiera, el suministro de municiones resultó correcto... Gamelin quedó sentenciado y el Gabinete, desintegrado por la crisis, estaba dimitido, a expensas de la formal presentación al Presidente de la República... Ese mismo 9 de mayo, salió Hitler de Berlín en automóvil. A las 4,38 tomó un tren hacia Hamburgo, pero al caer la noche, el tren invirtió su marcha y comenzó a rodar velozmente hacia el sur, hacia Hannover, a donde llegó a las 9 de la noche. Sólo Hitler y sus más próximos colaboradores conocían el destino de aquel misterioso tren, que no paraba en ninguna estación y que, para mayor seguridad, había dado marchas y contramarchas hasta alcanzar, hacia las 4 de la madrugada, la estación de Euskirchen, al suroeste de Bonn.

Luego, en automóviles que esperaban camuflados en aquella pequeña población, Hitler y sus acompañantes recorrieron la zona de Hohe Eifel, de cuyos pueblos habían sido eliminados los carteles indicadores. A las 5,30 de la mañana del 10 de mayo llegó el grupo a una pequeña colina, donde una posición antiaérea les sirvió de refugio. Amanecía. Un sordo rumor avanzaba por todos los valles próximos: la Werhmacht se acercaba a la frontera belga. A las 5,35, un inmenso trueno comenzó a nacer en el este y avanzó agrandándose hacia el oeste: centenares de aviones de la Lutwaffe cargaban contra Bélgica. Lieja estaba a menos de 50 kilómetros en línea recta. Hasta el refugio de Hitler, tenso y pálido por la emoción y con la mirada perdida en las tierras belgas contiguas a la frontera, comenzaron a llegar los primeros rugidos de la artillería. Había comenzado la guerra en el oeste: la guerra. En Francia ya no fue posible reemplazar a Gamelin. El gabinete de Reynaud no presentó la dimisión: había que unirse ante el peligro. Pero ya era tarde. Gamelin ordenó poner en marcha el plan D, pues según su criterio y el de sus más próximos asesores, los alemanes volvían a reeditar el Plan Schlieffen y el Plan D, para todos aquellos generales de la vieja escuela, era la mejor manera de contrarrestar el ataque alemán. Por tanto, los anglo-franceses pudieron penetrar en el territorio de la neutral Bélgica porque había sido invadida.

El Primer Grupo de Ejércitos -General Billotte- giró hacia la derecha sobre el eje de Sedán, el VII Ejército -Giraud- avanzó por Bélgica hacia la frontera de Holanda, para apoyar a los ejércitos neerlandeses si fueran atacados. La Fuerza Expedicionaria Británica -9 divisiones mandadas por el general Gort- penetró en Bélgica para tomar posiciones en el Dyle, al este de Lovaina y Wavre, protegiendo Bruselas; el I Ejército -Blanchard- era el mejor equipado de los franceses, pues según los planes de su Estado Mayor estaba destinado a sufrir el impacto más importante del ataque alemán entre Wavre y Namur. Inmediatamente más al sur se estableció en IX Ejército (Corap) que debía defender un largo frente situado tras Las Ardenas, desde Namur hasta casi Sedán. Finalmente, enlazaba con éste el II Ejército -Huntziger-, que guarnecía el frente hasta Longwy, extremo izquierdo de la formidable línea Maginot. No insistiremos, porque específicamente se ha hablado de ello en el anterior capítulo, sobre el descalabro belga en el Canal Alberto y su repliegue precipitado hacia el Dyle Mosa, cinco días antes de lo que calculaba el mando franco-británico. La precipitación belga ya se ha estudiado, pero hay que añadir que la improvisación aliada no hubiera sido compensada con una mayor resistencia de los belgas: sobre el Dyle no se habían hecho grandes fortificaciones y, sobre todo, allí no iban a atacar los alemanes, que, como también se sabe, sólo lanzaron ataques de tanteo en la zona.

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