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Los restos más antiguos de la cultura de los primitivos habitantes de Suramérica que conocemos hasta ahora son unos cuantos instrumentos de piedra, toscamente tallados, procedentes de Ayacucho, Perú, y que remontan la antigüedad del hombre suramericano a unos 16.000 años a. C. Estos hallazgos han sido puestos en duda por algunos investigadores que sostienen que el lasqueado de dichos instrumentos es casual. De todas maneras parece existir coincidencia en la idea de que el hombre penetró en América del Sur a través de Centroamérica durante el Pleistoceno, probablemente antes del 14.000 a. C., y que convivió con los grandes animales de la época, como el perezoso gigante (Megatherium), un tipo de elefante (Mastodonte) o el tigre dientes de sable (Smilodon), y otros animales que desaparecieron hace por lo menos 10.000 años. Los instrumentos de piedra de estos habitantes primitivos corresponden al llamado Estadio Pre-puntas de Proyectil, ya que se trata de utensilios poco diferenciados y que se agrupan en tres tradiciones diferentes, de dispersión variable a lo largo del continente. Se sabe muy poco de la cultura de los fabricantes de dichos instrumentos, tan sólo que eran probablemente cazadores y recolectores de alimentos. Y es probable que muchos de estos instrumentos fueran de carácter secundario, ya que se fabricarían muchos otros con materiales perecederos, como la madera o el hueso. Y tampoco conocemos nada de su arte, lo cual no quiere decir que no existiera.

El arte es un aspecto universal de la cultura; no ha existido nunca ningún pueblo que no haya practicado algún tipo de manifestación artística. Pero las obras de arte han podido realizarse con materiales que no se han conservado y debemos tener en cuenta también las artes que no se manifiestan necesariamente en un soporte material, como la música, la danza, la oratoria... Las más antiguas y por cierto impresionantes manifestaciones artísticas que se han conservado en Suramérica, corresponden ya a grupos cuya cultura es algo mejor conocida. Descendientes de los primitivos grupos mencionados o integrantes de una nueva oleada migratoria procedente de América del Norte, cazadores especializados se asentaron en los altiplanos andinos y en sus vertientes hacia el 9000 a. C. Sus restos materiales se han clasificado en diversas culturas, según sus características espaciales y temporales, pero tenían en común la manufactura de instrumentos de piedra muy especializados, como puntas de proyectil para la caza y otros utensilios para el tratamiento de la carne y las pieles. En una época de extinción de la fauna pleistocénica, cazaban diversas especies de venados y de auquénidos, como la vicuña y el guanaco. En invierno descendían en pequeños grupos a los valles abrigados y subían a las montañas en verano para instalarse en cuevas y, agrupados probablemente en unidades mayores o macrobandas, cazar de forma cooperativa. Su organización social sería sencilla, de carácter familiar y sin ningún tipo de especialización en el trabajo, siendo todos los miembros del grupo capaces de desempeñar tareas de tipo tecnológico, económico o sociopolítico, aunque existirían distinciones derivadas del sexo o de la edad.

En este tipo de organización no hay jefes autoritarios, solamente líderes carismáticos y temporales, cazadores especialmente hábiles. Probablemente el único especialista sería el shaman, el intermediario entre las fuerzas sobrenaturales y los humanos. Hechicero, curandero, adivinador, que desempeñaría una serie de rituales, a veces complejos, que respondían a necesidades y situaciones concretas. Y en estos rituales podría contarse con la participación activa de la comunidad y a través de la actividad del shaman y de los ritos podrían controlarse las fuerzas naturales y sobrenaturales y dar explicación a las desgracias inexplicables. Estas culturas aparentemente simples han revelado, sin embargo, aspectos de complejidad sorprendente en su ideología. En Lauricocha, en los Andes Centrales peruanos, se han encontrado enterramientos diferenciales según la edad. Hay fosas de pocos centímetros de profundidad, para adultos, con un ajuar incipiente en forma de piezas de sílex rodeando los esqueletos, y restos de animales. Las tumbas infantiles son fosas más profundas excavadas junto a piedras de regular tamaño. El ajuar es más rico, con utensilios de hueso de costilla pulidos, piezas de sílex y cuentas de collar, en un caso de hueso y en otro de turquesa. Se asocia también con las tumbas ocre rojizo y amarillo y en un caso se cubrió un cuerpo con oligisto. Ya en estas tempranas fechas se inicia una costumbre que será frecuente en épocas posteriores, la deformación de los cráneos; en este caso es del tipo tabular erecto, un marcado aplastamiento de la frente que se consigue atando fuertemente una tablilla a la cabeza del niño.

Son también estos grupos de cazadores los que han dejado un arte espléndido en las paredes y abrigos de toda la región andina, arte que refleja una aguda percepción de la naturaleza, un profundo conocimiento del mundo animal circundante, un gran sentido del movimiento y una considerable capacidad expresiva y de síntesis. El marco cronológico en el que se encuadran estas realizaciones artísticas es muy amplio, a rasgos generales, entre 12.000 a. C. y 500 d. C. Esta amplitud de fechas se debe al hecho comprobado de la expansión hacia el sur de estas culturas, no apareciendo en la Patagonia hasta el 5000 a. C. y manteniéndose en el extremo sur casi hasta hoy día. Las pinturas rupestres muestran un amplio espectro de estilos diferentes. Los estilos negativos o improntas de manos son comunes en el sur de Argentina y suelen asociarse con puntos, líneas de puntos, círculos, cruces, huellas de animales; los estilos de escenas reproducen cacerías, como cercos a guanacos, rastreos y persecuciones, o manadas de animales en diversas actitudes; en los estilos de grecas o geométricos complejos se introducen, aparentemente, motivos nuevos, y tal vez desconocidos por los artistas, seguramente por influencias o contactos con otros grupos de distinta cultura, como la greca escalonada. En Perú, en Lauricocha en los Andes Centrales, se ha encontrado un importante conjunto de arte rupestre, pinturas y grabados, que cronológicamente llega hasta épocas muy tardías.

Destaca la cueva número 3 de Chaclarragra, en cuya pared sur y a dos metros de altura sobre el suelo aparece una escena pintada en rojo oscuro. Parece tratarse de una manada de auquénidos, tal vez vicuñas, corriendo en fila y tratando de huir; algunos animales han sido alcanzados por dardos de cazadores situados estratégicamente. A pesar de su estilo relativamente simple y de su gran sencillez, la escena está llena de dinamismo, y los animales han sido captados en diversas actitudes. El primer animal parece doblarse ante la azagaya que tiene clavada en el lomo; el segundo se detiene en actitud de sorpresa; la mayoría despliegan las patas, creando la sensación de correr a galope tendido. Las figuras humanas parecen tratadas con menor cuidado, pero es clara su actitud y la existencia de las armas. La cueva donde aparecen estas pinturas está alojada en un gran peñasco, en la ladera de una gran pendiente. Aparecen además numerosos grabados y pinturas de épocas muy diferentes, con abundantes superposiciones. Los restos de cultura material hallados revelan que la caverna fue ocupada únicamente de manera eventual. En la Sierra sur de Perú, en Toquepala, se encuentra uno de los mayores conjuntos de arte rupestre de ese país. Las representaciones más llamativas se encuentran en la cueva denominada Tal-1, que mide 10 m de longitud, 5 de anchura máxima y 3 de altura. Parece más bien un sitio ceremonial antes que de habitación, o habría sido ocupada durante cortos períodos estacionales por un pequeño número de personas que, desplazándose continuamente, reincidían en sus visitas.

Aparecen allí más de un centenar de figuras, principalmente animales y humanas, componiendo diferentes escenas referentes sobre todo al rodeo y acoso de guanacos. En uno de los grupos se observa una fila de cazadores que llevan una especie de garrotes y rodean en semicírculo a los animales. Uno de los hombres se inclina hacia atrás levantando una pierna, en actitud de tomar impulso hacia una hembra preñada. Los animales se dispersan en todas direcciones. En otro grupo de pinturas los animales doblan el cuello apoyando el hocico en tierra como agotados, mientras los hombres los acosan con sus armas. Otros corren despavoridos hacia una especie de valla, yaciendo muerto ya alguno de ellos. Un perro parece ayudar a los perseguidores. Otra vez queda patente el sentido de la expresión, de dinamismo, la habilidad del artista para captar los detalles fundamentales de los animales. No se intenta representar un animal o un ser humano de forma naturalista, sino de captar la idea, la esencia de la persecución, de la caza, de la muerte del animal; y todo eso se logra plenamente. Es tal vez en Argentina, y concretamente en la Patagonia, donde se ha concedido al arte rupestre un interés especial. Se da aquí la circunstancia de que la cultura de los cazadores superiores se mantuvo durante más tiempo, casi hasta la actualidad, dadas las condiciones de marginalidad geográfica y cultural del extremo sur del continente. Pero las pinturas que nos interesan corresponden al mismo nivel cultural que el de los cazadores peruanos, aunque con un normal retraso en la cronología y con la aparición de representaciones de armas peculiares, como las bolas perdidas, pero manteniendo el mismo sentido en sus escenas, de cacería predominantemente.

Entre estos grupos destaca una escena de la estancia Sumich en un abrigo del curso alto del río Pinturas, en la provincia de Santa Cruz. Se trata de una escena de caza, pintada en color amarillo, en la que un grupo de guanacos se encuentra cercado por dos grupos opuestos de cazadores que cierran un cerco sobre los animales. Los seres humanos se representan esquemáticamente; siluetas estilizadas en forma de un rectángulo alargado para el cuerpo y dos líneas para las piernas, sin indicación de cabeza. Es más bien la posición, en torno a los guanacos, que la imagen lo que los identifica como cazadores, ya que además carecen de armas. Sin embargo, los guanacos están dibujados de forma mucho más realista, con gran simplicidad, pero revelando gran destreza en la representación de los detalles anatómicos que los hace perfectamente identificables, incluso individualmente. El artista patagón utilizó incluso los accidentes de la pared de la cueva como si fueran, los del terreno donde se desarrolla la escena. Los cuatro últimos guanacos de la fila aparecen en actitud de saltar un hipotético desnivel del suelo; el primero de ellos ha sorteado el accidente y se encuentra de nuevo en plena carrera; el segundo se representa con las patas traseras algo más altas que las delanteras, captadas en el momento de tocar el suelo tras el salto; el tercer animal, en el instante de rebasar el obstáculo, tiene las patas delanteras dobladas, el cuello estirado y la cola vuelta hacia el lomo, mostrando con pocos rasgos el esfuerzo del salto.

El último guanaco se presta a saltar, levantando levemente la cabeza y las patas anteriores. En otro momento de la escena, la fila de guanacos rodea un gran obstáculo, representándose claramente a los animales realizando el giro correspondiente, inclinando el cuerpo y estirando el cuello. Queda patente el profundo conocimiento de los animales y la capacidad de expresión. Destaca también el tratamiento de la perspectiva, colocando a los cazadores de la segunda fila cabeza abajo, con lo que parece acentuarse la representación de una acción, la de rodeo y acoso de un grupo de animales rápidos y ágiles por parte de hombres. En otra escena de los abrigos del río Pinturas los cazadores no sólo cercan a los guanacos sino que tratan de separar las crías de los adultos. En este caso las figuras humanas se representan con más detalle, con piernas y brazos, con lo que se acentúa una mayor sensación de movimiento. Los cazadores son precedidos por una serie de puntos, que parecen indicar huellas. Se trata de representar el recorrido, el rastreo y la persecución. El material utilizado para las pinturas se compone de colorantes de origen mineral, hematitas, óxidos de hierro, óxidos de cobre, que producen tonos ocres, rojos, amarillos y verdosos. El color se disolvía en agua o en alguna materia grasa y se aplicaba con una especie de hisopillo hecho con una ramita delgada en cuyo extremo se enrollaba un mechón de lana; o simplemente se dibujaba con los dedos, pero siempre con trazos firmes y seguros.

Un tema de gran interés que plantean estas pinturas es el de su posible intencionalidad y significado. Aunque no existe un acuerdo generalizado al respecto, parece existir un cierto consenso en interpretarlas dentro de un contexto ritual y como parte de ceremonias de magia de propiciación. A esta idea ayuda el hecho de que este tipo de pinturas se han encontrado siempre en sitios de acceso difícil y que nunca han sido lugares de habitación prolongados, sino que sólo se ocuparon esporádicamente. En algunos casos se encuentran además a modo de repisas con huellas oscuras, como de haber contenido mechas encendidas. Se ha llegado así a considerar esas cuevas como lugares donde se desarrollaban ciertos ceremoniales con los que las pinturas tendrían alguna relación. Es probable que tal como ahora hacen los pigmeos de África Ecuatorial, antes de llevar a cabo una importante cacería se dibujasen con todo cuidado, en el interior de esas cuevas y a la luz de vacilantes antorchas, los hechos que luego se esperaba reproducir en la naturaleza. Después, una vez obtenida la caza deseada, se volvería a la cueva, y en un lugar reservado al respecto, e incluso encima de otros dibujos ya realizados, se pintaría a los animales capturados para que la naturaleza no se resintiera de lo que se le había sustraído. La fuerza de la propiciación radica en la idea de que la figura representada es lo mismo que lo que se representa, no es solamente su imagen. Y debemos recordar que las escenas de caza y las superposiciones de animales son los temas comunes representados.

Avanzando aún más en la interpretación podríamos aventurar que serían precisamente los shamanes los encargados de realizar esas pinturas. Ellos son los intermediarios con las fuerzas sobrenaturales y de la naturaleza, individuos sobresalientes, con aguda capacidad de percepción y profundos conocedores de la realidad circundante. Aunque habría que destacar que no podríamos hablar de artistas especializados, sino de individuos que esporádicamente desempeñan el rol de artistas, siendo sus pinturas parte de las ceremonias que debían desempeñar. La idea de un arte anónimo, realizado por no especialistas se acentúa todavía en otro tipo de representaciones frecuentes en la Patagonia. En el curso alto del Pinturas, en tres cuevas y fechadas entre 5330 a. C. y 340 d. C. se encuentran una gran cantidad de improntas de manos en negativo. Su contexto cultural es el mismo de los cazadores que venimos mencionando. Son manos humanas, generalmente la izquierda, que se han colocado sobre la pared y se ha esparcido un pigmento mineral a su alrededor soplando a través de un canutillo. Los colores más antiguos son el negro, el ocre amarillento, rojo claro, violáceo y más tardíamente rojo oscuro, y, por último, el blanco sobre una superficie pintada previamente en rojo. En algunas cuevas aparecen centenares de manos, en otras unas pocas; el mayor número corresponden a adultos, algunas son de niños. Con menos frecuencia aparecen positivos resultado de mojar la mano en pintura y aplicarla sobre la piedra.

Suelen encontrarse en los lugares donde también aparecen los tipos de pinturas antes descritos. Entre otras interpretaciones se ha considerado la de un ritual de identificación, algo como la marca de visita, el testimonio personal del acceso a un lugar sagrado, costumbre que aún se conserva en Australia. Nos encontramos ante una forma de arte del que participa todo el grupo, participación que no se refiere solamente a la comprensión del arte por toda la comunidad sino a la realización común del mismo. El contexto ceremonial del desarrollo de este tipo de arte podría explicarse también por las características de la cultura de las bandas de cazadores. La indiferenciación del mundo sobrenatural y del real es de gran trascendencia en este tipo de culturas. Todas las cosas y seres que existen en la naturaleza poseen alguna clase de espíritu, que es el que explica las acciones características de ese ser y que a la vez proporciona los medios a través de los cuales los humanos pueden influir sobre él o al menos controlarlo. De esa manera todos los aspectos de la naturaleza pueden de alguna manera ser controlados por el hombre, que puede influir en ella por medios sobrenaturales ya sea para obtener el alimento o para alejar calamidades. En este sentido podemos considerar al arte en un contexto sobrenatural, como uno de los medios de los que se vale el ser humano para actuar sobre el entorno e incluso sobre la propia sociedad.

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