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Datos principales


Rango

Pérgamo

Desarrollo


La muerte de Atalo I no supuso, ni mucho menos, la liquidación de los talleres pergaménicos: como ya hemos dicho, su sucesor Eumenes II (197-159 a. C.) siguió luchando contra los gálatas y encargando exvotos con sus figuras. Pero el nuevo monarca no se conformó con repetir los hallazgos del pasado: con él, Pérgamo acrecentó su poder, y se convirtió en un verdadero conjunto monumental: nuevas murallas, esta vez en cuidado aparejo, lujoso palacio, biblioteca, pórticos por todas partes, conclusión del teatro... La ciudad adquiría definitivamente ese aspecto de inmenso escenario que aún adivinan hoy los visitantes ente sus ruinas, y en bello mármol blanco, no en la piedra local que antes se empleaba. El arte que se hacía allí era tanto, y de tan alta calidad, que el recuerdo de la Atenas de Pericles se reforzaba en la mente de todos. En el campo de la arquitectura, acaso lo más brillante fuese el pórtico con que se rodeó el santuario de Atenea Nicéfora. Su entrada, en particular, sería una lección para el futuro, lección que Roma no olvidará. Presenta dos órdenes superpuestos (dórico abajo, jónico arriba), concebidos ya con una libertad plena: en el piso inferior, vemos cómo las columnas se separan según la conveniencia del arquitecto, y, sobre ellas, triglifos y metopas se multiplican a placer; en el piso alto destacan dos motivos de decoración que los romanos repetirán por todas partes: las armas amontonadas -alusión a la diosa portadora de victoria adorada en el templo- y el friso de bucráneos y guirnaldas, que señalan el carácter sacro, pleno de sacrificios, del recinto.

Todo sencillo, limpio de líneas, con la animada decoración encerrada en paneles y frisos perfectamente delimitados. No estamos lejos de la aún más despojada arquitectura que financiará Atalo II (159-138 a. C.), el sucesor de Eumenes, cuando haga construir en el ágora de Atenas, como regalo a la capital del clasicismo, el pórtico que lleva su nombre. También supo Eumenes escoger bien a sus pintores y decoradores. A la hora de enriquecer su palacio con mosaicos, los encargó a dos afamados artistas: Hefestión, cuya firma ha aparecido en uno de ellos, y que revela su virtuosismo en un friso de plantas, flores y erotes, y, sobre todo, Soso de Pérgamo, el único mosaísta que mereció ser recordado en las páginas de Plinio; ciertamente, por lo que sabemos, su ingenio fue brillante: creó, para el suelo de un comedor, un tipo de mosaico, la Habitación sin barrer, en el que aparecían esparcidos muchos restos de banquete, como naturalezas muertas yuxtapuestas, y con un sombreado tal que parecían de verdad; y además, para el centro de una habitación, imaginó un emblema, o cuadro en mosaico, que representaba unas palomas bebiendo en una vasija de bronce; su ejecución era tan realista que una de las aves proyectaba sobre el agua la sombra de su cabeza; sin duda se trataba del adorno central de un dormitorio, y las palomas simbolizaban a Afrodita. Sin embargo, el arte de Soso, basado en el realismo a ultranza, en el engaño de la vista, era una tendencia que podía gustarle al rey como persona, para su vida privada, pero que se hallaba lejos del abarrocado arte oficial de la monarquía pergaménica. A éste último le estaba destinada la obra maestra de toda la historia de la ciudad, motivo de orgullo para Pérgamo durante siglos; nos referimos, como es lógico, al Altar de Zeus.

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