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Rango

Roma y Pompeya

Desarrollo


Roma tuvo la fortuna de poseer muy pronto un nuevo procedimiento de construcción, basado en una mezcla de cal, arena, guijas, cascotes y piedras ligeras (toba, puzzolana), fáciles de obtener y que unían a su baratura, la plasticidad antes del fraguado y la solidez a toda prueba después del mismo. Sin el opus caementicium son inconcebibles muchos de los aspectos más trascendentales de la arquitectura romana: los grandes ámbitos termales, las inmensas bóvedas, y lo más admirable, las cúpulas, trasuntos de la esfera celeste. Roma hizo uso de la argamasa de cal desde principios del siglo II. Uno de los primeros testigos son los restos de la Porticus Aemilia, vastos almacenes de la zona portuaria de Roma, al sur del Aventino, construidos por los censores de 193 a. C., L. Emilio Lépido y L. Emilio Paulo. El opus caementicium requería la cubierta de paramentos de materiales ligeros y pequeños que ocultasen su núcleo de hormigón. El tufo, o toba, se prestaba para ello, y así fue empleado, partiéndolo en trozos piramidales del tamaño de una piña, irregulares al principio (opus incertum, hasta comienzos del siglo I) y muy bien hechos más tarde. Incrustada por el vértice en la argamasa, quedaba únicamente visible la base de la pirámide, formando el diseño de una retícula que le granjeó el nombre de opus reticulatum. La gran época de éste es el siglo de los Julio-Claudios; después, quedó reservado a obras muy exquisitas, como los paramentos y bóvedas de la Villa Adriana de Tívoli, y reemplazado en las demás por el más barato, pero también elegante, ladrillo (opus latericium). Recortar en un santiamén con la piqueta una pirámide de tufo de tamaño adecuado, a base de cinco o seis golpes, requiere la pericia que hoy aún poseen las cuadrillas que tienen a su cargo la conservación de conjuntos como el de Ostia. Por caro que saliese, el ladrillo hecho a molde salía más barato.

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