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El Formativo Tardío ecuatoriano se encuentra capitalizado por la cultura o, mejor, el horizonte Chorrera, que parece representar una amalgama de grupos que explotaron la costa y parte de la sierra de Ecuador entre 1300 y 300 a. C. El nombre de Chorrera se aplica más bien a un estilo clásico de cerámica que se localiza en el interior de la cuenca del Guayas, en la planicie de la provincia de Esmeraldas y en los valles de Manabí. El término "Engoroy" se utiliza para designar a la cerámica manufacturada por los grupos del litoral y pueblos navegantes de los asentamientos de la península de Santa Elena, costa norte de la provincia de Guayas, costa sur de Manabí e isla de La Plata. En Chorrera-Engoroy cristalizan una serie de rasgos que evolucionarán después hacia otras culturas más modernas y localizadas. Los acontecimientos se localizan preferentemente al pie de las elevaciones costeras, prefiriendo zonas apropiadas para la agricultura y también sobre barrancas de los afluentes de los ríos principales, lo que puede evidenciar la utilización de los ríos como vía de comunicación o fuente de aprovisionamiento. La base económica parece centrarse en el desarrollo de una agricultura eficiente, concretamente del maíz y de la mandioca, aunque en los yacimientos arqueológicos aparecen todavía gran número de conchas de moluscos. Uno de los rasgos más notables de Chorrera es su cerámica, de gran calidad técnica y estética, muy fina y ligera, elaborada tras un proceso de cuidadosa selección de la arcilla, previamente lavada.

Muchas de las características de esta cerámica, como el engobe crema, el grabado en zonas, o el modelado antropo y zoomorfo, tienen sus precedentes en las culturas anteriores Valdivia y Machalilla. Las formas más comunes son platos, con bordes levemente acampanados y a veces con base baja, anular o troncocónica. Hay cuencos, algunos de forma carenada, botellas y vasijas globulares. Una significativa innovación formal es la transformación de la botella de dos picos y asa puente en otra de un solo caño vertical, a veces descentrado, y un asa plana que lo une al cuerpo del vaso. Esta forma se puede convertir en un animal o en un ser humano, o se coloca una pequeña representación en la parte superior. A veces se añade un silbato que suena con el cambio de presión del aire al entrar o salir del recipiente el líquido que contiene. Se encuentran también cuencos-efigie zoomorfos, concibiéndose la vasija como el cuerpo del animal y la cabeza, la cola y las extremidades como modificaciones del borde que se asoman al interior. Esta idea de convertir un recipiente en la representación de un animal parece ser de origen amazónico y la fauna retratada es variada, apareciendo murciélagos, serpientes, aves, sapos, lagartos, pero también vegetales, frutas, como zapallos, ananás, mates, guabas, e incluso casas y embarcaciones, lo que proporciona un repertorio con cierto carácter etnográfico. En la decoración es común el engobe rojo limitado por líneas incisas formando motivos geométricos.

Y está también muy extendido el uso de la pintura negativa o por resistencia, que se obtiene cubriendo determinadas zonas de la cerámica con un elemento resistente, un engobe de barro o una pasta fina de cenizas y luego sometiendo la pieza a una segunda cocción a baja temperatura, el ahumado orgánico, con lo que se adhiere una brillante capa negra a la superficie de la vasija, excepto en las partes protegidas. La pintura iridiscente, la técnica chorrera más renombrada, se consigue aplicando a una vasija antes de la cocción un engobe diluido de barro que contiene óxido de hierro. Tras la primera cochura el vaso se devuelve al fuego, a baja temperatura, para el ahumado. Las pequeñísimas partículas minerales del engobe producen el efecto iridiscente y el óxido de hierro origina el característico color rosáceo de la superficie. Las figurillas de Chorrera son también muy características. De gran tamaño, huecas, se modelan a mano con una fina arcilla de color crema. La cara tiene rasgos finos y bien modelados, con ojos y boca realizados por medio de líneas delgadas, y una nariz pequeña de forma trapezoidal, resultando un rostro vagamente oriental. El cuerpo está bien modelado, con miembros gruesos y un tanto toscos. La mayoría parecen pertenecer al sexo masculino, careciendo de vestidos, pero con una abundante decoración corporal, tanto grabada como pintada. Son muy típicos unos grandes tocados en forma de casco, con una decoración en relieve de forma asimétrica.

A nivel regional se encuentran figurillas macizas, más toscas, pero de mayor expresividad y siempre modeladas a mano. Aunque apenas existen datos sobre la organización social, las creencias o las costumbres funerarias de las gentes de Chorrera, desde las propias evidencias artísticas se apuntan ya una serie de cambios respecto de etapas anteriores. La alta complejidad técnica de la cerámica pudiera señalar el comienzo de la especialización de ciertos individuos dedicados a su realización. Por otro lado, se encuentran una serie de objetos que pueden considerarse como distintivos de rango, indicadores de diferenciación de carácter social. Se encuentran, por ejemplo, orejeras en forma de carrete o servilletero, de cerámica muy fina y pulida, y también de concha u ónice. De concha se hacían también cuentas de collar y se trabajó el cristal de roca. Chorrera resulta fundamental para la comprensión de posteriores manifestaciones culturales y artísticas que se encuentran en Mesoamérica y Perú. En relación con la última área mencionada, Chorrera, por ejemplo, comparte con Chavín ciertos elementos iconográficos, como el águila arpía, el estampado en zig-zag en zonas sobre cerámica y las vasijas en forma de anillos. Ciertas conchas y particularmente la "Spondylus" mencionada, que se han encontrado en Perú en grandes cantidades y que se incorporaron plenamente a la iconografía Chavín, proceden de la costa de Ecuador y no existen al sur de Guayaquil, por lo que debieron comerciarse desde allí. La espectacular tradición peruana de cerámica escultórica y sobre todo animalística, se inicia también en Chorrera, y la encontraremos plenamente desarrollada en Moche, a donde llega a través de Vicús. En resumen, el Formativo del área Intermedia y particularmente de Ecuador resulta clave para la comprensión de los posteriores desarrollos culturales y artísticos de Suramérica.

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