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Datos principales


Rango

ibérico

Desarrollo


La cultura ibérica mostró, al igual que otras muchas culturas antiguas, un elevado interés por la alfarería y la producción cerámica. Ello resulta lógico si tenemos en cuenta que la cerámica era ya en aquellos momentos una técnica antigua y bien conocida, que permitía fabricar, de manera fácil y económica, al tiempo que duradera, una serie de objetos necesarios para el desarrollo de su economía y su modo de vida. De cerámica eran muchos de los cacharros de cocina, que se podían exponer directamente al fuego; pero también los recipientes para almacenar las provisiones -tanto sólidas como líquidas-, para ir por agua a la fuente, envasar los productos que se iban a exportar y recibir los que se habían de importar; servía asimismo como vajilla de mesa y, en último término, como recipiente para acoger las cenizas de muertos; esto es, la cerámica resultaba útil en casi todos los momentos y en casi todos los lugares en que el ibero debía desarrollar su vida, lo que explica la variedad de tipos, formas, calidades y acabados que encontramos entre sus producciones. Pero el estudio de la cerámica ibérica se complica más de lo que podría parecer, por varios factores. En primer lugar, porque se trata de una materia prácticamente imperecedera, cuyos restos se conservan inalterados durante miles de años, en tanto que otros tipos de recipientes, que sin duda se utilizaron también con profusión en el mundo ibérico, han desaparecido sin dejar rastro; es lo que ocurre, por ejemplo, con la madera o la piel.

Debemos suponer que una parte de los utensilios de uso cotidiano fueron de madera, que tenía la ventaja de ser más barata y fácil de fabricar que los de barro, aunque no se podían exponer al fuego y su duración era menor. Las pieles debieron servir sobre todo para el transporte de líquidos, como vemos en los relieves de no pocas culturas contemporáneas y posteriores. Pero la cerámica no tenía sólo un uso funcional, con ser éste el más importante. Se trataba de un utensilio de muy amplia difusión y de uso cotidiano, lo que facilitaba su carácter de vehículo de difusión de motivos decorativos, ideas religiosas y propaganda personal e institucional. La tecnología de la producción de la cerámica es algo que los pueblos antiguos dominaron bastante bien, y los iberos consiguieron realizar una cerámica en algunos casos de alta calidad y buena apariencia. Para realizar la cerámica se debía proceder en primer lugar a la decantación del barro, lo que se realizaba en unas piletas ubicadas en las inmediaciones del alfar; a continuación se modelaba el barro, a mano o mediante el empleo del torno de alfarero, que los iberos conocen desde el primer momento, probablemente como herencia del período orientalizante, a donde llegó a través de los fenicios. Una vez formado el vaso, se le da un acabado que puede ser de diversas clases: un simple alisado de la superficie, que tiene por objeto eliminar las irregularidades más manifiestas y tapar los poros, aunque en el caso de la cerámica de cocina que iba a ser expuesta directamente al fuego ni siquiera se hacía esto, pues los poros abiertos facilitaban la absorción del calor; es más, este tipo de cerámica en muchas ocasiones era realizado a mano o a torno lento, mientras que el resto de la cerámica lo era a torno rápido. La terminación podía consistir también en un bruñido, esto es, en una especie de alisado, pero realizado con más esmero e instrumentos adecuados, que conferían un tono brillante a la superficie y que, con todo, no fue un procedimiento muy utilizado por los iberos. Más frecuente fue la aplicación de un engobe, capa de arcilla más fina y depurada aplicada sobre la superficie del recipiente, bien sea mediante pincel, bien sea por inmersión, que al tiempo que embellece el vaso contribuye a tapar los poros y puede recibir luego los mismos acabados que la cerámica original.

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