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La identidad

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Todo esto, sin lugar a dudas, supuso un amplio vuelco en el conjunto del ámbito griego; a su lado, poco pudo contar la visión de ciertos políticos, y aun probablemente de la corte de Macedonia, que se acostumbraban a vivir sin rey, recibiendo sólo cartas desde puntos que no aparecían ni en sus mapas más actualizados, y que se tomaban por tanto cierta libertad de acción. Ellos sentían que un imperio tan grande era ingobernable. Pero, para la sociedad en general, lo que contaba cada vez más a medida que avanzaban las campañas era acopiar unas riquezas que superaban con creces las que había podido traerse Filipo de sus conquistas; y, para quienes habitaban en las ciudades más deprimidas de Grecia, el ideal era embarcarse con sus escasos enseres en busca de una vida mejor; la Alejandría de Egipto, en concreto, pronto se convertiría en un hervidero de inmigrantes. En el campo artístico, y a corto plazo, esta fiebre de riquezas se refleja sobre todo en un ascenso inmediato de las artes de lujo, y en particular de la orfebrería y joyería. Para nadie es un secreto que, en estos campos, el periodo de Alejandro es el más brillante, sin comparación posible, de toda la historia de Grecia, y que hasta se pudo ver entonces una orfebrería muy creativa, inspirada lejanamente en técnicas y formas aqueménidas. Es la época en que los griegos empiezan a engastar gemas en sus joyas de oro; cuando, por primera vez, emplean piedras preciosas llegadas de la India; cuando inventan o perfeccionan temas decorativos tan cargados de sugerencias como los remates en forma de cabecitas de animales para pendientes, collares o pulseras, o el llamado nudo de Heracles -portador de buena suerte y de fecundidad para las mujeres-, con su armonioso juego simétrico de curvas.

Sobre todo en Macedonia, los tesoros se prodigan, guardados en unas tumbas de lujo: es la prolongación, cada vez más nutrida, del asombroso ciclo de las tumbas macedónicas decoradas, que ya vimos aparecer con Filipo II y que ahora se extiende a un amplio sector aristocrático. En sus cámaras abovedadas -es el primer uso sistemático de la bóveda en el mundo griego, iniciado a mediados del siglo IV a. C.-, los magnates y sus esposas guardan sus cenizas, rodeados de riquezas y entre pinturas de brillantes colores en las que aparecen ellos y sus armas junto a los dioses y genios del más allá. Es la misma aristocracia que, poco después de la muerte de Alejandro, levanta sus palacios, cuajados de mosaicos, en Pella, la capital del reino. La riqueza y las guerras lejanas han logrado por fin lo que la política de los monarcas había intentado sin fortuna durante décadas: la total helenización del pueblo macedonio. Mientras, miles de verdaderos griegos construían sus casas en las nuevas colonias de Egipto y Siria, o incluso en la, lejanísima Bactriana, amplio valle que hoy se reparten Rusia y Afganistán; y todo se hace a lo grande, tanto en las tierras más lejanas como en la costa egea de Asia Menor: las décadas que siguen al reinado de Alejandro son, en el campo arquitectónico, abrumadoras.

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