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Datos principales


Rango

ibérico

Desarrollo


La orfebrería ibérica es deudora directa de la orientalizante, muchas de cuyas técnicas de fabricación y de cuyos motivos decorativos y ornamentales continúa. Sin embargo, se introducen formas y objetos nuevos, que, junto con el abandono de algunas de las técnicas propiamente orientalizantes, otorgarán a la orfebrería ibérica una entidad propia. Este cambio se alcanza sobre todo en la fase final del período ibérico, en los siglos II y I a. C., durante los inicios de la presencia romana en la Península Ibérica. Podríamos hablar, en realidad, de dos tradiciones decorativas en la orfebrería ibérica: la orientalizante, que reproduce, con las naturales variaciones, motivos ornamentales, decorativos y figurados, de tradición fenicia y oriental, directamente derivados del mundo tartésico, y la griega clásica, que influye especialmente en el mundo ibérico clásico; ambas llegan a mezclarse, formando un estilo propiamente ibérico, que en su fase más pura se caracteriza por su realismo y naturalismo, tanto en las formas animales como en las vegetales, y que en los últimos tiempos cede el lugar a las formas estilizadas y geométricas. Según María Luisa de la Bandera, podrían identificarse tres escuelas, grupos de talleres o tradiciones de orfebrería bien individualizadas: la del Guadalquivir, de tradición fenicio-púnica, caracterizada por lo cuidado del detalle y un cierto preciosismo; la del Sureste y Levante, con predominio de los elementos de origen griego, y la del Este y la Meseta sur, con estilo más rudo y técnica menos elaborada, que parece traslucir una cierta influencia céltica sobre un sustrato indígena poco modificado por las aportaciones del exterior en épocas inmediatamente anteriores.

En la joyería ibérica destacan principalmente los anillos, arracadas, diademas y brazaletes. Los anillos suelen ser en un primer momento de chatón giratorio, con una piedra engarzada, sin decoración o con entalles con decoración figurada de divinidades grecofenicias; en todo ello se continúa la tradición orientalizante, pero a medida que pasa el tiempo, este tipo de anillo va cediendo el paso a otro, formado por un chatón fijo en el que se continúan plasmando temas iconográficos de raigambre clásica. Y, por último, también se imponen anillos de espirales rematadas en dos cabecitas de serpiente, relacionados con los brazaletes del mismo tipo, muy frecuentes en época tardoibérica. Tan características como los anillos son las arracadas o pendientes, también de derivación orientalizante, y que pueden estar hechas, o bien de una lámina decorada con filigrana y glóbulos, o bien de una lámina curvada formando una especie de morcilla, de donde le viene el nombre de pendientes amorcillados. Es quizá el elemento más característico de toda la orfebrería ibérica. Los collares son también uno de los principales elementos de ajuar del mundo ibérico. También aquí encontramos dos tradiciones complementarias: la orientalizante, plasmada en los collares propios del mundo tartésico y fenicio, con colgantes de los tipos característicos: corazones, plaquitas, rosetas, flores, etc., y la de tradición indígena, con su collar rígido tradicional, el llamado torques, aunque los ibéricos están hechos no de una sola pieza como aquellos, sino de varios hilos trenzados que forman un grueso cable.

Los más característicos son los de tres o cuatro hilos de grosor decreciente, con los extremos fundidos en un solo cuerpo. Las diademas siguen siendo piezas del mayor interés y difusión entre los iberos. En el sur, se continúan usando las antiguas diademas orientalizantes con varios elementos articulados y piezas triangulares en los extremos; pero en la región levantina se impone un nuevo tipo, formado por una sola banda central, dividida en varios frisos, con extremos también triangulares. Los brazaletes más característicos son los que rematan en cabezas de serpiente, y especialmente aquellos de cuerpo en espiral con varias vueltas, que en ocasiones pueden ser más de diez. Y los cinturones muestran también grandes broches decorados, por regla general, con motivos nielados. Complementos del ajuar individual eran las fíbulas, de bronce en su mayoría, aunque existían también piezas de plata de muy considerable valor.

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