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Antoninos

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Los denarios del siglo I a. C., y una serie de testimonios literarios, nos dejan vislumbrar el crecido número de estatuas ecuestres que ornaban las plazas y los pórticos de la Roma republicana. Pese a toda esta documentación, hasta el presente no se han descubierto en la urbe restos de tales estatuas. Desde el momento de la instauración del régimen de Augusto, la familia imperial tiene el privilegio de levantar sus estatuas en la capital del Imperio, sin que se conozca el menor vestigio de excepción. En cambio, hay constancia de que todos los emperadores tuvieron su estatua, ajustada a un patrón constante y tradicional: el emperador montado, en el acto de la adlocutio, o revista militar, vestido de túnica y paludamentum y extendiendo el brazo en su saludo al pueblo y al ejército. Renuncia aquí el emperador a su coraza militar, como renunciaba en sus estancias en la metrópoli al uso de uniforme. De los muchos existentes en su día, ha llegado a nosotros casi íntegro un monumento que es pieza fundamental en la historia del arte: el Marco Aurelio que Miguel Angel instaló en la Plaza del Capitolio. Anteriormente, por lo menos desde el siglo X, la estatua se encontraba en la Plaza de San Juan de Letrán, donde tenía su casa el tres veces cónsul M. Annio Vero, natural de Espejo (Córdoba), y había nacido su nieto y futuro emperador, Marco Aurelio (161-180). Muy influyente en las estatuas ecuestres de la Edad Media, lo mismo que el Regisole de Pavía -Antonino Pío, a lo que parece-, fue modelo del primer Renacimiento, y sin ella no se explican las dos obras maestras del género ecuestre conservadas hoy, el Colleone de Verrocchio y el Gattamelata de Donatello.

Un Marco Aurelio algo más flaco y espigado que de costumbre en sus retratos extiende su diestra desde el lomo de un robusto caballo que levanta su mano derecha en airoso braceo, mientras otras dos patas se asientan en el suelo y la cuarta lo roza con el borde del casco. Según la vieja guía conocida como "Mirabilia urbis Romae", debajo de la pata derecha se encontraba la figura de un rey con las manos atadas a la espalda. La figura no era necesaria para soporte de la estatua, que nada ganaría con ese aditamento, antes perdería el mérito de su movimiento y de su ímpetu, dignos de la letrilla de Góngora: "tan gallardo iba el caballo / que en grave y airoso huello / con ambas manos medía / lo que hay de la cincha al suelo". Sin embargo, la noticia cuenta con el respaldo de reproducciones en monedas de otras estatuas, que sí se apoyan en un vencido. La estatua es digna de un arco de triunfo, y Marco Aurelio celebró varios, no por afición a las armas, que no la tenía, sino por cumplir con su destino de imperator. Su vocación de filósofo, su melancolía y su sentido humanitario lo predisponían a reinar bajo el signo de la paz; pero precisamente esa actitud, observada durante tantos años por sus dos predecesores, amortiguó el ardor guerrero de las legiones y las dotes de sus cuadros de mando. Los bárbaros acabaron por creer que el potencial bélico de Roma se había enmohecido y que no sólo había perdido su capacidad de ataque, sino la de defensa.

Al cundir la noticia de la muerte de Antonino Pío, los partos fueron los primeros en poner a prueba a los dos hermanos emperadores, que ni siquiera habían hecho el servicio militar. Y así se dio la paradoja de que el mayor de ellos, el estadista más pacífico del mundo, hubiera de pasar la mayor parte de su reinado en el campo de batalla. Marco Aurelio tardó en reaccionar. Los partos se apoderaron de Armenia tras derrotar al gobernador de Capadocia, que se quitó la vida, e invadieron Siria, que estaba a punto de perderse cuando el contraataque romano se produjo. Lucio Vero, al frente de las legiones de Occidente, y un militar sirio, brutal pero eficaz, C. Avidio Casio, tomaron el mando de las operaciones. Armenia recuperó la libertad y los invasores de Siria hubieron de evacuarla. Al año siguiente el teatro de operaciones se trasladó a Mesopotamia, donde las dos capitales de los partos, Seleucia del Tigris y Ctesifonte cayeron en poder de Roma y Avidio Casio emprendió la persecución por el altiplano iranio... Marco Aurelio y Lucio Vero celebraron en Roma el 15 de agosto del 166 el triunfo al que parece debida la estatua ecuestre del primero. Con los partos en fuga les llegaba la hora a los germanos.

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