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San Agustín no es un único yacimiento arqueológico y tampoco una sola cultura. En su superficie, de más de 500 kilómetros cuadrados, se encuentran por lo menos treinta emplazamientos cuyas características hacen pensar que la región estuvo poblada durante largos períodos de tiempo por grupos numerosos y sedentarios que contribuyeron a la transformación del paisaje con la práctica de una agricultura intensiva, construcción de caminos, numerosos asen, tamientos y grandes edificaciones de tierra. San Agustín aparece como una larga secuencia de fases culturales, en parte incluidas unas dentro de otras y en parte representando ocupaciones sucesivas, cuyos orígenes pueden remontarse, tal vez, hasta el primer milenio antes de nuestra era, mientras que se encuentran dataciones de los siglos IV y X d. C. Las conocidas estatuas de San Agustín son, por lo tanto, difíciles de fechar, y es probable que los diferentes estilos encontrados en las mismas correspondan a fechas diferentes. Pero todas tienen en común su asociación con diversas prácticas funerarias, algunas verdaderamente espectaculares. Se encuentran cámaras formadas por grandes lajas de piedra, cubiertas por túmulos de tierra de unos 4 metros de altura y 25 de diámetro. En ellas suele aparecer una escultura monumental de aspecto medio humano, medio animal, y otras que adoptan la forma de guerreros guardianes y sirven a la vez de soporte del techo. Tanto las paredes de la cámara como las estatuas tienen restos de pintura roja, negra y amarilla.

Hay también entierros en forma de cista, una gran caja rectangular formada por varias lajas de piedra y tapada con lajas o una única laja tallada en bajorrelieve. En las más grandes de estas cistas se encuentra un sarcófago monolítico, cubierto también con una tapa labrada, de los que se conocen más de treinta. Y hay tumbas de tiro, o pozo profundo, con una cámara lateral en el fondo donde suelen encontrarse urnas funerarias de cerámica que encierran las cenizas del difunto. Y son frecuentes las tumbas formadas por un hoyo poco profundo con uno o varios cadáveres en posición flexionada, y que a veces se encuentran excavados en los propios túmulos. La diversidad de los tipos de enterramiento podría deberse, como opinan algunos autores, al considerable espacio cronológico que ocupa San Agustín, pero parece evidente que los distintos entierros indican diferencias acusadas sociales y de rango, reservando indudablemente las tumbas complejas, túmulos y cistas, para personajes de importancia. Además, la ejecución de estas mismas tumbas con el aditamento de estatuas y losas talladas, nos está indicando la existencia de especialistas dedicados a su elaboración, así como de una organización eficiente que dirigió la ejecución de estas complejas tareas. Asociada siempre con los enterramientos se encuentra una imponente escultura monumental. Su diversidad de estilos correspondería a épocas diferentes, pero posiblemente también a funciones distintas, siendo siempre constante su aspecto impresionante.

Mención especial merecen los grabados y tallados sobre rocas naturales, generalmente líneas simples que representan con sencillez diversos motivos, pero entre los que destaca con fuerza la Fuente de Lavapatas. Sobre una roca monumental se han tallado tres balsas cuadradas conectadas por canales serpenteantes por los que fluye el agua formando cascadas, y en las paredes de las balsas, toda una serie de animales y rostros y figuras humanas, que se bañan en las aguas del arroyo y que constituyen una manifestación artística perfectamente integrada con la naturaleza. De las esculturas monumentales, el tipo de arte más característico de San Agustín, se conocen unas 320, solas o en grupos, en el interior de las cámaras o en campo abierto, en lo alto de las colinas. Talladas siempre en bloques de piedra monolíticos, dacita, basalto o andesita, pueden alcanzar varias toneladas de peso. Algunas fueron labradas in situ, utilizando mazos de piedra dura, realizando los detalles por medio de una técnica de golpeteo y picoteo, y empleando abrasivos para lograr una superficie pulida. Todas estuvieron policromadas, y en algunas se conservan aún restos de pintura negra, roja, blanca y amarilla, de origen mineral. En realidad, más que esculturas en bulto redondo, son relieves tallados en torno a un bloque, más evidente en unos estilos que en otros, encontrándose algunas figuras como columnas tratadas muy superficialmente, otras de formas absolutamente planas y algunas trabajadas de manera más abultada.

El interés principal radica en la cabeza, que es además desproporcionadamente grande, con una boca muy elaborada y un gran tocado, esbozando apenas el resto del cuerpo. Las figuras se conciben de forma plana y un tanto simétrica, con una acusada frontalidad y una rigidez evidente. Las obras más características y conocidas corresponden al llamado estilo expresionista. Entre ellas destaca el tema del monstruo-jaguar, con enorme cabeza de rasgos exagerados, ojos rasgados en forma de D acostada, ancha nariz y gran boca entreabierta con grandes colmillos. En las manos sostienen objetos diversos, un tumi o cuchillo de sacrificios, los instrumentos para el consumo de la coca, serpientes, un pescado, un niño... Entre las figuras del llamado estilo naturalista destacan las de guardianes o atlantes, guerreros con el atuendo característico y armas como escudos, porras o macanas. En este estilo aparecen asimismo las figuras del alter ego o doble, un ser humano con otro encaramado a su espalda que puede ser un felino. Y también se encuadran aquí las grandes figuras de animales, aves monumentales, águilas y búhos que suelen agarrar algo con el pico y las patas. Las estatuas de estilo abstracto alcanzan un alto grado de simplificación de la forma humana, con extraños rostros de ojos y bocas rectangulares que se han interpretado como máscaras.

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