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La cultura cicládica

Desarrollo


En este campo, las obras conservadas son las menos, sobre todo cuando se trata de objetos metálicos, siempre valiosos aun en estado de deterioro, reutilizados como chatarra. También, al ser de más reducido tamaño y símbolos de lujo o de prestigio social, su decoración es más rica, mayor su simbolismo y más personal y mejor acabado su arte. Por todo ello, constituyen un buen reflejo de los contactos culturales entre las distintas partes de un territorio y, por ende, de las rutas comerciales recorridas. Con el movimiento de gentes en busca de materias primas por el Egeo, muy rápidamente se extendieron multitud de objetos que se intercambiaban, además de productos agrícolas o artesanales. Así, por ejemplo, en Troya confluyen sellos cilíndricos mesopotámicos y hachas danubianas de bronce, o se encuentran elementos de joyería del interior de Anatolia (modelos de los distintos tesoros hallados en Troya) junto a cerámicas de tipo egeo. Entre los diversos tesoros hallados en Troya II, unos nueve conjuntos ocultos en agujeros o bóthroi, destacan piezas como pendientes con cadenillas y colgantes, diademas, alfileres con artísticas y complejas cabezas, anillos, perlas, vasos de oro y plata, etc. En ellos se pueden apreciar acabados ejemplos de trabajo en repujado y filigrana, que se extenderán rápidamente por el Egeo hacia fines del tercer milenio. Por ello, cualquier bothros o depósito de ocultación de un tesoro o las tumbas del período del Bronce Antiguo serán muy parcos en este tipo de material arqueológico.

En el Egeo destaca una serie de diademas y otros adornos hechos de finas láminas de oro o plata en forma de florecillas o cintas. De las Cícladas sobresale una diadema en plata, hallada en Khalandrianí (Siros), decorada a base de líneas de punteado con punzón y representa a un ídolo en forma de ave y un gran perro con collar, alternando con las conocidas sartenes con estrellas en su fondo. Otras láminas similares, decoradas con ojos o con series de animales, se han encontrado en las tumbas de Mojlos, en Creta. La mayor parte del ajuar de las tumbas proporciona collares de cuentas de cristal de roca, hueso, concha o piedras preciosas, además de alfileres y otros objetos metálicos, de cobre o bronce, tales como puñales, espadas o hachas. Otro tipo de objetos que alcanzó gran difusión fue el de las vasijas pétreas, en cuya manufactura sobresalen Creta y las islas Cícladas. En Creta, el principal enclave es la diminuta isla de Mojlos, al fondo del golfo de Mirabello y lugar desde el cual Creta comenzó su ruta comercial con Egipto ya en el Minoico Antiguo II, entre 2600 y 2200 a. C. tal como revelan algunos escarabeos, piezas de joyería hecha en oro aluvial procedente de Oriente y objetos en piedra de Egipto. Por ello, con toda probabilidad, la técnica del trabajo de las piedras duras en Creta haya sido aprendida de los egipcios. Precisamente, con el nombre de Mojlos se designa a todo un estilo de hacer vasijas en piedra. El artesano cretense aprovechó para su trabajo piedras como la esteatita verde, negra o gris, caliza, mármol, esquisto y calcita.

La vasija se horadaba primero con un taladro de arco y después se tallaban y pulían con materiales abrasivos, como la citada piedra esmeril de Naxos. Las formas dadas a estos recipientes imitaban a las de la cerámica, es decir, casi todas ellas son perfiles anatolios. En las Cícladas, y paralelamente al período de apogeo de su escultura, se fabricaban recipientes pétreos de gran calidad. Ya se citó el granero de Milo, de esteatita. De este mismo material son muy abundantes en estas islas las cajas o píxides (pìxides), recipientes con tapadera empleados como joyeros o cajas de tocador, adornados con espirales en relieve o líneas incisas. Una tapadera de píxide (pyxís) es citada como la obra maestra del género, procedente de Mojlos, con un perro recostado de notable factura. Pero el campo artístico de las artes menores donde se reflejó de modo más señalado el espíritu minoico y su calidad de trabajo es el de los sellos grabados. Estos objetos fueron utilizados en todo el Egeo desde el inicio de la Edad de los Metales, debido a la influencia oriental (Siria, Mesopotamia) y de Egipto, donde se fabricaban ya en época de las primeras dinastías y muchos de los cuales fueron a parar a las tumbas cretenses (Mesará, Mojlos) o a las viviendas heládicas (Lerna, sobre todo). Los sellos grabados se utilizaron en la Edad de Bronce para multitud de fines: garantía de la propiedad sobre objetos y contenidos, al ser estampados en pellas de barro para precintar cestas, cofres, vasijas y hasta habitaciones, sellando los cerrojos de las puertas; decoración en relieve y repetida de cerámicas, e incluso, como símbolos de distinción personal, no exentos de cierto carácter sagrado como amuletos.

Precisamente con esta última finalidad fueron muy apreciados en todo el mundo antiguo, sobre todo como piedras de leche (galopetres), ante la creencia de que eran efectivas para favorecer la lactancia de las mujeres en estado de crianza. Como tales llegaron a manos de uno de tantos coleccionistas, A. Evans, quien reconoció el estilo propio de hacer sellos de Creta y, a través de ellos, comenzó su tarea de investigación del mundo minoico. Los sellos minoicos se portaban casi exclusivamente colgados de un cordel a través de una perforación dispuesta para ello, y para su realización se empleó todo tipo de materiales, desde madera y hueso o marfil hasta metales preciosos, oro casi siempre, aunque el mayor número corresponde a piedras semipreciosas: cristal de roca, amatista, jaspe, calcedonia, porfirita, serpentina, etc. Al principio, su forma imitaba los cilindros-sellos mesopotámicos, cuya impresión se lograba haciendo rodar el sello sobre el barro, pero pronto se adopta la impronta plana, situada en un extremo de un objeto en forma de escarabeo o cualquier otro animal, al modo egipcio. En los sellos se observa una característica que define el arte cretense: para su forma exterior parte de las formas conocidas en Oriente, mientras que para la superficie de la impronta los temas elegidos son propios del Egeo. Primero son motivos sencillos, como la típica espiral cicládica o líneas en meandro, esvásticas, flores treboladas, círculos concéntricos, etc.

Dentro de este repertorio, destaca la serie de improntas en barro (los sellos no han aparecido) halladas en grandes cantidades en la Casa de las Tejas de Lerna, o en Asine y otros lugares de la Argólida, tan numerosos y pertenecientes al Heládico Antiguo I, que se consideran resultado de un foco artístico independiente del cretense. Progresivamente, los temas elegidos para ser grabados en el fondo de los sellos se complican, pasando a ser figurativos. Entre ellos destacan los animales, tales como leones, bóvidos, jabalíes, monos, arañas o abejas, enteros unas veces y con sólo la cabeza otras. El mundo vegetal está presente en forma de hojas y rosetas; asimismo, la figura humana y objetos tales como barcas e instrumentos. Al final del III milenio y comienzos del siguiente, momento inmediatamente anterior a los primeros palacios, los sellos adquieren una importancia añadida, pues se convierten en portadores de motivos pictográficos al principio y jeroglíficos después, que Evans interpretó como los primeros signos de escritura minoica, tal como los que aparecen en el llamado disco de Faistós, realizado precisamente mediante el uso de sellos diferentes para cada signo. Lo más destacable en los sellos minoicos, desde el punto de vista artístico, es el gusto por el detalle y el movimiento que el artesano ha sido capaz de imprimir a una decoración incluida en un reducidísimo espacio, raras veces superior a los tres centímetros de diámetro. A partir de temas y formas heterogéneas, procedentes del exterior, el fabricante de sellos en Creta consigue una expresión artística con personalidad propia y de rara perfección, que permite adelantarnos a lo que será capaz de dar de sí el arte palacial en su momento de apogeo.

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