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II Guerra Mundial

Desarrollo


Desde que Schlieffen estableció su célebre plan en 1906, ningún oficial alemán dudaba de la necesidad de batir a los enemigos, uno por uno, desplazando la masa de maniobra por los magníficos sistemas de comunicaciones alemanas. Por ello, en 1939, sólo unos cuantos regimientos se situaron en las fortificaciones de la inacabada línea Sigfrido de la frontera francesa. El grueso de la Wehrmacht y la Luftwaffe fue orientado hacia Polonia. A pesar de los éxitos de 1917 y 1918, los generales aliados desconfiaban de los carros de combate. En la Ecole Superiéure de Guerre eran considerados armas de acompañamiento o exploración, integrados, como un ingenio más, en la masa que se movía a pie o a caballo. Por su parte, dos militares británicos, J. F. C. Fuller y B. H. Liddell Hart, desarrollaron la idea de que serían el arma decisiva de la guerra futura. En Alemania, Guderian, entonces un desconocido general, vinculó la idea de la guerra de blindados con la de una aviación capaz de explorar el terreno y apoyarlos con el fuego. Cuando Hitler llegó al poder, Guderian consiguió su apoyo aunque los grandes generales consideraban su proyecto excesivamente revolucionario. Realmente lo era en los procedimientos pero no en las finalidades; la estrategia prusiana tradicional se apoyaba en rápidas ofensivas y, sin embargo, las batallas de desgaste de la Primera Guerra Mundial habían resultado desastrosas para los alemanes.

Como país pequeño y sin colonias, no podía resistir guerras largas; Alemania necesitaba la victoria antes de agotar sus recursos humanos y materiales. La teoría de Guderian prometía vencer, combinando los tanques y los aviones, en una rápida ofensiva sin desgaste: la Blitzkrieg o guerra relámpago. En 1934, un año después de que Hitler llegara al poder, Alemania contó con la primera división panzer y en 1939 dispuso de seis, apoyadas por una magnífica aviación táctica, entrenada en la guerra civil española. Sin embargo, faltaba equipo militar. Hitler había prometido a los generales que no entraría en guerra hasta 1944 y, cuando en 1939, decidió invadir Polonia, Alemania no estaba militarmente preparada. La Luftwaffe contaba con 1.800 aparatos magníficos pero en la Wehrmacht, sólo estaban al día las seis divisiones panzer, mientras las 92 restantes constituían una masa de a pie con la artillería arrastrada por caballos; 46 de ellas encuadraban reservistas, en su mayoría mayores de 40 años, y las otras 10, muchachos recién incorporados. El material era escaso; a un total de 3.900 blindados franceses y 1.300 británicos, se oponían 2.400 alemanes menos armados y acorazados, aunque más maniobreros y rápidos. Ninguno de ellos podía, sin embargo, comparar su potencia a la del enorme Renault B-1 francés, armado con un cañón de 75 mm y otro de 47 mm. La llanura polaca, cubierta por numerosos bosques, lagos y arenales y surcada por escasas carreteras, se había secado durante el verano de 1939.

Sus suelos duros y compactos a finales de agosto, previsiblemente, a mediados de octubre se enfangarían entre lluvias y nieblas. En septiembre un Ejército lanzado contra Polonia podría moverse bien en la llanada; un mes más tarde, chapotearía en el barro. La guerra comenzó una semana después de firmarse el pacto germano-soviético. Cerca de la frontera, los alemanes disfrazaron a un grupo de prisioneros de soldados polacos y los acribillaron, como si fueran una tropa sorprendida mientras invadía territorio alemán. Sin advertencias ni declaración de guerra, a las cinco de la madrugada del 1 de septiembre, la Luftwaffe atacó Polonia y, una hora más tarde, entraron las tropas. Hitler anunció por radio que sus fuerzas, en legítima defensa, estaban rechazando una invasión polaca. El mismo día 1, el presidente norteamericano Roosevelt pidió a Gran Bretaña, Francia, Alemania y Polonia que no bombardeasen ciudades abiertas ni poblaciones civiles. El 3, los Gobiernos de Londres y París presentaron un ultimátum a Berlín para que detuviera la invasión. No obtuvieron respuesta y declararon la guerra al Reich. Entre tanto, la Luftwaffe atacaba los puentes, cruces de carreteras, aeródromos y ferrocarriles polacos. Nuevos y pequeños bombarderos, los Ju-87 (Stuka), se lanzaban en picado sobre los objetivos reducidos, emitiendo un zumbido que helaba la sangre, hasta que, ya muy cerca del blanco, lanzaban una o dos bombas con precisión nunca vista.

Las carreteras y vías férreas quedaron cortadas; las locomotoras y aviones, reventados; las estaciones, talleres y depósitos, derruidos. Dos grupos de ejército habían cruzado la frontera, uno por el norte (von Bock) y otro, más poderoso, por el sur (von Runsdstedt). En vanguardia, marchaban unidades de tanques y fusileros blindados, que se infiltraron entre las posiciones polacas, adentrándose hacia la retaguardia a gran velocidad. En el aire y en tierra, los alemanes parecían estar en todas partes, mientras las comunicaciones se colapsaban. El alto mando polaco quedó desorientado y el Ejército se movió con enorme confusión. La técnica pareció arrinconar los valores del espíritu y, cuando los escuadrones a caballo cargaron contra los tanques, fueron prosaicamente aniquilados. Las resistencias y contraataques resultaron inútiles, mientras los alemanes confluían en dirección a Varsovia, que fue cercada el 16 y resistió con encarnizada determinación. La sorpresa y la velocidad se habían revelado armas contundentes. Las tropas motorizadas alemanas se adelantaban hasta 150 kilómetros, abandonando al grueso que avanzaba a pie. Audazmente, los destacamentos de tanques y automóviles aparecían por sorpresa, desbaratando las previsiones. En la guerra clásica, tan largas incursiones, a flanco descubierto, eran cosa de locos. En la Blitzkrieg destrozaban la resistencia enemiga. Mientras los alemanes completaban el cerco del Vístula, el general polaco Soskowski concentró sus tropas en el sureste para organizar una resistencia prolongada, pero, el 17 de septiembre, también cruzó la frontera polaca el Ejército de la URSS.

Al día siguiente, el Gobierno se refugió en Rumania y el Alto Mando recomendó la resistencia militar a toda costa. Varsovia, sometida a un bombardeo feroz, resistió hasta el 29; el resto del Ejército se mantuvo hasta que miles de soldados se refugiaron en los países vecinos. Las últimas resistencias cesaron el 5 de octubre, aunque algunos núcleos dispersos aguantaron hasta la llegada del invierno. A pesar de su declaración de guerra, las reacciones anglofrancesas fueron débiles. La Royal Navy no penetró en el Báltico y el Ejército francés atravesó la frontera alemana, avanzó unos kilómetros y luego regresó a sus bases de partida. Mussolini se declaró no beligerante y Franco, neutral. Los vencedores se repartieron los despojos de Polonia: el Reich se anexionó Danzig, Posnania y la Alta Silesia; la URSS se apoderó de territorios con minorías de bielorrusos y ucranianos, que habían pertenecido al Imperio zarista, la mitad oriental de Polonia, la región petrolera de Borislav-Drogodycz, Estonia, Letonia y Lituania e instaló guarniciones militares en Tallin, Riga y Kaunas. Polonia quedó reducida a un llamado Gobierno General, que comprendía Varsovia y Cracovia, regido por Hans Frank, un frío y culto católico de Franconia, amante de la música, la literatura y el arte, que implantó las prácticas nazis: control policial, exterminio de intelectuales, cierre de universidades y condenas a trabajos forzados.

Sistema de terror que se completó con la Ausserorddentliche Befriedigungaktion, operación de asentamiento de la raza aria en su espacio natural. En un solo año, 1.200.000 polacos y 300.000 judíos fueron deportados al Este, en condiciones inhumanas, que resultaron mortales para muchos. En su lugar se asentaron alemanes y volksdeutsche -alemanes con nacionalidad extranjera- y en ciudades como Cracovia, Czestochowa y Lublín se establecieron guetos para confinar a los judíos. La invasión había resultado un éxito pero, una vez ocupado el territorio, las tropas de von Bock y von Runsdstedt sólo tenían municiones para cinco días de combate y los carros precisaban intensas operaciones de mantenimiento y reparación. Era necesario hacer un alto para reorganizar no sólo las fuerzas de Polonia, sino todo el sistema militar: el Reich se rearmaba rápidamente, con el problema de un déficit de acero de 600.000 toneladas mensuales. El reparto de Polonia se revalidó a finales de septiembre, cuando Ribbentrop, ministro de Exteriores del Reich, realizó su segunda visita a Moscú. Hitler pagaba un alto precio para establecer relaciones comerciales con la URSS, que compensaran el bloqueo británico, y para asegurarse que Stalin sería neutral cuando llegara el momento de atacar Francia. La esperanza francobritánica sobre un conflicto entre el Reich y la URSS quedó arruinada.

En octubre, Hitler anunció una política de paz con Francia e Inglaterra, a cambio de reconocer la partición de Polonia, ofreció vagas reducciones de armamentos y una conferencia. Como el rechazo fue total, anunció que los aliados elegían deliberadamente la guerra. La propaganda nazi estaba servida. El 11 de febrero de 1940 se firmó un acuerdo comercial germano-soviético para intercambiar materias primas y material militar. Alemania recibiría cereales, petróleo, fosfatos, algodón y permiso de tránsito para la soja de Manchuria. A cambio, entregaría a la URSS el crucero Lützow, los planos del Bismarck, cañones, aviones, prototipos de diversas armas y máquinas-herramienta. El acuerdo resolvió los problemas alemanes de suministro y dejó a Stalin las manos libres en el Este.

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