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Si en 1920 provoca una gran impresión la aparición del libro de John Maynard Keynes, The Economic Consequences of the Peace, en 1925, la firma de los acuerdos de Locarno parecía abrir el camino a una revisión ordenada y pacífica de las fronteras de Alemania. En este sentido, el apaciguamiento de los años treinta podía interpretarse como la continuación de la política de Locarno, esta vez aplicada a las fronteras del este. En Locarno, los protagonistas -Francia, Alemania, Bélgica, Gran Bretaña e Italia- habían sido los lógicos si se quería alcanzar un acuerdo consistente en el oeste. Pero en Munich hay dos ausencias muy significativas: la de Checoslovaquia, el país al que se le plantea el problema de los Sudetes, y la Unión Soviética, el Estado garante, con Francia, de la independencia checoslovaca. El antagonismo entre las potencias partidarias y adversarias del statu quo, que se ha puesto de manifiesto a lo largo de las crisis que se suceden entre el otoño de 1935 y el otoño de 1938, tendrá importantes consecuencias en la política de armamentos y en la asunción de compromisos diplomáticos. "Alemania". Su régimen político tiene, como uno de sus objetivos esenciales, preparar los elementos que permitan una política de fuerza. Hitler impone al rearme alemán un ritmo que sorprende hasta a sus generales. Según el plan de 1935, el Ejército alemán debía contar con 36 divisiones, pero en 1938 tiene 42; los efectivos en tiempo de paz alcanzan 1.

500.000 hombres, sin contar las fuerzas paramilitares, calculadas en 405.000 hombres. Estas cifras aumentan después de las anexiones de 1938, al sumar el Reich diez millones de nuevos habitantes. Este ejército dispone de un conjunto de doctrinas militares que rebasan ampliamente las enseñanzas de la Primera Guerra Mundial, al dar particular importancia al papel de la aviación y al empleo masivo de los carros de combate; además, se apoya en una plataforma económica que orienta la producción hacia la preparación de la guerra, en la educación militar de la juventud, y en unos servicios de información y de propaganda encargados de eliminar cualquier disidencia interna. Teniendo en cuenta el proceso de rearme de sus enemigos, Hitler prepara la guerra para los años 1939-1943. "Italia". Tras la victoria obtenida en Abisinia, el régimen fascista se consolida y la autoridad del Duce queda firmemente asegurada. Gracias a su política demográfica, Italia cuenta con 43.500.000 habitantes y, a finales de 1938, su ejército dispone de 50 divisiones de línea y de 14 divisiones especiales (montaña, motorizadas y acorazadas); su flota de guerra tiene 12 grandes unidades (ocho acorazados y cuatro cruceros), y su aviación, cerca de 2.000 aparatos. En el terreno de la renovación de las doctrinas tácticas y estratégicas, los italianos han ido por delante de los alemanes; escuchando a Mussolini, no parece haber duda de que esa fuerza será utilizada: "Sólo la guerra eleva al máximo de tensión todas las energías humanas e imprime un sello de nobleza a los pueblos que tienen el valor de afrontarla".

"Francia". Hasta 1935, la crisis económica frena los proyectos de rearme. En octubre de 1936 se decide ejecutar un plan de cuatro años, pero su realización tropieza con la falta de recuperación del país. Pese a las grandes dificultades económicas, hay que buscar la causa del comportamiento exterior de Francia en el estado de ánimo de la nación. La burguesía se siente mucho más preocupada por el peligro bolchevique que por las amenazas de alemanes e italianos y todas las instituciones del Estado parecen paralizadas. Las insuficiencias generales se acentúan con las convicciones estratégicas del Estado Mayor, que, aferrado a los recuerdos de la Primera Guerra Mundial, parece confiar únicamente en la eficacia de las fortificaciones, con lo que Francia no disponía del ejército adecuado para cumplir las líneas generales de su política exterior y proporcionar a sus aliados del este de Europa la ayuda prometida. "Gran Bretaña". Aunque a lo largo de los años treinta disfruta de una gran estabilidad política, los conservadores no aprovechan su gran libertad de acción para realizar una política exterior activa. Hasta 1936, el Gobierno no reconoce el deplorable estado de sus fuerzas terrestres y aéreas y la necesidad de rearme. El plan, presentado en febrero de 1937, se demorará por dificultades financieras. "Unión Soviética". A partir de 1938, un gran esfuerzo de industrialización transforma el potencial de guerra de este país. Pero el régimen soviético se ha enfrentado en 1936 y 1937 a una importante crisis interior.

Los grandes procesos se suceden.. En junio de 1937, el mariscal Tukhachevski, comandante de la circunscripción militar del Volga, es acusado de alta traición. A continuación, los oficiales superiores del Ejército Rojo son revocados a centenares y sustituidos por hombres de confianza que desconocen las nuevas doctrinas militares. Los observadores occidentales no creen que las fuerzas soviéticas, en esas condiciones, puedan ser empleadas eficazmente; si unimos a esto las reservas político-ideológicas, entenderemos las dificultades para que los occidentales se decidan a buscar seriamente la alianza de la Unión Soviética. Sin duda, el hecho más importante de la nueva situación diplomática es la formación del Eje Berlín-Roma, acuerdo establecido entre Alemania e Italia que se prolonga hacia Japón y Yugoslavia. Si resulta clara la necesidad de Hitler de contar con el punto de apoyo que Italia le podía proporcionar, es más problemático el beneficio que Mussolini obtenía con un acercamiento a Alemania que le obligaba a renunciar a sus anteriores planes para la Europa danubiana. La aproximación italo-alemana se produce en los últimos meses del año 1936: el 23 de septiembre, el Gobierno alemán expresa a Italia su deseo de colaboración; durante los días 21-24 de octubre, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores italiano, el Conde Ciano, decidido partidario de la alianza alemana, viaja a Berlín y Berchtesgaden, donde declara, junto con su colega alemán, la intención italo-germana de actuar en común en favor de la paz y en contra del peligro comunista; finalmente, el 1 de noviembre, Mussolini pronuncia en la plaza del Duomo, de Milán, su famoso discurso en el que se refiere a la "entente" que une al Eje Berlín-Roma.

Durante el año 1937, el Eje se prolonga: el 25 de marzo, el Gobierno yugoslavo, que se había ido acercando a Alemania en el terreno económico, liquida sus diferencias con Italia y se compromete a concertarse con ella en el caso de que se produzcan complicaciones exteriores; el 6 de noviembre, el Gobierno japonés, que un año antes, el 25 de noviembre de 1936, había firmado con Alemania un pacto anti-soviético -el Pacto Anti-Komintern-, se acerca también a Italia sin definir la naturaleza de las obligaciones que mutuamente aceptaban. De hecho, tanto el Pacto Anti-Komintern como el Eje Berlín-Roma se nos presentan como ejemplos de un nuevo estilo diplomático que, para entendernos, podemos llamar vitalista; no estamos ante acuerdos jurídicos que definen con precisión las obligaciones de cada parte; estamos ante algo vital: un acuerdo entre jefes de distintas comunidades nacionales, algo que casa bien con la ideología irracionalista en la que se apoyan, mostrando en su terminología cierta alergia a lo jurídico. Frente a las intenciones de la solidaridad internacional agrupada alrededor del Eje, la protección del statu quo que proporcionaba el principio de la seguridad colectiva está, a la altura de 1938, en crisis, tanto por la debilidad de los Gobiernos que debían sostenerlo, como por la indiferencia de la opinión pública. Así, el fracaso de la utopía ginebrina lleva al retorno de los métodos tradicionales, es decir, a los acuerdos directos entre Estados con objetivos compatibles.

En el campo de las potencias satisfechas con el statu quo, el hecho diplomático más importante es la afirmación pública de la solidaridad franco-británica. Esta solidaridad, que por parte británica significa ayuda sólo para el caso de que las tropas alemanas entren en territorio francés, es compatible con la decisión de Chamberlain de llegar a un modus vivendi con Alemania, concediéndose satisfacciones parciales en cuestiones económicas y coloniales a cambio de la renuncia a la expansión por la fuerza La solidaridad franco-británica cuente con un apoyo exterior muy limitado. En efecto, Checoslovaquia, después de la pérdida de la región de los Sudetes, ha quedado en situación precaria; Bélgica, después de constatar la paralización francesa ante la remilitarización de Renania, busca su seguridad en la renuncia a toda clase de alianzas y, el 3 de octubre de 1937, firma un acuerdo con Alemania comprometiéndose a oponerse al paso de tropas por su territorio a cambio de la promesa hitleriana de respetar su inviolabilidad y su integridad. Finalmente, la Unión Soviética, que en 1934 se había inclinado por la política de seguridad colectiva, se muestra dispuesta a mantener el sistema si las potencias occidentales se prestan a ello con sinceridad. Sin embargo, la experiencia de su aislamiento en Munich y las noticias que le llegan de las especulaciones de Londres y París acerca de la independencia de Ucrania no favorecen la solidez de su posición internacional al temer que Daladier y Chamberlain estén incitando a Hitler a orientar hacia el este sus ambiciones.

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