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Datos principales


Rango

Paleolítico Superior

Desarrollo


A partir del Renacimiento, los avances de las ciencias naturales y de los conocimientos geográficos fueron fijando de manera progresiva la existencia de un lejano y primitivo estadio cultural de la humanidad. Pero la Prehistoria como ciencia no empezó a configurarse hasta las décadas centrales del siglo XIX, en relación con las teorías del evolucionismo biológico y en conflicto con las tradiciones bíblicas de las que se quería deducir una corta cronología absoluta (Hegel, Lamarck, Geoffroy de Saint-Hilaire, Darwin, Lyell, etcétera). De las polémicas resultantes y de los titubeos propios de los comienzos de una actividad científica, la Prehistoria no salió hasta los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX. En dicho ambiente, y condicionado por él, se insertó la discusión acerca de la posible actividad artística del hombre prehistórico que muchos se resistían a admitir. A la solución del problema tenían que contribuir los hallazgos realizados por los prehistoriadores en diferentes lugares de Europa. Los nombres de los franceses Boucher de Perthes, Lartet, Piette, Mortillet, etc., como los de los españoles Casiano del Prado, Sautuola, Vilanova y Piera, etcétera, ilustran la historia de estas luchas para hacer de la Prehistoria una ciencia que ha proporcionado a la Humanidad actual una conciencia exacta de sus remotos y primitivos orígenes.

De los hombres que consiguieron fijar la existencia y caracteres de aquella antiquísima actividad artística se hablará en el presente apartado. La moderna erudición ha descubierto que ya en obras de los siglos XVI y XVII existen vagas referencias al arte rupestre, pero sólo constituyen curiosidades literarias, ya que los autores de las mismas no tenían ninguna idea de su atribución cultural, ni mucho menos de su fecha. Será suficiente recordar que la cita más antigua es la de François de Belleforest, quien, en su "Cosmographie", impresa en 1575 (hay ediciones posteriores), se refiere a los animales pintados en la caverna de Rouffignac (Dordoña). Cuando en el año 1835; André Brouifet, notario en Civray, halló en una cueva de Chaffaud-á-Sevigné (Vienne) un hueso grabado con figuras de ciervas, se reconoció el interés de la pieza, pero fue atribuida a la época céltica. En 1851 el hueso ingresó en el Museo de Cluny y dos años después fue dibujado allí por Próspero de Merimée, quien, intrigado, remitió copia de su dibujo al arqueólogo danés J. J. Worsae, que tampoco hizo un diagnóstico preciso. Actualmente se conserva en el Museo de Antigüedades Nacionales de Saint-Germain-en-Laye y lleva el número de inventario 30.361. Se trataba del primer ejemplo conocido de arte mueble paleolítico (también llamado mobiliar en la jerga de los prehistoriadores). Un caso parecido ocurrió con el bastón perforado hallado en Veyrier (Alta Saboya), con un cáprido y una rama vegetal grabados, que se conserva ahora en el Museo de Historia del Arte de Ginebra.

Luego, a partir de 1860, paralelamente al nacimiento y formación inicial de la ciencia prehistórica, se produjo un rápido avance en el conocimiento de este arte mueble, ya correctamente atribuido al Paleolítico superior. En su investigación, durante el resto del siglo XIX, destacan los nombres del Marqués de Vibraye, E. Massénat, E. Piette, E. Lartet y H. Christy. En 1875 apareció la voluminosa obra de los dos últimos titulada "Reliquiae aquitanicae", verdadero corpus del arte mueble conocido hasta aquella fecha. Al propio tiempo se iba sabiendo de la existencia de un arte rupestre al aire libre en diversos lugares de la Península Ibérica, el de ciertos primitivos contemporáneos e incluso el de los hombres prehistóricos norteafricanos. Pero quien, el primero, iba a identificar el arte parietal paleolítico, era el español Sautuola que, el mismo año de la publicación de aquella gran obra, visitaba por primera vez la cueva de Altamira.

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