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Rusia, el gigantesco Imperio de 22 millones de km2 y unos 132 millones de habitantes en 1900, era el caso opuesto. El asesinato del zar Alejandro II el 1 de marzo de 1881 (13 de marzo, según el calendario occidental), como consecuencia de un atentado con bomba perpetrado por la organización clandestina Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo), expresó de forma trágica el dilema de la política rusa. Parecía no existir más alternativa que la autocracia zarista o la violencia revolucionaria. El atentado fue sobre, todo un error político. Porque Alejandro II, como respuesta a la derrota de su país en la guerra de Crimea (1853-56) y a la insurrección polaca de 1861-62, había impulsado reformas esenciales como la emancipación de los siervos (1861), la autonomía universitaria (1863), la independencia del poder judicial (1864), la eliminación de la censura de prensa (1865) y la concesión de autonomía administrativa a ayuntamientos y asambleas provinciales y de distrito (1864,1870). Alejandro II era, así, la única e hipotética esperanza para una posible evolución de Rusia hacia alguna forma de constitucionalismo limitado. Sólo unas semanas antes de su asesinato, había dado su aprobación al proyecto pseudoconstitucional preparado por el ministro del Interior, conde Loris-Melikov, que preveía la creación de unas Comisiones consultivas a las que el gobierno presentaría sus proyectos económicos, administrativos y legislativos.

Como consecuencia, el reinado de Alejandro III (1881-94) y los primeros años del de Nicolás II (1894-1917) supusieron una reafirmación del principio del gobierno autocrático y personal -no hubo, por ejemplo, presidente del Consejo de ministros hasta 1905- y un retorno a los principios del nacionalismo ruso y del tradicionalismo ortodoxo. Ambos zares y sus colaboradores más próximos -el poderosísimo Konstantin Pobedonostsev, procurador general del Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa desde 1880 a 1905, especie de ministro de la religión; Ignatiev, el conde Dimitrii Tolstoi, Durnovo, Goremykin, V. K. Plehve, ministros del Interior entre 1881 y 1905; Nikolai Bunge y Sergei Witte, ministros de Hacienda entre 1881 y 1903; N. K. Giers, M. N. Muravev, el conde Lamzdorf que estuvieron al frente de Exteriores desde 1881 a 1906- vieron Rusia como un país eslavo y ajeno a las tradiciones sociales y políticas del mundo occidental, cuya forma natural de gobierno era, por ello, la monarquía patriarcal y benevolente en la que el Zar, la nobleza y los campesinos formaban una unidad social armónicamente integrada por el peso de la tradición y las costumbres, los rituales ceremoniosos de la Iglesia ortodoxa y la intensa religiosidad popular (expresada a través de las numerosas fiestas religiosas y sobre todo de la Pascua rusa, del culto de los iconos y de la especial devoción a determinadas Vírgenes). Alejandro III era un hombre disciplinado, modesto, valeroso y simple; Nicolás II, un carácter débil, vacilante, de gran integridad moral -él fue el promotor de la conferencia por la paz que se celebró en La Haya en 1899-, y más amante de la vida doméstica y familiar que de la vida pública y las responsabilidades del Estado.

Ambos estuvieron convencidos -y Nicolás II hasta el mismo momento de la caída de la dinastía en 1917- de que el pueblo ruso, objeto de la idealización romántica de eslavófilos, populistas y anarco-cristiano-pacifistas como León Tolstoi, estuvo siempre con ellos. A partir de 1881, los proyectos de Loris-Melikov fueron retirados. La oposición revolucionaria, reducida a pequeños círculos intelectuales y universitarios carentes de apoyo popular, fue prácticamente desmantelada por la policía política, la temida "okhranka" y sólo comenzó a resurgir en la década de 1890. Un episodio como la conspiración para asesinar al Zar en 1887 -que terminó con la ejecución de los implicados, uno de ellos hermano de Lenin- fue un hecho aislado sin trascendencia política. La censura de prensa fue endurecida. En 1884, se derogó la autonomía de las universidades, que quedaron bajo control de inspectores nombrados por el ministro del Interior. En 1889, se crearon los "jefes rurales", designados también por Interior, con funciones policiales, judiciales y administrativas. Significativamente, se quiso reforzar el papel tradicional de la nobleza y se creó para ello un Banco especial para los nobles, se reservaron a éstos los cargos de jefes rurales y se reforzó su presencia en los "zemstvos" o asambleas provinciales (aunque tal vez todo ello fuera inútil: la nobleza mantenía su estilo de vida suntuario pero había perdido gran parte de su poder, incluso en la burocracia del Estado desde las reformas de los años sesenta.

Un caso como el que presentó Chejov en El jardín de los cerezos, donde un antiguo siervo, Lopajín, compraba una gran propiedad a unos nobles arruinados y endeudados, no era infrecuente). Paralelamente, desde 1883 se acentuó la política de rusificación, especialmente en Polonia. El Estatuto de 1882 prohibió a los judíos establecerse en zonas rurales -aunque se respetaron los derechos de quienes ya lo estaban (por ejemplo, la familia de Trotsky)- y adquirir propiedades y luego, se limitó drásticamente su acceso a las universidades (1887) y a ciertas profesiones (por ejemplo, a la de abogado, cerrada a los no cristianos desde 1889). El régimen tenía buenas razones para pensar que aquélla era la política adecuada. La reafirmación de la autocracia zarista restableció el orden: la primera década del reinado de Alejandro III fue particularmente estable y tranquila. Y coincidió, además, con el primer despegue de la economía rusa, impulsada desde arriba por los ministros de Hacienda Bunge (1881-87), Vyshnegradskii (1887-92) y Sergei Witte (1892-1903). Bunge y Vyshnegradskii equilibraron el gasto público y estimularon las inversiones extranjeras, especialmente francesas. Witte (1849-1915), un alto funcionario de origen alemán que había mostrado energía y capacidad excepcionales en la dirección de los ferrocarriles provinciales, reforzó aquella política e hizo de la industrialización y del crecimiento económico -proyectos vistos con recelo y hasta oposición por agraristas, populistas y eslavófilos- la clave de la política zarista y del mantenimiento de Rusia como gran potencia militar y colonial (algo en lo que llevaba razón: con Alejandro III, continuó la ocupación de Asia Central y la colonización del Turkestán, facilitadas por la terminación de los ferrocarriles de Krasnovodsk, en el Caspio, a Samarkanda y de Moscú a Tashkent.

La construcción del Transiberiano, 1891-1904, ya bajo Nicolás II, hizo bascular la política exterior rusa hacia Manchuria y China). La industrialización de la cuenca del Donetz, empresa de dimensiones colosales, hizo de Rusia, ya para 1899, la cuarta potencia en producción de hierro y acero; su red de ferrocarriles era a principios de siglo la más extensa de Europa. La producción textil, centrada en torno a Moscú, creció espectacularmente; Bakú se convirtió en el primer centro petrolero del mundo. Crecieron igualmente, y de forma notable, las ciudades y la población urbana y con ellos, los servicios, las profesiones liberales, las Universidades, las escuelas e institutos técnicos y especializados y también, la clase obrera industrial. En 1900, Rusia no era un país moderno, industrial y urbano. Además, la fragilidad de su desarrollo era palmaria, y así se vio, primero, en 1891 cuando la sequía y el hambre azotaron la cuenca del Volga, luego, en 1898-99, cuando de nuevo el hambre se extendió por esa región y en 1900-02, cuando el país resultó afectado por la crisis económica internacional y sacudido por graves revueltas agrarias en Ucrania. Pero existían ya importantes enclaves de modernidad y el ritmo y amplitud de las transformaciones que se habían producido, especialmente desde 1885, eran notables. Precisamente, la modernización del país y la apertura exterior que ello trajo consigo -simbolizada en la alianza con Francia de 1894- ponían todavía más de relieve la contradicción existente entre los principios sobre los que descansaba el Imperio ruso y los valores de la civilización liberal occidental.

El hambre de 1891 sacudió la conciencia pública; la ineptitud que las autoridades mostraron en aquella ocasión provocó numerosos disturbios y desórdenes. El desarrollo industrial supuso la aparición de la conflictividad laboral que, no obstante las duras medidas de control y represión existentes, aumentó desde 1890: en 1897, tras una amplia huelga textil, el gobierno tuvo que limitar la jornada de trabajo a 10 horas. Reapareció, igualmente, la agitación universitaria, expresión significativa de la conciencia democrática y revolucionaria de los estudiantes (por más que numéricamente no fueran muchos: unos 40.000 hacia 1914). En febrero de 1899, hubo una huelga general que se extendió por las 11 Universidades del país. La paz política de los años ochenta terminó. El hambre de 1891 convenció a algunos moderados y liberales del propio régimen -los más de ellos, miembros electos de los "zemstvos" provinciales- de la necesidad de proceder a reformas políticas y pareció dar la razón, y legitimidad política, a los argumentos y opiniones de la oposición semi-tolerada de constitucionalistas, liberales y occidentalistas (por lo general, pequeños círculos de personalidades vinculadas a la vida intelectual y académica y a las profesiones liberales de las ciudades). La actividad clandestina renació. Algunos intelectuales influidos por el marxismo, como Plekhanov, Struve o Akxelrod, crearon en 1898 el Partido Social Demócrata Ruso, cuya actividad principal se desarrollaría en el exilio pero al que en el interior se afiliaron trabajadores y estudiantes radicales como Martov, Lenin y Trotsky.

Intelectuales neopopulistas como Víctor Chernov, que seguían viendo en el campesinado y no en los trabajadores industriales la verdadera clase revolucionaria rusa, crearon a fines de 1901 el Partido Social-Revolucionario que, enlazando con la tradición terrorista y anarquista rusa, recurrió a la violencia como forma de acción política: el ministro de Educación Bogolepov fue asesinado en un atentado en febrero de 1901; los de Interior Sipiagin y Plehve, en 1902 y 1904, respectivamente; el propio tío del Zar, el gobernador-general de Moscú, Gran Duque Sergei Aleksandrovich, en 1905. El estallido revolucionario de 1905 puso de manifiesto la debilidad institucional que existía detrás de aquel aparentemente formidable entramado político -mitad, rituales imponentes; mitad, represión policial- que era la autocracia zarista. Fue precedido por el recrudecimiento de la conflictividad social: conflictos agrarios en Ucrania entre 1900 y 1904, huelgas y disturbios obreros en toda Rusia en 1902, huelga general en Bakú en julio de 1903, desórdenes de carácter antisemita (como el "pogrom" de Kishinev), nuevas huelgas en 1903 y 1904. Pero fue precipitado por las derrotas que el Ejército ruso sufrió en la guerra con Japón. La guerra comenzó el 8 de febrero de 1904, tras un ataque por sorpresa, sin previa declaración de guerra, de la marina japonesa contra barcos rusos estacionados en el puerto chino de Port Arthur, en la Península de Liaotung. La causa de la guerra fueron las diferencias entre Rusia y Japón sobre sus respectivas áreas de influencia en Manchuria y Corea, cuestión que venía siendo objeto de negociación entre ambos países desde 1903.

Lograda la superioridad naval, los japoneses desembarcaron miles de soldados en Corea. El 1 de mayo, infligieron una durísima derrota al Ejército ruso en la batalla del Yalu, río fronterizo entre China y Corea, primera vez que un ejército asiático derrotaba a un ejército europeo. Luego, penetraron en Manchuria y, después de dos batallas no definitivas en el otoño, lograron, ya en febrero-marzo de 1905 una nueva victoria en la batalla de Mukden. Finalmente, el 28 de mayo, la marina japonesa mandada por el almirante Togo destruyó prácticamente en su totalidad la flota rusa. La mediación de Estados Unidos (10 de agosto) logró que se firmara la paz (5 de septiembre): Rusia cedió parte de las islas Sajalin, reconoció los derechos de Japón sobre Corea y hubo de pagar fuertes indemnizaciones de guerra y conceder derechos de pesca en Siberia a su enemigo. El desprestigio que ello supuso y las cuantiosas bajas sufridas -60.000, por ejemplo, en la batalla de Mukden- agudizaron el descontento popular en Rusia. En noviembre de 1904, se celebró en San Petersburgo un Congreso de diputados de los Zemstvos -gracias a la tímida liberalización favorecida por el ministro del Interior Mirskii-, que planteó la necesidad de convocar elecciones a un Parlamento ante el estrepitoso fracaso de la política oficial. En noviembre y diciembre la Unión de Liberación, un grupo liberal creado por iniciativa de Pietr Struve y Paul Miliukov, organizó una amplia campaña nacional con la misma exigencia.

El domingo 9 de enero de 1905 (22 según el calendario occidental), tropas del Ejército dispararon en San Petersburgo contra una manifestación pacífica -portaban cruces e imágenes religiosas- de unas 200.000 personas que, dirigida por un agente de la policía implicado en la creación de sindicatos policiaco-empresariales, el padre Gapón, se dirigía hacia el Palacio de Invierno del Zar para presentar una serie de peticiones políticas y laborales como la convocatoria de una Asamblea constituyente, mejoras salariales, jornada de 8 horas y libertad sindical. Un centenar de personas resultaron muertas. El "domingo sangriento" provocó una oleada de huelgas y manifestaciones por todo el país: a fines de enero, había más de medio millón de personas en huelga (y a lo largo del año se registraron 13.995 huelgas en cifras oficiales, cuando con anterioridad no solía llegarse a los 1.000 conflictos anuales). El 18 de marzo, el gobierno cerró las Universidades. En junio, tras conocerse la destrucción de la flota, se produjeron gravísimos desórdenes en Odessa: la tripulación del acorazado Potemkin se sublevó y bombardeó distintos puertos del mar Negro antes de buscar refugio en Rumanía. En septiembre y octubre, rebrotó la actividad huelguística. La capital, donde el 13 de octubre los huelguistas constituyeron un Comité central o soviet (consejo) al que en noviembre se incorporaría desde el exilio Trotsky, quedó literalmente paralizada con casi 700.000 personas en huelga.

La presión de los acontecimientos -desastre militar, reacción liberal, malestar popular- forzó a Nicolás II a realizar los cambios políticos que al menos una parte de la población demandaba. En febrero, el nuevo ministro del Interior Bulygin había ofrecido la convocatoria de una "Duma" o Parlamento de carácter consultivo y de elección indirecta. Pero viendo que aquella iniciativa sólo había servido para estimular la actividad de liberales y constitucionalistas - que en mayo habían formado una Unión de Uniones dirigida por el historiador Miliukov- y ante la extensión de las huelgas, Nicolás II, asesorado por Witte, optó por hacer amplias concesiones políticas. El 17 de octubre, publicó un breve pero explícito Manifiesto -redactado por un colaborador de Witte- que prometía la concesión de todas las libertades civiles fundamentales y la inmediata convocatoria electoral a una "Duma" o Parlamento de Estado. El Manifiesto fue recibido con grandes manifestaciones de entusiasmo y apoyo al Zar en todo el país. Se legalizaron los partidos políticos. En octubre, se creó el partido constitucional-demócrata, bajo el liderazgo de Miliukov; en noviembre, el partido "octubrista" (liberal-conservador), dirigido por Aleksander Guchkov. Paralelamente, cesaron las huelgas. El llamamiento que a principios de diciembre hizo el Soviet de San Petersburgo -cada vez más aislado, y diezmado por la represión policial- a una nueva huelga general fracasó: el intento insurreccional que, como consecuencia, se produjo en Moscú el 8 de diciembre fue aplastado por la fuerza.

Luego, en los primeros meses de 1906, el Ejército, la policía y los gobernadores civiles terminaron de restaurar el orden: unas 4.000 personas fueron ejecutadas y varios miles, entre ellos Trotsky, fueron o deportados o condenados a prisión (Lenin, que regresó a Rusia tarde, en noviembre de 1905 y que se había limitado a tareas de reorganización de su partido y de divulgación ideológica, se refugió semiclandestinamente en Finlandia y en agosto de 1906, volvió a exiliarse). Pero controlada la revolución, rebrotó el terrorismo. Los social-revolucionarios desencadenaron una violentísima campaña de atentados a lo largo de 1906: sólo en los ocho primeros meses del año, murieron como consecuencia 288 personas, en su mayoría policías y gendarmes. Witte, que actuó como Primer Ministro -otra gran novedad política- hasta el 16 de abril de 1906, había planteado a Nicolás II el dilema al que se enfrentaba la política rusa: o la dictadura militar -que el Zar contempló en los días anteriores al Manifiesto de Octubre- o la apertura hacia fórmulas constitucionales. Optó por la segunda resolución. En la última semana de abril, se celebraron las elecciones a la Duma (bajo una complicadísima ley electoral que, en síntesis, favorecía a propietarios rurales y clases medias acomodadas): los constitucional-demócratas lograron 179 de los 478 escaños; un nuevo partido socialista agrario o laborista, 111; el centro (octubristas) y la derecha, 50. El día 26 (o 6 de mayo) se publicaron las Nuevas Leyes Fundamentales, una especie de pseudoconstitución conservadora, que reservaba amplísimos poderes a la Corona, que seguía afirmando que el "poder autocrático supremo" correspondía al "Emperador de todas las Rusias", pero que sancionaba el sistema parlamentario -sobre la base de dos cámaras-, si bien negaba a la Duma poder legislativo y sólo le reconocía capacidad de interpelación al gobierno y para aprobar el presupuesto y vetar iniciativas gubernamentales.

Se trató, pues, en el mejor de los casos, de una ambigua apertura. Pero entre 1906 y 1914, Rusia tuvo al menos su primera experiencia de carácter parlamentario y constitucional. Esto no fue ciertamente un hecho desdeñable. Por más que desde junio de 1906, con la llegada al poder de Stolypin se produjera, como enseguida veremos, un evidente giro a la derecha, por más que el Zar siempre se mostrara incómodo incluso con aquel ensayo de constitucionalismo limitado, las reformas de 1905 parecían, en 1914, irreversibles. Además, las Dumas -hubo cuatro elegidas en abril de 1906, febrero y noviembre de 1907 y noviembre de 1912- desempeñaron un papel mayor del previsto en las Leyes Fundamentales. Las dos primeras Dumas estuvieron dominadas por la izquierda. Ya acabamos de ver la composición de la primera, dominada por los constitucional-demócratas (o "cadetes") y los laboristas (o "trudoviki"). En la segunda -la anterior fue disuelta al cabo de dos meses a la vista de la política de confrontación sistemática seguida por los diputados de la oposición- se compuso de 98 cadetes, 104 laboristas, 65 social-demócratas (de ellos, 18 bolcheviques) y 37 social-revolucionarios; el centro y la derecha sumaban 104 diputados. Precisamente, fue para reconducir hacia posiciones más conservadoras un proceso político que parecía incontrolable por lo que Nicolás II encargaría a finales de junio de 1906 la jefatura del Gobierno a Peter Stolypin (1862-1911), un miembro de la pequeña nobleza terrateniente tradicionalmente vinculada a la burocracia y un hombre fuerte, frío, enérgico y autoritario, culto y buen conocedor de los temas agrarios, como había demostrado como gobernador en varias provincias y como ministro del Interior en los meses de abril-junio de 1906.

Y en efecto, Stolypin puso en marcha una política a la vez autoritaria y reformista como vía hacia el desarrollo económico y la modernización gradual y controlada de Rusia. En la práctica, ello se tradujo, primero, en un endurecimiento considerable de la represión judicial y policial: 16.440 personas fueron juzgadas por crímenes políticos en 1908-09, y de ellas 3.682 fueron condenadas a muerte (aunque también, unas 4.500 personas fueron víctimas del terrorismo de la extrema izquierda en los años 1906-07); y segundo, en una revisión conservadora y restrictiva de la ley electoral, materializada en la ley de 3 de junio de 1907, para muchos un verdadero golpe de Estado. En la nueva Duma, elegida en noviembre de ese año, los octubristas (liberal-conservadores) lograron 154 escaños; la derecha, que en 1910 se uniría en la Unión Nacional Rusa, 97; la oposición, 86 (54 cadetes, 13 laboristas, 19 social-demócratas). Restablecido el orden público y garantizada la mayoría de la derecha tradicional y conservadora en la nueva Duma, Stolypin, que al llegar al gobierno había dicho que el retorno del absolutismo era imposible, inició resueltamente el plan de reformas que se había impuesto: establecimiento de un sistema moderno de gobierno por consejo de ministros, reforma en profundidad de la educación primaria y secundaria, creación de un sistema de seguros de enfermedad para los trabajadores, mejoras en el Ejército y la Marina (lo que haría que Rusia, pese a la derrota ante Japón en 1905, tuviera en 1914 uno de los más grandes ejércitos de Europa), extensión del ya gigantesco sistema ferroviario y sobre todo, la reforma agraria.

Esta última, anunciada en noviembre de 1906, era la gran apuesta de Stolypin y la iniciativa más importante que se tomaba en el país desde las reformas de Alejandro II a mediados del siglo XIX. Stolypin sabía que los problemas de la agricultura -excedentes de población rural, carencia de capitales e inversión, gigantesca extensión de las tierras comunales explotadas a través de parcelas individuales dispersas de bajísima o nula productividad y técnicas de trabajo primitivas- eran el gran problema de Rusia. Su reforma -venta de tierras comunales, abolición de las tasas de redención que los campesinos debían pagar por abandonar la comuna y de los impuestos de capitación sobre éstas, creación de bancos de crédito rural- aspiraba a introducir la economía de mercado en el sector, desarrollar una especie de capitalismo rural sobre la base de propietarios medios y crear, así, un nuevo campo ruso competitivo, moderno y volcado a la exportación. Los resultados no fueron escasos. Entre 1907 y 1915, unos 2,4 millones de campesinos adquirieron derechos de propiedad sobre sus tierras; en 1915, había en torno a 6 millones de propiedades de tipo medio en manos privadas; la tierra arable aumentó en un 10 por 100; entre 1905 y 1914, las propiedades de la nobleza disminuyeron en un 12,6 por 100 (por lo que más del 50 por 100 del total de la tierra arable del país pertenecía, en 1914, a los campesinos). Pero no se logró la gran transformación ambicionada.

En 1914, todavía un 80 por 100 de la tierra se explotaba en diminutas parcelas dispersas y por sistemas de rotación anticuadísimos y sin animales de carga. La reforma de Stolypin habría necesitado, según él, unos veinte años para ser efectiva. La Guerra Mundial y luego, la revolución de octubre de 1917 la interrumpieron. Pero la reforma era una indicación de las inmensas posibilidades modernizadoras que se abrían ante el país. El progreso que Rusia había experimentado durante el reinado de Nicolás II y sobre todo, entre 1905 y 1914, era impresionante. En veinte años, la población había crecido en un 40 por 100. La producción de grano (centeno, trigo, cebada) pasó de unos 36 millones de toneladas en 1895 a unos 74 millones en 1913-14. Las reservas de oro del Estado, de 648 millones de rublos (1894), a 1.604 millones (1914); los depósitos en los bancos de ahorro, de 300 millones a 2 billones, en las mismas fechas. La producción de carbón y acero se cuadruplicó y la de petróleo aumentó en un 60 por 100 en el mismo tiempo (ya quedó dicho que la producción industrial creció entre 1880 y 1913 a una tasa anual del 5,72 por 100). Maurice Baring, el escritor inglés que vivió años en Rusia, escribió en 1914 que "quizás, nunca ha habido un periodo en que Rusia fuese materialmente más próspera que ahora, o en que la gran mayoría del pueblo pareciese tener menos razones para el descontento". El resurgimiento cultural de Rusia parecía ratificarlo así.

La contribución de sus escritores y artistas -Chejov, Gorky, Bely, Blok, Kandinsky, Chagall, Malevich, Scriabin, Stravinsky, Mandelstham, Akhmatova, Fokine, el coreógrafo de los ballets de Diaghilev, Nijinsky, la figura de éstos, Stanislavsky, el director del Teatro del Arte de Moscú- a las vanguardias antes de 1914 fue decisiva. El hombre que sustituyó a Stolypin -asesinado el 1 de septiembre de 1911 en la ópera de Kiev- al frente del gobierno, W. N. Kokovtsov, pensaba en 1913 que Rusia sólo necesitaba buen gobierno y una economía saludable (exiliado tras la revolución de 1917, siempre dijo que, sin la guerra mundial, Rusia habría prosperado espectacularmente). Naturalmente, existían numerosas razones para el descontento e incluso, en los años 1910-14, huelgas y conflictos resurgieron a pesar de la extraordinaria prosperidad de toda la economía rusa. De 466 huelgas y 105.100 huelguistas en 1911, se pasó a 3.574 huelgas y 1.337.458 huelguistas en 1914. 270 huelguistas murieron el 4 de abril de 1912 en choques con el ejército, durante una huelga en las minas de oro de Lena. Pero el Zar parecía ser extraordinariamente popular, como demostraron los fastos celebrados en 1913 con motivo del 300 aniversario de la entronización de la dinastía Romanov. La oposición revolucionaria estaba muy dividida, infiltrada por la policía -incluido el propio partido bolchevique- y no era capaz de capitalizar políticamente lo que pudiera haber de descontento popular. En las elecciones a la cuarta Duma -noviembre de 1912-, la derecha volvió a avanzar (185 diputados, más 98 octubristas, por 58 cadetes, 10 laboristas, entre ellos, Kerensky, y 14 social-demócratas). Probablemente, Rusia no era tan próspera y estable como pensaban Baring y Kokovtsov. Tal vez la idea que el escritor Andrei Bely expuso en su novela Petersburgo (1913), de que las dos Rusias, la imperial y burocrática, y la revolucionaria, intelectual y visionaria, estaban condenadas, fuera más certera. Pero en todo caso, el espectro de la revolución, que había surgido tan amenazante en 1905, parecía en 1914 haberse desvanecido.

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