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Datos principales


Rango

clasicismo augusteo

Desarrollo


La información escrita de que disponemos indica que si no todos, la inmensa mayoría de los escultores áulicos procedía de Grecia. Los programas de embellecimiento de Roma y de otras ciudades de Italia y de provincias requirieron los servicios de tal cantidad de artistas griegos, que Grecia acusó los efectos de aquella demanda. Plinio cita a varios de los más distinguidos, unos que trabajaban aisladamente, como Afrodisio de Tralles, otros en equipo, entre éstos a los que habían llenado los palacios de los Césares en el Palatino de sus excelentes estatuas (Palatinas domos Caesarum replevere probatissimis signis), a saber: Crátero, Pitodoro, Hermolao, Artemón, Diógenes de Atenas, autor de las cariátides, y de las esculturas del frontón del Pantheon de Agripa. Entre ellos tienen que estar los autores del Ara Pacis y de los clípeos y cariátides del Foro de Augusto. Sus nombres no dejan lugar a dudas de que eran griegos, aunque en su mayoría fuesen griegos de Italia. El más célebre de éstos había sido Pasiteles, "nacido en las costas griegas de Italia y receptor de la ciudadanía cuando se le dio a todas ellas" (en el 89 a. C.), decía Varrón (12). Gracias a Plinio, gran admirador suyo, se conocen muchos pormenores de su vida y de su obra, v. gr. que era coetáneo de Pompeyo; había escrito cinco volúmenes sobre las obras de arte del mundo entero (quinque volumina scripsit nobilium operum in toto orbe); consideraba a la coroplástica la base de la escultura y de la estatuaria siempre hacía un boceto en barro (nihil unquam fecit antequam finxit).

Se contaba de él la anécdota de que una vez, modelando un león del natural, estuvo a punto de morir víctima del ataque de una pantera; ocurría esto en un muelle en que habían desembarcado un cargamento de fieras de Africa. Por esa prueba de amor a la naturaleza, siempre se ha relacionado su nombre con los relieves Grimani. Pasiteles hizo escuela. De un discípulo suyo, Stéphanos, tenemos un original firmado, el Atleta de Villa Albani, en el que el autor se proclama "Pasitéleos mathetés", discípulo de Pasiteles; por tanto, de los años 50 a. C. La estatua representa a un efebo desnudo, con la cabeza inclinada hacia algo que llevaba en la mano izquierda. Su estilo se deriva de la escultura atlética del período severo, cuatro siglos anterior -v. gr. el Apolo del Omphalós-, pero también de cierta escultura helenística (cabezas pequeñas, piernas muy largas). Stéphanos era, pues, un ecléctico, discípulo además de un artista que amén de escultor era historiador del arte. El Atleta de Villa Albani tuvo un éxito poco común. Entre completas o incompletas, fieles o infieles, han llegado a nosotros 18 copias, una de ellas en compañía de otra figura: el Mercurio y Vulcano (u Orestes y Pílades) del Louvre. La fecha de las copias se escalona a lo largo del siglo que va de César a Nerón. A la época de éste, y al estilo de sus paños y peinados, pertenece el grupo de Orestes y Electra de la Colección Ludovisi (hoy Termas), a quienes los románticos como Herder consideraban bienaventurados con los que el hombre mortal era indigno de convivir (¡tanto han cambiado los criterios!).

El otro tiempo famoso grupo está firmado por otro griego, Menelaos, discípulo de Stéphanos. Como las fechas no casan, es seguro que Menelaos se arroga el discipulado de un maestro muy admirado por él, como hacía Lisipo con Policleto. De Pasiteles no tenemos obra alguna firmada, pero cabe relacionar con su estilo y con su gusto el estupendo Grupo de San Ildefonso (Museo del Prado). Vemos reunidos en él, en torno a un altar portátil, a un joven atleta, inspirado en el Doríforo de Policleto; a otro, en el Sauróctono de Praxiteles, y a una estatuilla arcaizante de una diosa o heroína. Una lección así de historia del arte es lo que esperaríamos de Pasiteles, de cuya escuela salieron virtuosos como Stéphanos y de éste otros como Menelaos, todo el gremio de los pasitélicos. Ellos llevaron la batuta de un siglo de escultura culterana y áulica en la Roma de Augusto. Si el hermoso retrato de Pompeyo no era obra del fundador (¿por qué, si no, se le ocurre a Plinio decir que Pasiteles vivió en los días de Pompeyo el Grande?), es posible que no entrase en los géneros que el romano podía considerar como más suyos: el retrato individual y la historia. Lo que sí es evidente es que Roma dejó en manos de estos griegos la plasmación de los dioses y los héroes. De ellos aprendió a estimar la belleza ideal de la Afrodita Urania, admirablemente descrita por Platón, a base de copiar, alterar y combinar (hasta al Sauróctono del Grupo de San Ildefonso, le pusieron en época de Adriano una cabeza de Antinoo) hacer obras de arte como el Idolino, o bellos objetos de arte mobiliar como el Efebo de Antequera, adorno en su día de un triclinio.

La anécdota de Pasiteles, el león y la pantera, es inseparable de los relieves Grimani, una leona y una oveja con sus crías respectivas en un paisaje idílico, adornos propios de fuentes, con sus caños manando agua por la boca del cachorro de la leona y de la vasija caída junto al cordero. Hoy se sabe que estos cuadritos ligeramente cóncavos adornaban un ninfeo de Praeneste, donde ha aparecido un tercero con una jabalina acompañada de sus rayones. Cuando Schreiber y Wickhoff debatían la ascendencia de éstos y los demás relieves pictóricos, atribuyéndolos el primero a la Alejandría de los Ptolomeos (siglo III a. C.) y el segundo a la Roma de César y Augusto, salieron a relucir con ellos por primera vez los relieves mitológicos del Ara Pacis y los de la coraza del Augusto de Prima Porta. Schreiber llamaba relieves de salón (Prachtreliefs) a los grandes, y relieves de gabinete (Kabinettreliefs) a los pequeños, que estimaba hechos para los cubicula. En los primeros predominaban los temas mitológicos -Perseo y Andrómeda, Dédalo e Icaro, etc., en grupos como los pasitélicos- y en los segundos los idílico-bucólicos, y aquí entraban naturalmente los de animales domésticos o salvajes que a punto habían estado de acabar con la vida del artista griego. En medio de la discusión, a los dos principales antagonistas se les pasó por alto el friso de Telefo, del Altar de Pérgamo, que permitía señalar una de las probables cunas de este género de relieves, la fecha de su iniciación a mediados del siglo II a. C. y sus relaciones con los muros de sillería del primer estilo pompeyano-romano, que forman el fondo de muchos relieves, y con los períbolos, pérgolas, monumentos votivos y ricas arquitecturas de los estilos segundo y cuarto. Rizzo y Rostowzew se encargarían de llenar el vacío.

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