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tartessos

Desarrollo


Se ha comentado cómo en tiempos próximos o contemporáneos a la acción de los colonos semitas, los asentamientos tartésicos dan muestras de un progreso arquitectónico notable. La tendencia se ratifica en la plena etapa orientalizante. Aparte de las construcciones defensivas, siempre en vanguardia por razones fáciles de entender, la superación de la pobre arquitectura anterior se hace más evidente en la nueva concepción de los trazados urbanos y, en relación con ello, de la arquitectura doméstica. Las cabañas de planta redondeada son sustituidas por construcciones rectangulares, más sólidas técnicamente, y más complejas en su estructura. El cambio se detecta en la generalidad del ámbito tartésico, como demuestran los yacimientos del poblado bajo del Carambolo, el Cerro Macareno, o la Colina de los Quemados. Aparte de éstos, y otros no citados, que confirman la tendencia, resulta del máximo interés comprobar en dos yacimientos bastante alejados -Tejada la Vieja, en Huelva, y Puente de Tablas, en Jaén- la configuración de pautas urbanísticas bastante claras y homogéneas, apreciables por la excavación en extenso de los núcleos de habitación. En Tejada la Vieja, su revitalización urbana en fechas avanzadas, desde fines del siglo VI a. C., se manifiesta en el cuidado de la muralla, que recibe más o menos por entonces el refuerzo de los bastiones o contrafuertes trapezoidales, y, sobre todo, en la nueva planificación urbanística.

Se definen perfectamente calles y plazas, en una trama que no puede llamarse hipodámica, pero sí es bastante regular, avanzada y funcional. Las casas son de varios ambientes, y bastante cuidadas, aunque menos que construcciones mayores, algunas de ellas almacenes, que por sus características parecen corresponder a edificios públicos. Más importante es destacar la distribución funcional, con manzanas o zonas destinadas a viviendas, unas, a almacenes y actividades fabriles, otras. En lo excavado se comprueba la ubicación de los talleres minerometalúrgicos en zonas extremas, junto a las murallas, lo que veremos repetirse en poblados ibéricos como El Oral (Alicante) o el Castellet Bernabé (Valencia). En el oppidum de Plaza de Armas de Puente de Tablas se comprueba un proceso urbanístico parejo -hasta niveles sorprendentes- al de Tejada. Las murallas, muy similares a las del yacimiento onubense, se refuerzan igualmente con grandes bastiones cuadrangulares hacia el siglo VI a. C., fecha en la que se consolida también, en el interior, una organización urbanística regular, con calles bien trazadas y casas complejas de varios ambientes. Se perfila aquí un tipo de casa con un pequeño patio anterior y las habitaciones alrededor, en algún caso con dos pisos, de claro sabor mediterráneo. El yacimiento de Montemolín (Marchena, Sevilla) registra una típica secuencia tartésica, que arranca del Bronce final, al que corresponde un amplio edificio de planta elipsoidal, sustituido después, en la etapa orientalizante, por otro rectangular de parecidas dimensiones.

Es un nuevo caso de imposición de las plantas cuadrangulares sobre las redondeadas, en este caso en edificios de carácter público -en la acrópolis del yacimiento- a juzgar por sus notables dimensiones. Alumbra, por cierto, una parcela del máximo interés, la correspondiente a las construcciones oficiales o públicas, a las que habría que añadir aquí algún otro edificio de clasificación y explicación problemáticas. Por ejemplo, el extraordinario monumento de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz). El edificio exhumado, en excepcional estado de conservación, corresponde a su configuración y uso en fechas comprendidas entre la segunda mitad del siglo VI a. C. y su abandono en la primera mitad del IV a. C. Es de planta cuadrada (20 m de fondo y casi 21 de anchura), de gruesos muros de adobe, elevado sobre una plataforma más amplia de grandes piedras; la fachada principal, la que mira al este, se retranquea en el centro para determinar un espacio abierto anterior, integrado en el edificio, donde se hallan las puertas de ingreso, espacio destinado a un papel principal en la funcionalidad de la construcción, como revelan los restos hallados y, sobre todo, el cuidado con que fue placado y pavimentado con losas de pizarra azulada. El interior queda distribuido en varias estancias al fondo de una crujía corrida a todo lo ancho del edificio, que dejan al centro un espacio más amplio y principal -interpretado como un adyton o cámara sagrada-, con gran pilar de adobes en el centro, para sujetar la cubierta.

Toda ella debía de ser plana, y destinada también a ceremonias. Los materiales recuperados son igualmente excepcionales. En medio de abundantes cenizas, se han hallado multitud de ánforas, vasos griegos, y otros muchos recipientes cerámicos; un vaso de alabastro, bocados y arreos de caballo de bronce, vasos, asadores, figuras y complementos diversos del mismo metal, marfiles decorados, joyas, adornos de pasta vítrea, escarabeos, todo ello de origen y tradición fenicia, etc. A lo dicho, que basta para dar idea del interés extraordinario del monumento, hay que añadir el hecho de que tiene fases más antiguas y construcciones en su entorno, en curso de excavación, que acrecientan aún más su interés. El edificio, en su estructura, recuerda prototipos orientales, y es fácil suponer que desde 1979, en que empezó a darse a conocer, ha despertado una densa y animada discusión científica acerca de su origen y significado, imposible de recoger aquí y aún en sus comienzos. Sea un palacio santuario, un altar de cenizas u otra cosa, bástenos anotar ahora su importancia como expresión de una arquitectura de características y funcionalidad poco comunes, presente en el ámbito tartésico en sus etapas más avanzadas al menos, y de la que habrá que esperar nuevos testimonios según avancen las excavaciones. Por otra parte, quizá deba incluirse en la corriente de renovación y monumentalización arquitectónica de la época orientalizante el también singular monumento funerario de Pozo Moro (Chinchilla, Albacete), si, como sospechamos, su cronología es anterior a la que parece deducirse de los datos complementarios proporcionados por ajuares asociables al monumento, pero del que no existen garantías de que correspondan a la época de su realización.

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