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Datos principales


Rango

clasicismo augusteo

Desarrollo


Contiguo al Teatro de Marcelo en el Campo de Marte, y recuperado también enteramente en las excavaciones arqueológicas iniciadas en los años veinte, se encuentran el podio y tres columnas de algo más de 14 metros de alto del primer templo de Apolo que tuvo Roma. Fue construido a comienzos del principado de Augusto en sustitución de otro que, iniciado a partir de un altar, el llamado Apollinar, se remontaba al siglo V a. C., cuando Apollo Medicus, primer dios griego introducido en Roma, aunque no dentro del pomerium, libró a la población de los efectos calamitosos de la peste, pro valetudine populi (Livio, IV, 25, 3). La necesidad de desplazarlo para hacer sitio al Teatro de Marcelo dio ocasión a C. Sosio (cos. 33 a. C.), el almirante antoniano, de invertir la parte correspondiente de su botín de la Guerra de Judea, por la que celebró triunfo en el año 34 a. C., en la construcción de un magnífico edificio. Plinio y la posteridad lo conocerían como Templum Apollinis Sosiani. Su dedicación al culto debió de comenzar en el año 17 a. C. en que Sosio era uno de los "XV viri sacris faciundis" de los Juegos Seculares, pues la ornamentación está estrechamente relacionada con la del arco elevado por el Senado en honor de Augusto por la devolución de los estandartes y de los prisioneros romanos que estaban en poder de los partos (año 19 a. C.). Las excavaciones dieron la sorpresa, poco corriente en Roma, de recuperar en buena parte un edificio del que no se tenían más que referencias literarias.

El templo se alzaba sobre un podio de 5,5 metros de alto, de toba y travertino, relleno de hormigón, y era un pseudoperíptero corintio, de seis columnas de fachada y tres a cada lado del pronaos. Seguía una cella de siete columnas, adosadas al exterior de los muros laterales, todos ellos de travertino estucado, señal de arcaísmo. Las del pórtico y el entablamento eran, en cambio, de mármol blanco y las de las edículas del interior del polícromo africano. Muchos de los rasgos estilísticos de la arquitectura y la escultura del templo, han hecho pensar en un taller asiático, y no porque Sosio hubiese sido procónsul de Siria y de Cilicia durante cuatro años. Los cables de las basas áticas de las columnas; la alternancia de estrías anchas y estrechas en los fustes; los enormes capiteles, hechos en dos piezas de atormentada labra; las cuatro fasciae del arquitrabe en lugar de las habituales tres, y la más alta de ellas adornada con estrígiles; la temática del friso exterior -guirnaldas de laurel pendientes de bucráneos de grutesco y en el centro de cada tramo un candelabro sobre un trébede, indicando que el titular del edificio era Apolo-. Nada de ello es típico de la arquitectura augústea, pero en cambio es muy expresivo todo de la situación reinante en Roma, en que junto al clasicismo se producían manifestaciones de arte puramente helenístico. Incluso en partes del friso histórico de la cella -representación del triunfo sobre Judea- parecen haberse ocupado escultores locales, exponentes del arte considerado popular, como los que hicieron los frisos pequeños del interior del Ara Pacis.

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