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Turquía ofrecía un panorama difícil de comparar con los Estados e Imperios europeos de la época. Su sistema político, aunque arcaico comparado con los principales países europeos de la época, tenía un potencial basado en la existencia de una población turca asentada en el Asia Menor y en torno a Constantinopla, donde residía el sultán, que podía constituir una nación-Estado según el modelo occidental. El imperio estaba en manos de la dinastía osmanlí, que no formaba parte de las casas europeas por sus abismales diferencias de costumbres. El poder político del sultán era casi ilimitado. Era jefe de todos los creyentes en el Islam. Ésta era la única religión del Estado, que otorgaba, exclusivamente a quienes la profesaban, unos relativos derechos civiles y políticos. Además, el Islam era la regla de las costumbres sociales y los usos privados, la medida de todas las cosas en el orden político y jurídico. Todo ello estaba en manos del sultán, si bien el Cheik-il-Islam, el más antiguo de los intérpretes de los escritos de Mahoma, tenía el derecho de decidir si una ley del sultán era concorde con la doctrina mahometana. En el interior del Imperio, los súbditos que profesaban la religión de Mahoma tenían igualdad jurídica entre sí. La autoridad imperial toleraba los pueblos cristianos de los Balcanes y les permitía fundar comunidades religiosas. En ellas el clero, de acuerdo con el uso medieval conservado aún en el siglo XIX, no sólo administraba sacramentos sino que tenía autoridad legal en algunos aspectos civiles y también ejercía funciones judiciales.

Pero un cristiano no podía ganar una causa contra un mahometano ante un tribunal islámico. Frente a los creyentes, los súbditos cristianos carecían de todo derecho. Desde la década de 1870, la posibilidad de modernizarse se frustró hasta bien entrado el siglo XX. Lo intentaron algunos intelectuales y altos funcionarios formados en Europa Occidental, los que más tarde se llamarían "jóvenes Turcos". Se confió en el cambio de mentalidad de la población por medio de la escuela popular que debía contribuir a reconciliar a cristianos y musulmanes. Pero este camino fue muy lento. De momento, fracasaron los intentos de reconocer a los cristianos los mismos derechos que a los musulmanes y la supresión de la antijuridicidad de recusar cualquier queja presentada por los cristianos ante los tribunales. Eran usos históricamente arraigados. Su modificación fue una empresa sin perspectivas inmediatas solicitada por los europeos, que lo habían pedido solidaria y enérgicamente. El sultanato, debido a la rápida degradación de la situación, cambió de titular hasta tres veces en el año 1876. En marzo Abd-ul-Aziz había sido depuesto en beneficio de su sobrino Murad V, que en agosto fue destronado por su hermano, Abd-ul-Amid II, quien permaneció hasta 1909. Gobernó primero con Midhat Pachá -el líder de los "Jóvenes Turcos"- y accedió a la proclamación de una Constitución que, sobre el papel, concedía más libertades que las entonces vigentes en Francia.

El Parlamento quedó formado por representantes del propio sultán que recibieron el apodo de "Sí, Señor". Midhat Pachat cayó en desgracia en febrero de 1877 y fue desterrado a Arabia, donde murió estrangulado. El gobierno inspirado por los "Jóvenes Turcos" había durado sólo unos meses. El sultán volvió a reinar sin limitaciones al estilo de los viejos déspotas. A pesar de su arcaísmo y a diferencia de otros Imperios antiguos, el otomano en el último tercio del siglo XIX seguía siendo una fuerza militar lo suficientemente poderosa como para causar dificultades a los ejércitos de las grandes potencias. Esto le dio un temible prestigio en Europa. Desde finales de la Edad Moderna, el Imperio había sufrido un proceso de desgaste y desintegración. A mediados del siglo XIX, pertenecían al reino del sultán el Asia Menor, Siria, Líbano, Palestina, Mesopotamia hasta el Golfo Pérsico, la Península Arábiga y la costa del Mar Rojo. En el Norte de África, además de tener los principados dependientes de Túnez y Egipto, ejercía la jurisdicción directa sobre la Cirenaica y Tripolitania. En Europa todavía controlaba una parte de la península balcánica (el Próximo Oriente) entre el Mar Negro, el Egeo y el Adriático. Bulgaria, Albania, Macedonia y Bosnia Herzegovina permanecían bajo el poder directo del sultán. Grecia, sólo una parte del actual Estado de Grecia, era independiente. Serbia y Montenegro, aunque gobernados por príncipes autónomos, eran vasallos del Imperio.

Los rumanos, aprovechando la guerra de Crimea, crearon un principado autónomo. Una de las características del siglo XIX fue precisamente la progresiva pérdida de territorios e influencias. De hecho, antes de la Gran Guerra, había desaparecido casi por completo de Europa y hacía tiempo que había sido eliminado de África. Sólo conservaba un débil imperio en Medio Oriente (la zona del suroeste asiático) que perdió después de la Gran Guerra. Las divergencias de los Estados europeos e implicaciones internacionales de esta desmembración fueron grandes, tal como se explican más extensamente en el capítulo de relaciones internacionales. Además, dieron lugar a nuevos países con su propia evolución interna y problemas de vecindad entre los territorios que hasta entonces habían formado parte de un mismo Imperio. Había rivalidades sociales y religiosas. En la llanura búlgara, el dominio otomano era completo y los terratenientes turcos oprimían a los campesinos autóctonos. En Serbia y Montenegro, los campesinos acomodados habían logrado mantener cierta independencia y además tenían un gobierno autónomo. En Bosnia-Herzegovina la situación era más compleja, la mayoría de los terratenientes serbios se habían convertido al Islam y oprimían a sus hermanos de lengua que seguían siendo cristianos. Algo semejante ocurrió con los búlgaros en Macedonia. En Albania había mayor homogeneidad, pues la mayor parte de la población era musulmana.

Por otra parte, el patriarca griego de Constantinopla era cabeza de todos los cristianos ortodoxos de los Balcanes. El rito y la lengua eslava se habían cambiado y en su lugar se impuso el griego en la liturgia y la escuela. Por ello, los búlgaros, rumanos y serbios sentían esa autoridad eclesiástica tan ajena como la política de los turcos. El despertar de los búlgaros fue bastante tardío. A partir de los años setenta empezaron a mostrarse más activos con el apoyo de los patriotas del exterior y de Rusia. El primer resultado lo obtuvieron en el mismo año 1870, al conseguir que la Iglesia de Bulgaria se independizara del patriarcado de Constantinopla (aunque éste no lo reconoció hasta la tardía fecha de 1945) con un exarcado competente en Bulgaria y Macedonia. Bosnia-Herzegovina era pieza clave para Austria-Hungría y Montenegro, en cuanto que cerraba la prolongación de Serbia y Bulgaria hacia el Adriático. Por razones contrarias, era deseada por dos vecinos, rivales entre sí: Serbia y Bulgaria, así como Rusia, aliada de éstos. La rebelión contra los turcos comenzó en 1875, siguieron los búlgaros en 1876. Todos las partes interesadas -salvo Inglaterra y, naturalmente, Turquía- apoyaron, directa o indirectamente, la insurrección. Serbia fue derrotada por los turcos, no así Montenegro. La represión que siguió en Bosnia-Herzegovina y Bulgaria unió a los Imperios ruso y austriaco contra el turco.

Incluso llegaron a la repartición de los nuevos territorios una vez que fueron liberados: Rusia el Este, Austria el Oeste. Es decir, Bulgaria y Bosnia-Herzegovina, respectivamente. Esto fue lo que ocurrió tras la guerra de 1877-1878 y el subsiguiente Tratado de San Stefano (marzo, 1878). Austria-Hungría obtenía la administración de Bosnia-Herzegovina. Se creaba el nuevo país de Bulgaria, bajo influencia rusa. Además, Rumanía, Serbia y Montenegro pasaban a ser plenamente independientes. Unos meses más tarde, por imposición británica, el Congreso de Berlín (julio, 1878) modificó algunas fronteras, en perjuicio de Rusia. En el mismo Congreso, Bulgaria, que se constituyó como principado autónomo tributario del imperio otomano, perdió gran parte de los territorios obtenidos meses antes, especialmente Rumelia (Tracia) y Macedonia, que siguieron siendo turcas. Fueron los rusos los que se ocuparon de organizar la administración de la nueva Bulgaria. En 1879, una Asamblea Constituyente, con mayoría liberal, votó una Constitución por la que se establecía el sufragio universal para la elección de la Asamblea Nacional, depositaria de la soberanía. El nuevo jefe de Estado sería Alejandro de Battenberg quien se estableció en la nueva capital, Sofía. Al poco tiempo, Alejandro, con el apoyo ruso, suspendió la Constitución (1881) y emprendió un régimen de poder personal. El príncipe de Bulgaria se fue distanciando cada vez más del zar de Rusia y apoyó el nacionalismo búlgaro, que implicaba la unidad con Rumelia.

En 1885 los rumeliotas favorables a la unión con Bulgaria tomaron el poder. A los pocos días, el príncipe Alejandro hacía su entrada triunfal. La unidad estaba consumada y daba lugar a un país de 3.500.000 habitantes. En Macedonia, con mayoría de población búlgara, se suscitó una gran esperanza, pero no se produjo un levantamiento hasta 1903 que fue duramente reprimido. La reacción a la unidad búlgara fue múltiple. Serbia se sintió amenazada y dio comienzo a una guerra de la que salió derrotada. Turquía se sintió sin fuerzas para responder. Lo paradójico de la situación, que puso en grave riesgo la paz europea, es que ahora era Rusia la que se oponía con mayor fuerza a la unificación. Una conferencia internacional, reunida en Constantinopla, la reconoció, de hecho, aunque legalmente no lo fue hasta 1908. La actitud del príncipe Alejandro humilló al Imperio ruso, quien le expulsó de Bulgaria por la fuerza, mediante un golpe de Estado que llevaron a cabo oficiales rusófilos en agosto de 1886. Aunque el príncipe volvió a Sofía, nuevas presiones le hicieron abdicar un mes más tarde El nuevo hombre fuerte de Bulgaria, Esteban Stambulov, depuró el ejército de rusófilos y las nuevas elecciones dieron una amplia mayoría a los nacionalistas. En 1887, la Asamblea búlgara eligió como nuevo rey a Fernando de Sajonia-Coburgo, que no fue reconocido por Rusia. Hasta 1894, el poder efectivo estuvo en manos de Stambulov. A partir de entonces, el príncipe Fernando ejerció personalmente la dirección del país, apoyado por la coalición liberal-conservadora.

Bosnia, por su parte, desde 1878 fue administrada civil y militarmente por Austria-Hungría, quien nominalmente actuaba en nombre del sultán turco. La nueva administración, que fue especialmente eficaz en la construcción de obras públicas, se apoyó fundamentalmente en las poblaciones musulmanas y católicas, mientras que en los ortodoxos aumentó la orientación proserbia, lo que daría lugar a enconados problemas cuando, en 1908, Austria-Hungría se anexionó el territorio. Los territorios que habían alcanzado la independencia del Imperio otomano en 1877 se constituyeron en Monarquías de inclinación predominante austro-húngara hasta comienzos del siglo XX. Los antiguos príncipes se convirtieron en reyes. En Rumanía, Carlos de Hohenzollern pasó a denominarse Carol I en 1881 y su reinado continuó hasta 1914 dentro de un sistema constitucional imperfecto. En Serbia, Milan Obrenovich fue rey hasta 1889, en que abdicó en su hijo Alejandro I, quien fue asesinado en 1903. Las instituciones liberales de Serbia tuvieron difícil puesta en práctica debido al arcaísmo social y económico y a su escasa urbanización (la única ciudad algo importante, Belgrado, no superaba los 30.000 habitantes). En el pequeño país de Montenegro, con sólo 250.000 habitantes mayoritariamente de orientación proserbia, el príncipe Nicolás, que lo era desde 1860, no se proclamó rey hasta 1905, al tiempo que otorgó una carta constitucional, si bien conservó casi todos sus poderes.

En 1900 estaba claro que Turquía había perdido su poder efectivo y su influencia en la casi totalidad de la parte europea de lo que los británicos denominaban "Próximo Oriente". Igualmente, los débiles lazos que les unían con el Norte de África ahora estaban pasando -si bien no de forma oficial- a los nuevos países imperialistas europeos, británicos y franceses. Los analistas europeos anunciaban que las mismas potencias se acabarían repartiendo la mayor parte asiática del Imperio. Sólo quedaría la zona más pobre de la Península Arábiga dado que, como señala E. Hobsbawm, en ella de momento no se había encontrado petróleo ni ninguna otra cosa de valor, y el Asia Menor, donde se concentraba la población turca y a partir de la cual se podría configurar una nueva nación-Estado según el modelo occidental.

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