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Datos principales


Rango

ibérico

Desarrollo


El esquema básico de la evolución cultural, con fundamento arqueológico, aludido en relación con Tartessos y su espacio geográfico del Mediodía peninsular, se repite en sus líneas esenciales en las zonas del sudeste y Levante que figuran entre las principales para el desarrollo de las culturas ibéricas. En efecto, la Edad del Bronce, con la facies regional característica del Bronce valenciano, se cierra con una etapa de recesión reconocible como del Bronce tardío o de la primera etapa del Bronce final. La consolidación de este último significa una ruptura con las fases anteriores y el comienzo de una renovación cultural de gran impulso, animada por los influjos de las culturas de los campos de urnas, de origen centroeuropeo y extendidas más acá de los Pirineos, y, sobre todo, por la irradiación de la brillante cultura tartésica. La intensidad de la impronta tartésica se empezó a comprobar hace algunos años en los yacimientos de los Saladares, en Orihuela (Alicante), y de Vinarragell, en Burriana (Castellón), y se ha confirmado posteriormente en muchos otros: la Peña Negra de Crevillente (Alicante), los Villares de Caudete de las Torres (Valencia), Puntal del Llops, en Olocau (Valencia), entre ellos. Las cerámicas con decoración bruñida, los vasos carenados y demás signos materiales del Bronce final tartésico se hacen comunes en los yacimientos que, seguidos de una etapa orientalizante, constituyen la base estructural de la plena cultura ibérica.

La investigación arqueológica ha venido, una vez más, a confirmar aspectos de la realidad cultural que sugerían las fuentes literarias. En la problemática "Ora Marítima" de Avieno se sitúa el límite de los tartesios en las inmediaciones de la desembocadura del río Sicano (el Júcar), por donde se hallaba una ciudad limítrofe, Herna, que ha de identificarse con alguno de los centros de la zona alicantina. La irradiación más al norte de la misma oleada aculturadora puede seguirse en yacimientos como los acabados de citar, y en la aparición de productos como las urnas de tipo Cruz del Negro o las fíbulas de doble resorte, que alcanzan las zonas septentrionales de Cataluña -según se comprueba en Agullana (Gerona)- e incluso atraviesan los Pirineos. Con estos precedentes, lo que suele entenderse por culturas ibéricas clásicas, se manifiestan ya con plenitud desde fechas que la investigación más reciente ha ido remontando a tiempos más antiguos de lo que hasta no hace mucho se pensaba. Ya en el siglo VI a. C., rasgos principales de la cultura ibérica aparecen perfectamente definidos, y sus centros más activos estarán en condiciones de ofrecer muy pronto algunas de las más vigorosas creaciones de toda la historia de la cultura ibérica, entre ellas su mejor escultura. No extrañará que los focos más precoces y activos de la producción artística ibérica se hallen hacia la alta Andalucía y las zonas albaceteña y murciana, en lo que parece corroborarse la procedencia de un flujo civilizador originario de la zona nuclear de Tartessos, cuya teórica trayectoria podría trazarse aguas arriba del Guadalquivir hacia el sudeste, siguiendo una ruta ilustre, la llamada vía Heraclea.

Aunque estas indicaciones deban hacerse con todas las cautelas, porque nuevos hallazgos -de los que tan pródigos en cantidad y en importancia vienen siendo los últimos años- pueden cambiar sensiblemente el signo de nuestras deducciones, parece confirmarse una impresión ya antigua, según la cual, la vanguardia cultural y artística mantenida por el occidente andaluz durante la época tartésica, se traslada a la alta Andalucía y el sudeste durante las etapas correspondientes a las culturas ibéricas. Los agentes del proceso y el rumbo de la nueva orientación cultural hay que vincularlos a un fenómeno complejo, inserto en la general maduración de las civilizaciones urbanas mediterráneas, determinado para nuestro caso, entre los factores fundamentales externos, por estímulos tan importantes como los derivados de la colonización focense, o la consolidación de Cartago como gran potencia colonial del Mediterráneo occidental, a los que pueden añadirse otros muchos, entre ellos la proximidad de una cultura tan personal y activa comercialmente como la etrusca. En el orden interno, junto al peso de los sustratos, los contactos de los pueblos ibéricos del Mediodía y la franja costera mediterránea, con las culturas del interior peninsular, de raigambre céltica, determinarán también facetas destacadas en la evolución general de la civilización, artística y de todo orden, de los iberos. Si en una exposición tan concisa como la obligada aquí, puede decirse lo anterior sobre las causas que lanzaron y conformaron la cultura ibérica en sus áreas principales, no resulta igual de fácil aludir en un par de líneas a las razones que condujeron al oscurecimiento artístico de la baja Andalucía, de lo que fue solar principal de Tartessos.

Hay que pensar en una crisis más acentuada por el resquebrajamiento de esta mitificada civilización, pero tal vez no todo fue decadencia o marginación, porque también hay signos de recuperación tras la fase más aguda de la crisis en el siglo VI a. C. Habrá que esperar a nuevas investigaciones que profundicen en las causas de la pobreza artística de la Turdetania, y reservar la discusión de nuestras propias opiniones para acometerlas con más reposo en mejor ocasión. El caso es que la cultura ibérica se muestra con una gran riqueza en el capítulo de las creaciones artísticas, que, muy importantes en sí mismas, en su estricta dimensión artística, multiplican su interés como medio privilegiado del que valerse para penetrar en el conocimiento de una cultura avanzada y compleja, pero huérfana de tradición literaria conservada y conocida. Se hace, por ejemplo, inmediata la evidencia de un arte heterogéneo que denuncia la diversidad de los pueblos ibéricos, aunque tal designación globalizadora, aplicada en función de lo que dicen los autores antiguos que tratan de Iberia, puede mantenerse tras contemplar un arte al que conviene también la designación única y sintética de ibérico, con todas las matizaciones que para cada sector o cada pueblo haya que hacer. Muy sumariamente -y soslayando la densa problemática en torno a los nombres, orígenes y localización- hay que mencionar, entre los pueblos ibéricos, a los siguientes, de suroeste a nordeste: los turdetanos, descendientes directos de los tartesios, con los que se mezclaron, en las provincias occidentales de Andalucía, los celtici de que habla Plinio; tierras arriba del Guadalquivir se hallaban los túrdulos (llegados también a las costas del golfo de Cádiz y presentes en la Lusitania: los llamados turduli veteres; los bastetanos (relacionables, quizá, con los mastienos o mastetanos) se extendían por las provincias de Jaén, Granada y Murcia, y tenían por vecinos, en las comarcas de Sierra Morena, a los oretanos; los libiofenicios o bastulofenicios ocupaban las zonas costeras de Málaga, Granada y Almería; los contestanos, edetanos e ilercavones cubrían el País Valenciano y algunas zonas limítrofes; y en Cataluña vivían los ilergetes, los cosetanos, los layetanos, los ausones y otros.

Por el interior, quedan muy vinculados culturalmente al ámbito ibérico los celtíberos, designación genérica de pueblos, a su vez, diversos. Todos estos pueblos, con su diversidad étnica, cultural y artística, cubrieron el último capítulo de la historia de su producción de obras de arte bajo el signo de la dominación romana. Este hecho crucial desde el punto de vista político e histórico, tendrá su lógica consecuencia en el terreno del arte, pero no será siempre para someter a su corriente unificadora cualquier asomo de distinción o de personalidad ibérica; antes al contrario, el revulsivo, entre otras cosas económico, que supuso la incorporación al Imperio, dará lugar a algunas de las más características producciones artísticas ibéricas, como las cerámicas, algunas de las escultóricas, las del interesante campo de la numismática, y otras. Así ocurrió, sobre todo, en la época republicana, hasta que con el Imperio, el arte se politiza como nunca antes, y al servicio de Roma se hará ya más romano que ibérico.

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