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A mediados de los años cincuenta el sistema político italiano se podía considerar perfilado de una manera definitiva con unas peculiaridades muy marcadas que casi se pueden definir como únicas. El peso específico del Partido Comunista marcó de un modo irreversible el sistema político italiano porque, aun siendo el grupo político de esta significación muy afecto a la autonomía, siguió pretendiendo hasta los años setenta una voluntad de "hegemonía", de acuerdo con las tesis de Gramsci, que lo hacían distante del sistema democrático. Pero este sólo era el primero de los rasgos de la política italiana. Más importante era que las características del segundo partido del país suponían la real imposibilidad de la alternancia de tal modo que la expresión "bipartidismo imperfecto" no resulta correcta para este caso. Lo que había, en realidad, era una fragmentación y polarización que, combinada con todos los demás rasgos, hacía que siempre la política italiana tuviera como eje permanente a la Democracia Cristiana oscilando hacia fórmulas diversas sin llegar a una verdadera alternancia radical. Ese posible juego de alianzas tenía una consecuencia importante para la vida interna de los partidos en cuanto que contribuía a dividirlos en tendencias divergentes por motivos de carácter esencialmente táctico, cuando no personalista. Pero las posibilidades de maniobra eran reducidas porque resultaba inviable también una modificación de la Constitución que reprodujera el consenso logrado en 1948.

En Italia hubiera sido imposible una mutación en sentido autoritario como la que se produjo en Francia en 1958 con la llegada de De Gaulle, que allí fue interpretada poco menos que como la vuelta al fascismo. Esta explicación previa resulta precisa para tratar de entender el llamado "centro-sinistra", que cubrió desde los años finales de los cincuenta hasta el final de los setenta. Definido el sistema político en sentido democrático se abrió la posibilidad de intentar un tipo de alianzas diferentes de las precedentes, lo que podía contribuir al aislamiento y, con él, también a la posterior evolución de los comunistas. El proceso mediante el cual se llegó a esta fórmula fue muy complicado y requirió una larga preparación a la que obligaron las desconfianzas existentes entre los dos partidos fundamentales y el juego de corrientes en su seno. En el caso de la DC las dificultades provinieron fundamentalmente de los medios clericales relacionados con el Vaticano. Por eso, la explicación de la definitiva decantación del partido hacia la colaboración con los socialistas ha de ponerse en relación con el pontificado de Juan XXIII que, ya en su etapa de arzobispo de Venecia, había expresado sus buenos deseos respecto al Congreso celebrado en esta ciudad por los socialistas y luego mostró su cercanía a Fanfani, principal líder de la tendencia izquierdista democristiana. El papel de precursor le correspondió a Amintore Fanfani, que presidió entre 1958 y 1962 tres Gobiernos de los que tan sólo el tercero tuvo un apoyo indirecto de los socialistas.

Fanfani, que había sido el propugnador de la fórmula del acercamiento a la izquierda y que en un momento inicial llegó a concentrar en sus manos la presidencia del Consejo, Asuntos Exteriores y la Secretaría General del partido, acabó siendo desplazado por Aldo Moro, principal dirigente de la tendencia denominada de los "doroteos", mucho más cauta al principio respecto a la colaboración con los socialistas aunque finalmente dispuesta a ella, y siempre dúctil y hábil negociadora así como moderada de talante. Mientras tanto, el sector derechista del partido quedó reducido a tan sólo una quinta parte de sus representantes en los Congresos. Importa recalcar que en la DC se impuso el "centro-sinistra" en un momento en que su potencia electoral sufría un relativo declinar en favor de los liberales y en que el desarrollo económico iniciaba una crisis. Para la gestación del centro-sinistra no hubo sólo problemas por parte de la DC sino también de los socialistas. Debe tenerse en cuenta también que en el socialismo italiano no hubo un Bad Godesberg, como en el caso de Alemania: eso es lo que explica que al poco de producirse la fórmula del centro-sinistra surgiera una inmediata escisión del PSI. En 1964, 25 de los 87 diputados socialistas formaron un grupo, el Partido Socialista de Unidad Proletaria, que se situó en la extrema izquierda del espectro político. En pura teoría, hubiera podido pensarse que los socialdemócratas y los socialistas hubieran aprovechado la ocasión para unirse, y así sucedió, pero esa unidad resultó muy efímera.

En 1964 la izquierda de la coalición del centro-sinistra había logrado la presidencia de la República, en la persona del socialdemócrata Saragat, pero en las elecciones de 1968 los socialistas unificados permanecían estancados en tan sólo un 14% del voto. Por si fuera poco, ya se había demostrado en estas fechas que en no pocas materias (escuela, divorcio, organización regional...) tenían diferencias de mucha importancia con la DC. El centro-sinistra tan sólo se convirtió en una coalición irreversible en la primavera de 1963 bajo la primera presidencia de Moro, con Nenni como vicepresidente, prolongándose en otras dos posteriores hasta el otoño de 1968. El carácter novedoso y prometedor de esta fórmula política quedó muy pronto cuestionado por la práctica política cotidiana: los factores contradictorios en el seno de la coalición gubernamental eran muchos y el rasgo más característico de Moro como político era un radical pesimismo que parecía condenarle a la inacción. El resultado fue la práctica del "no gobierno": apenas existieron disposiciones aprobadas por el Parlamento pues algunas de las más decisivas fueron anteriores a la entrada de los socialistas (la nacionalización de la industria eléctrica). La reforma regional, que los socialistas habían exigido, tardó mucho tiempo en llevarse a la práctica (hasta 1972). Resulta de interés hacer mención al papel desempeñado por el principal elemento de la oposición política en la Italia de la época, el PCI.

Con los años sesenta se produjo en este partido, como en el resto, un proceso interno consistente en perder una parte de sus masas y convertirse en una maquinaria de poder. Es verdad que la coalición del centro-sinistra lo aislaba pero también lo legitimaba como receptor de los deseos de cambio y de protesta de la sociedad italiana. Por otro lado, ya desde los años sesenta, después de la muerte de Togliatti (1964) no dejó de ofrecerse como posible elemento aglutinador de una mayoría alternativa aprovechando cualquier ocasión para distanciarse de Moscú y manifestando una clara impregnación de la política democrática. En conjunto esa política, aunque de una manera lenta y muy gradual, le resultó positiva, de tal modo que en mayo de 1968 superó la barrera del 26% de los votos. Desde esta fecha hasta el final de la década de los setenta no dejó de crecer y eso hizo posible que llegara a convertirse en el primer partido italiano. La llamada "Revolución del 68" tuvo en Italia una particular significación. Se produjo, en primer lugar, en un momento en que había sucedido un "impasse" político, cuando ya era patente la insatisfacción provocada por el "centro-sinistra". Los socialistas ahora hacían mención de su voluntad de "disimpegno" (falta de voluntad) de formar parte del Gobierno. Por otro lado, la protesta estudiantil fue muy temprana, pues se inició en 1967 aunque tuviera los mismos orígenes que en otros países (Universidades con diez veces más alumnos que los que podían admitir).

Muy pronto hubo derivaciones de la protesta en el mundo laboral: se produjo un incremento de la afiliación sindical y de su presión unitaria sobre el empresariado y sobre el mundo político. Un rasgo muy característico del momento fue la pronta derivación hacia la formación de grupúsculos de izquierda (como Il Manifesto) y la aparición del terrorismo (atentado de Piazza Fontana en Milán con 16 muertos a fines de 1969; formación de las "Brigadas Rojas" en 1970). Los años más inestables fueron los transcurridos entre 1968 y 1972; luego, tras el impacto de la crisis económica de 1973, hubo un nuevo recrudecimiento de la acción terrorista a partir de 1974. El sistema político experimentó a partir de entonces un giro, aunque titubeante y lento, hacia la derecha. Ya entonces las figuras más importantes de la DC no eran Fanfani o Moro, identificadas con el centro-sinistra, sino Rumor, Colombo o Andreotti. En 1971 el presidente democristiano Leone obtuvo votos de los misinos para alcanzar su cargo. En los años setenta, por vez primera bajo Andreotti, se produjo un retorno hacia la fórmula de los cuatro partidos de la etapa De Gasperi con la vuelta de los liberales al poder. La cuestión del divorcio contribuyó de un modo importante a poner dificultades a la colaboración entre la DC y los partidos laicos. La ley, en su redacción definitiva, fue obra de un socialista y un liberal (ley Fortuna-Baslini) y acabó siendo sometida a un referéndum (1974) en que, a pesar de las previsiones, la aprobación obtuvo una confortable mayoría, próxima al 55%.

Ya en los setenta el sistema político producía una creciente sensación de anquilosamiento. Las elecciones de mayo de 1972, en que el PCI prosiguió su lento crecimiento mientras que la DC se mantenía en un sólido 38%, parecieron probar que las condiciones de la vida política no estaban destinadas a modificarse. Eso y el espectáculo de lo ocurrido en Chile tuvo como consecuencia la enunciación, por parte del principal dirigente comunista del momento, Enrique Berlinguer, de la tesis del "compromiso histórico". Dirigida principalmente a la DC, de acuerdo con esta tesis era necesario obtener apoyos más amplios que los de los partidos de izquierda para provocar un cambio sustancial en la política italiana. Esta política insistió en la necesidad de mantener de forma estricta los procedimientos democráticos y, en definitiva, venía a ser una especie de signo de complicidad a la DC para que ella misma cooperara a un cambio político en la mayoría gubernamental que algunos de sus dirigentes empezaban ya a considerar como inevitable (éste era, por ejemplo, el caso de Moro). Mientras que un cambio de Gobierno, en última instancia mínimo, duraba una media de dos meses, la única sensación de cambio en lontananza parecía proceder de la participación de los comunistas en el poder: las elecciones celebradas en 1975 y 1976 no hicieron otra cosa que confirmar la prolongación de las tendencias existentes desde hacía tiempo, es decir la permanencia del voto democratacristiano y el lento crecimiento del comunista.

Sin embargo, el PCI no llegaría en puridad a participar del poder. La máxima aproximación que logró a esta situación se produjo en los Gobiernos entre 1976 y 1979, cuyo protagonismo estuvo en las manos de Andreotti; en ellos por vez primera el PCI no figuró en la oposición, aunque tampoco estaba en el poder. Para hacer compatible esta fórmula contradictoria se recurrió a un procedimiento característico de las complicaciones (y también de las sutilezas) de la política italiana. El Gobierno, en efecto, se apoyaba en la "no desconfianza" de la mayoría de las fuerzas políticas que se abstenían en el momento de su presentación ante el Parlamento. De esa manera, se trataba de una fórmula de "solidaridad nacional" que, si por un lado permitía dejar abierta la posibilidad de un ingreso del PCI en el poder, lo sometía no sólo a cautelas sino también a la posibilidad de un cambio de coyuntura. También se daban otros indicios de cambio en el panorama político. Fueron pocos los que se produjeron gracias a la aparición de fuerzas políticas nuevas pues, a fin de cuentas, el pequeño partido radical tan sólo animó la política italiana durante un corto período de tiempo. En cambio, empezaron a surgir escándalos políticos relativos a la financiación de los partidos precisamente en el momento en que una ley destinada a emplear fondos públicos para conseguir evitarlo era aprobada por el Parlamento. Fue un factor inesperado el que produjo el brusco cambio del panorama político.

En la primavera de 1978 fue secuestrado por las "Brigadas Rojas" Aldo Moro quien permaneció en paradero desconocido durante casi dos meses hasta acabar apareciendo asesinado en un callejón de Roma a tan sólo unos centenares de metros de las sedes de los dos principales partidos políticos. Aunque desde hacía una década el PCI se había convertido en el principal guardián de la estabilidad de las instituciones democráticas, los resultados de las elecciones inmediatamente posteriores presenciaron una importante disminución del voto conseguido por este partido mientras que crecía el socialista. La elección de Sandro Pertini como presidente de la República contribuyó a dar la impresión de que el Partido Socialista podía convertirse en una alternativa. Mientras tanto, se habían consolidado importantes cambios en el seno de la sociedad italiana. En realidad, aparte de la nacionalización de la industria eléctrica y unos intentos, muy pronto olvidados, de planificación, no se produjo un cambio sustancial en la política económica durante la etapa del "centro-sinistra". El crecimiento, sin embargo, prosiguió: en el período entre 1963 y 1969 las exportaciones italianas se multiplicaron por más de dos. Resulta significativo que durante esta década, gracias a la emigración rural, desapareciera el problema agrario: tuvo lugar una concentración de la propiedad superior, incluso en número de hectáreas, a la reforma que se había producido en los primeros tiempos republicanos.

La crisis de la energía fue particularmente grave teniendo como consecuencia una inflación de dos cifras y una parcial detención del crecimiento económico. Todavía en 1976 la lira sufrió en un año una devaluación del 20%. La crisis, por otro lado, demostró determinados inconvenientes de la economía italiana. El déficit público era muy superior al de países del entorno por la debilidad política de los Gobiernos mientras que los salarios experimentaban un crecimiento superior al que le correspondía a la productividad como consecuencia del establecimiento de escalas móviles de acuerdo con la inflación, logradas a través de la presión sindical. Por otro lado, parece evidente que los importantes cambios producidos en la vida italiana no hicieron desaparecer la fundamental diferencia entre Norte y Sur; en este último un tercio de los salarios dependían, de forma más o menos directa, del Estado. Si en todo ello había una predominante sensación de estabilidad, en otros aspectos se imponía la de cambio. La mayor parte de las transformaciones producidas durante los setenta tuvieron lugar en los hábitos y en los comportamientos. La aprobación del Estatuto de Trabajadores, el divorcio, la objeción de conciencia (1972), el voto a los 18 años (1974) o el aborto (1978) constituyeron un testimonio de revolución cultural semejante al de otras latitudes europeas. El creciente papel de la mujer o la reducción de la familia media a tres personas ejemplificaban, quizá, la prueba más definitiva de la homologación de la sociedad italiana y el resto de las europeas.

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