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Muerto el presidente Pompidou de una peculiar forma de leucemia lenta, la campaña electoral de 1974 revistió algunas particularidades inéditas. En primer lugar, supuso una especial forma de colaboración entre socialistas y comunistas, mucho menor que la propia de un Frente Popular. Mitterrand quiso dar la impresión de que el PCF se habían sumado a su candidatura y siguió una trayectoria independiente: en la sede electoral de los socialistas hubo tan sólo dos observadores comunistas, que ni siquiera tuvieron un despacho. Pero, desde comienzos de los setenta, el electorado había girado a la derecha. En este sector político, Giscard estuvo siempre levemente por encima de Chaban-Delmas en los sondeos. Éste intentó desde un principio hacer una política de atracción de la izquierda moderada pero se encontró que no podía competir con quien ya lo era, por más que aparentara otra cosa, es decir con Mitterrand. En mayo de 1974, Giscard ganó por tan sólo 400.000 votos de diferencia y Mitterrand creyó que su ocasión ya había pasado. Pero lo que sucedió fue que, durante su presidencia, Giscard dividió a la mayoría y acabó proporcionándole una nueva oportunidad. Giscard acudió a la campaña con un pasado de disidencia parcial del gaullismo y con una voluntad de reforma convertida en "un acto natural, reflexionado y aceptado", como apunta en sus memorias. Lo que llama la atención de su presidencia es el hecho de que sus reformas, que fueron reales, se dirigieron sobre todo a las costumbres.

Éste fue el caso de la rebaja de la mayoría de edad a los 18 años o del aborto, que transfería la decisión a la mujer y sólo consiguió la aprobación en el Parlamento gracias a los votos de la izquierda. Además, en el divorcio se sustituyó la noción de falta por la de fracaso. En cambio, ni la reforma de la televisión ni tampoco la de la educación pueden calificarse de verdaderamente decisivas y eficaces; algo parecido debe decirse de la reforma de la empresa. Inevitablemente, Giscard debió enfrentarse a una situación inesperada. La crisis económica hizo que el precio del crudo petrolífero se multiplicara y la inflación llegó en Francia al 15%. Era la crisis económica más grave desde la Liberación y, a fines de 1974, las centrales sindicales organizaron una huelga nacional. En 1976, el recurso de nombrar primer ministro a Barre, un profesor prestigioso y capaz, alejado de las disputas internas de la derecha, fue la prueba de que en esta fecha ya Giscard se había dado cuenta de lo peligroso y duradero del problema. Francia, gracias a él y a su política liberal, soportó mejor la crisis que los Estados Unidos y el resto de los países europeos. Eso no le dio popularidad, pero el balance de su gestión fue positivo. Por sólo aludir a un aspecto, si antes de la crisis la producción de energía nuclear no pasaba del 10%, en 1985 era ya del 49%. Antes, durante el período 1974-1976, Giscard había nombrado primer ministro a Chirac, dirigente del gaullismo.

De esta forma, Giscard quiso emprender lo que podría ser denominado como la "giscardización" de la UDR. A pesar de su edad -42 años- Chirac era ya un político con experiencia. Junto a él, Poniatowski, el único ministro de Estado, venía a ocupar un papel vicepresidencial como representante de la tendencia más liberal y centrista que aquella a la que se adscribía Giscard. Sin duda, hubiera sido posible "giscardizar" el Partido Gaullista, con tiempo y otros modos, pero al presidente de la República le perdieron la impaciencia y un exceso de presidencialismo que le hacían omnipresente en los medios de comunicación, celoso de sus prerrogativas y demasiado autoritario, frente a un Chirac que era jefe de un partido. Si eso ya era complicado, en la práctica se demostró, además, personalmente incompatible con Giscard. Barre sí ejerció como primer ministro; su papel fue semejante al que Pompidou jugó al lado de De Gaulle y ya hemos visto que su gestión fue positiva. Chirac, entonces, optó por recurrir al pueblo y en marzo de 1977 se convirtió en alcalde de París. Mientras tanto, la izquierda se dividió. Contribuyó a ello el hecho de que Marchais, líder del PCF, dijera que el balance de los países comunistas era "globalmente positivo". En 1977, dio la sensación de que socialistas y comunistas no desaprovechaban siquiera una ocasión para enfrentarse. En las elecciones legislativas de 1978, si la izquierda perdió algo, la derecha sumó cinco puntos porcentuales más.

Pero fracasó el intento de crear la UDF -"Unión por la Democracia Francesa", casi el título de un libro de Giscard- que, nacida en 1978, no llegó a suponer una compensación del poder determinante del gaullismo en el seno de aquélla. En 1979 tuvieron lugar las primeras elecciones europeas y el hecho de que una mujer, Simone Veil, figurara en cabeza de la UDF le dio más apoyo popular. Pero la crisis de los gaullistas con Giscard fue persistente aunque evitaron siempre la confrontación directa. En la segunda fase de su presidencia, Giscard mantuvo una actitud muy conservadora, alejada de cualquier reforma real. Desde 1978, era ya menos popular y algunos escándalos, como el de los regalos recibidos del dictador africano Bokassa, le afectaron seriamente. Su tendencia a aparecer como persona alejada de cualquier engolamiento e incluso dejarse fotografiar en las reuniones internacionales en bañador contrastaba con sus manifiestas tendencias megalómanas e monárquicas. Poco capaz de soportar las críticas, cuenta en sus memorias haber dejado de leer la prensa cuando abandonó el poder debido a los juicios que emitía sobre él. La política exterior se llevó desde el Elíseo y fue voluntariosa pero agitada. Con respecto a la época gaullista se caracterizó por un mayor europeísmo; su punto de referencia perpetuo fue el canciller alemán Schmidt. Más discutible fue la voluntad de Giscard de convertirse en una especie de "gendarme de África", lo que se vinculó con esa propensión monárquica.

Su viaje a Moscú en 1980 después de la invasión de Afganistán, sin consultar siquiera con sus aliados, pareció mostrar indiferencia o exceso de protagonismo. A cambio, Pravda, el diario soviético, apoyó a los comunistas pero demostró su preferencia por Giscard en comparación con Mitterrand. Quizá era, de parte de Giscard, sólo un deseo de mantener una posición original y propia, como todos los políticos franceses. Como ellos, tuvo una actuación personal en política cultural interesándose por el "patrimonio"; a él se debió la transformación en museo de la antigua estación ferroviaria de Orsay. Tanto la izquierda como la derecha llegaron a las elecciones de 1981 muy divididas. Las encuestas señalaban un fuerte avance de Chirac, que no llegó a amenazar a un Giscard cuya fuerza electoral disminuía mientras que, víctima de la crisis, Barre era todavía más impopular. Rocard había asegurado que se presentaría si no lo hacía Mitterrand, en la idea de que éste no intentaría de nuevo llegar a la presidencia, como acabó haciendo. Lo más característico de la primera vuelta fue la derrota de los comunistas, que quedaron en el 15% del voto, pero también el hecho de que Giscard sólo obtuvo menos de un 3% de ventaja sobre Mitterrand. Para la segunda vuelta los comunistas, aunque derrotados, no podían dejar de apoyar a Mitterrand mientras que Chirac apoyó a Giscard con muy poco entusiasmo. De este modo, Mitterrand consiguió una neta victoria con el 51% contra el 48%.

Había conquistado un millón de votos gaullistas, pero su victoria fue el producto del rechazo del poder más que de otra cosa. La victoria de Mitterrand, en mayo de 1981, fue también la victoria de la perseverancia. Tras un curioso pasado petainista, su carrera política había empezado hacía treinta y cinco años: había sido ministro con treinta años y en dos ocasiones, en 1959 y 1968, había estado a punto de desaparecer de la vida política. Ambiguo, habilidoso para dividir al adversario o al partido que dirigía, sólo interesado en sí mismo, capaz de aparecer y actuar como un intelectual, durante mucho tiempo había sido considerado como un aventurero político. Pero tuvo el mérito de someter al PCF a un pacto beneficioso para los socialistas y el propio carácter bipolar del sistema político conducía a la alternancia en un futuro más o menos próximo. La presidencia de Mitterrand puso fin a un largo período de veintitrés años en los que, en definitiva, había sido la misma mayoría política la que había gobernado el país. Como para señalarlo pero también para heredar a Giscard con modos parecidos, su toma de posesión fue un acto que revistió un carácter seudomonárquico. Mitterrand había anunciado que disolvería el legislativo, como hizo. Aun con una fuerte abstención, los resultados conseguidos por la izquierda fueron los mejores desde 1946. En el primer período gubernamental, el primer ministro nombrado fue Pierre Mauroy quien procedía del Partido Socialista SFIO, tenía buena imagen y, sobre todo, había tenido experiencia de Gobierno en la ciudad de Lille.

Su autonomía política, sin embargo, fue muy pequeña: las decisiones fundamentales las tomó Mitterrand en reuniones con asesores individuales y al margen de cualquier deliberación. Los cuatro ministros comunistas ocuparon puestos solamente técnicos y fracasaron en su intento de estar a la vez dentro y fuera del Gobierno, beneficiándose de él pero criticándole. Mitterrand había sabido ahogar al PCF, adormecerlo y finalmente asfixiarlo. Las medidas adoptadas en este primer período de Gobierno fueron muchas: creación de 55.000 empleos públicos, aumento del salario mínimo, nacionalizaciones en un momento en que la tendencia en el mundo era la contraria. Se nacionalizaron, en efecto, nueve grupos industriales. De este modo, el sector público venía a suponer en la industria el 30% de las ventas y el empleo de uno de cada tres trabajadores, mientras que el 40% del PIB estaba bajo el control del Estado. Todos los dirigentes de la empresa pública fueron cambiados. Otras medidas fueron la disminución del horario de trabajo y la extensión de las vacaciones o la rebaja de la edad de retiro hasta los sesenta años. Desde el primer momento, Delors, responsable de Economía, expresó sus reservas sobre estas reformas y pronto pidió una pausa en su aplicación. Al margen de los aspectos económicos y sociales, hubo también otras reformas. La regional apenas si tuvo discusión política -disminuía de forma considerable el papel de los prefectos- con la excepción de la decisión de dividir a París en una veintena de municipios, en lo que se vio una voluntad de perjudicar a Chirac.

La abolición de la pena de muerte había logrado el suficiente apoyo generalizado y la creación de una alta autoridad audiovisual de hecho estuvo en manos del Gobierno y el Partido Socialista. Por razones fundamentalmente relacionadas con la política económica Mitterrand pasó muy rápidamente del estado de gracia al de "desgracia". El cambio tuvo lugar a comienzos de 1982: el déficit de la balanza de pagos se triplicó en 1981-2. En las elecciones municipales de 1983, la derecha obtuvo una gran victoria, en especial Chirac en París. Mauroy se vio, pues, obligado a cambiar dos veces su Gobierno. En el tercero, Delors desempeñaba un papel más importante y, con él, la política de ajuste. Se produjeron hasta tres devaluaciones del franco, mientras que el número de parados superaba los dos millones. La protesta contra el Gobierno tuvo también otros motivos más allá de los puramente económicos. Los partidarios de la escuela libre protestaron contra la Ley Savary y los medios de comunicación contra una ley antimonopolio que, en realidad, iba contra los adversarios del Gobierno en los medios de comunicación. En el verano de 1984, las elecciones europeas supusieron una victoria por mayoría absoluta de la lista de derechas. A Mitterrand, en esta fecha con sólo un 26% de los franceses a su favor, se le imponía ya un cambio de rumbo que realizó prontamente.

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