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Datos principales


Rango

Arte Español Medieval

Desarrollo


El mobiliario litúrgico visigodo se limita, en lo conocido hasta el momento, a algunos incensarios y un número considerable de jarras y patenas. Los incensarios son de fabricación oriental, con rótulos griegos; entre ellos, el de la basílica de Bobalá, de Lérida, es el que corresponde con mayor seguridad a un ambiente visigodo y está adornado con crismones y cestos de panes. La misma procedencia oriental se atribuye a buena parte de los jarros, fabricados esencialmente en Egipto, que se caracterizan por tener el asa fundida en una pieza con el vaso y no tener más decoración que algunas bandas incisas. Las imitaciones visigodas de estos jarros llevan el asa y el pie fabricados aparte y soldados después. Tanto el gollete como el pie son más altos y reciben decoraciones sencillas en bandas, así como inscripciones que algunos interpretan como fórmulas bautismales y otros como alusiones eucarísticas. También hay rótulos alusivos al bautismo en las patenas, por lo que puede pensarse que se empleaba un ajuar semejante en los dos sacramentos. Las patenas suelen ser platos de poco fondo con umbo central; se distribuyen igual que los jarros desde Oriente hacia España y el centro de Europa, por rutas comerciales bien establecidas. Las patenas de fabricación visigoda se distinguen por los rótulos y la decoración incisa, entre la que resulta significativo un círculo con cuatro jabalíes de una pieza española, con disposición similar a otra patena alemana con escenas de caza.

Parece que la aportación de los pueblos europeos de origen bárbaro a estos vasos rituales es la agregación de su repertorio de animales con el tratamiento estilizado que les caracteriza. Los mismos talleres de broncistas que producen jarros y patenas litúrgicos mantienen en el siglo VII la fabricación de fíbulas, en las que los modelos puramente germánicos del siglo VI se simplifican, al igual que en las placas de las hebillas, rectangulares o arqueadas, con decoración calada y dibujos de incisiones en los que se mezclan motivos de los repertorios bizantinos orientales que se emplean en la decoración arquitectónica. Este arte de síntesis bárbara y bizantina con gusto local es la representación más significativa del gusto visigodo hispánico. Además de los talleres populares de fabricación de objetos de bronce, la corte toledana promocionó una orfebrería áulica, que necesitaba de sus propios talleres y de un artesanado bien especializado; es probable que derivaran a esta especialidad los fabricantes de las placas de hebillas con piedras y celdillas rellenas de pasta vítrea, pero durante el siglo VII se hace sentir una decidida influencia bizantina, canalizada tanto por la importación de piezas como por la llegada de orfebres. Las joyas visigodas del siglo VII tienen una excelente representación en dos importantes tesoros, los de Guarrazar y Torredonjimeno, mermados y dispersos por su valor y atractivo que les ha ocasionado cuantiosas peripecias; a pesar de ello, constituyen aún un conjunto impresionante y admirable dentro de la orfebrería antigua y medieval europea.

El tesoro de Guarrazar se descubrió en el siglo XIX cerca de esta localidad toledana, en un escondrijo de la cámara lateral de una iglesia de crucero; se dispersó en el comercio de antigüedades, de forma que algunas de sus mejores joyas estuvieron casi un siglo en París, hasta la recuperación para el Museo Arqueológico Nacional en el intercambio realizado con Francia en 1941; otra parte pasó a la Armería Real por adquisición de Isabel II, donde sufrió expolios en 1921 y 1936, y ahora se conserva en el Palacio de Oriente. La parte fundamental del tesoro son las coronas votivas y las cruces; estas coronas se colgaban sobre los altares, de acuerdo con una costumbre bizantina que sabemos siguieron los emperadores Justiniano y Mauricio y la emperatriz Irene, en Santa Sofía de Constantinopla. Los monarcas toledanos siguieron en muchos de sus actos el ejemplo bizantino, de forma que ya Recaredo dedicó una corona de este tipo en San Félix de Gerona. En el tesoro de Guarrazar las dos coronas de mayor riqueza llevan suspendidas letras sueltas con los nombres de Suintila y Recesvinto, por lo que se supone que estuvieron situadas primitivamente en alguna iglesia de Toledo, junto con el resto de las piezas, y que fueron recogidas y ocultadas ante la invasión musulmana. La técnica de fabricación de las coronas votivas es muy variada, aunque el aspecto final resulte semejante.

Las más sencillas están formadas por dos láminas de oro curvadas y unidas por una bisagra, con decoración repujada de roleos vegetales o círculos con rosetas, o con triángulos calados, como la dedicada por el abad Teodosio a san Esteban, que se conserva en el Palacio Real. En otros casos, las incisiones y grabados se combinan con cápsulas para contener gemas de diversas formas, y siempre hay filas de perlas o pedrería colgante en el borde inferior. Otro tipo de coronas tiene forma de enrejado con barrotes huecos que se empalman mediante cápsulas con piedras preciosas. La suspensión de estas coronas es mediante cadenas que se unen en una macolla de dos azucenas, y se complementan con cruces que colgarían más bajas en el centro. Los tipos de cruces son semejantes: de láminas recortadas con repujados o rótulos de los dedicantes, o de chapas sobre las que van soldadas las celdillas en las que se engastan las piedras. La corona de Suintila, robada de la Armería Real en 1921, estaba suspendida de cadenas formadas por eslabones acorazonados de chapa calada; el aro se componía de una doble chapa con dos filas de grandes piedras en cabujones en los bordes y una banda central calada con cápsulas para gemas; de ella colgaban las letras sueltas del nombre del rey, hechas con celdillas con almandinas recortadas, soldadas sobre láminas, y de cada letra colgaba una esmeralda, una perla y un zafiro. Toda esta rica composición de oro y pedrería es superada por la corona de Recesvinto, en la que la forma de las cadenas o las letras colgantes revela que proceden de un mismo taller, cuya técnica no cambió en los veinte años que pudieron pasar entre la realización de las dos coronas.

El aro de la corona de Recesvinto es más ancho y consistente; los bordes llevan soldadas cintas de oro con un cordoncillo exterior y un dibujo de círculos secantes, como el de los frisos arquitectónicos, empleado para formar una red de celdillas rellenas de granates y esmeraldas; en la banda central hay tres hileras de piedras en cabujones, separadas por dibujos calados de palmetas esquemáticas, que también se rellenan de granates; las piedras van alternadas al tresbolillo y son zafiros de gran tamaño y perlas. Al mismo estilo de la corona de Recesvinto corresponden dos brazos de una cruz de gran tamaño, con zafiros alineados en el centro y perlas en los bordes. La cruz colgante de la corona de Suintila era una pieza de disco central y brazos ramificados, recompuesta con partes de otras dos cruces anteriores. La cruz de la corona de Recesvinto está formada por una sarta de cabujones soldados, que contienen grandes zafiros trabados con uñas en los brazos y perlas pareadas sobre cápsulas altas en los extremos; la cruz tiene detrás una aguja, como si hubiera servido primero de broche, y su técnica de engaste de la pedrería es idéntica a la bizantina, por lo que podría ser una pieza importada; desde luego, su estilo hizo escuela, ya que fue imitado en la forma de disponer los tipos y colores de las piedras en las cruces sencillas de chapa plana. Otra pieza reaprovechada por los orfebres de la corte toledana es una esmeralda del mismo tesoro, correspondiente al lote de la Armería Real, en la que está grabada la escena de la Anunciación; el estilo y la iconografía son orientales, aparte de que resulta muy improbable que la demanda visigoda permitiera la creación de un taller de entalles.

Puede mencionarse aquí otra joya de importación, la fíbula circular de oro encontrada en una tumba de Medellín (Badajoz), con la escena de la adoración de los Magos, acompañada de un rótulo griego, que se ha relacionado con talleres sirios. Si el tesoro de Guarrazar conserva en su mayor parte productos del taller cortesano de Toledo, el de Torredonjimeno (Jaén) parece reunir piezas de sucursal algo más provinciana, que conoce las mismas técnicas. La fragmentación de este tesoro se debe a que sus descubridores no supieron apreciarlo y se entregó de juguete a unos niños que lo desmenuzaron totalmente; luego se vendió lo que subsistía a varios coleccionistas y hoy se encuentra repartido entre los museos de Barcelona, Córdoba y el Nacional de Madrid. Había aquí una o más coronas como las de Guarrazar, de las que sólo se han conservado algunas letras colgantes, y con la misma técnica de láminas dobladas para formar celdillas hay varias cruces pequeñas. Entre otras muchas laminillas, piedras sueltas y cruces recortadas en planchas, existen varias cruces con sartas de zafiros y perlas engastados en cápsulas; otras se adornan con motivos vegetales repujados y de la combinación de los dos sistemas hay piezas con veneras y rótulos grabados en los brazos y un cabujón con zafiro en la parte central. En general su arte parece más tosco y recargado que el de Guarrazar, aunque influye mucho en esto la mala conservación.

En los rótulos de algunas cruces aparecen los nombres de las santas Justa y Rufina, por lo que algunos autores han identificado aquí el tesoro de una iglesia sevillana, escondido en la huida de una invasión musulmana, aunque pudiera pertenecer también a un templo más cercano al lugar del hallazgo, dedicado a las mismas santas. Otros tesoros menores, como el de Villafáfila (Zamora), de cruces recortadas en láminas, son testimonio de la extensa producción que pudieron tener los talleres de orfebrería visigoda, en los que la preferencia por las piedras preciosas de variados colores era una señal de lujo muy llamativa, que reseñan con admiración los cronistas de la invasión islámica, en la que se obtuvo un impresionante botín, tanto de objetos sagrados como de joyas personales y adornos de indumentaria o mobiliario.

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