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Datos principales


Rango

arte del Irán

Desarrollo


A fines de los años veinte de nuestro siglo, el comercio clandestino de antigüedades de Kermanshah y Teherán comenzó a dar salida a una gran cantidad de bronces como enseñas, armas, arneses y alfileres de diseños particularmente extraños, que en breve llegarían a los más importantes museos y colecciones occidentales. A. Godard, un arquitecto francés recién encargado por el gobierno persa de organizar un verdadero servicio arqueológico, inventariar el patrimonio monumental, iniciar las restauraciones precisas y formar un museo nacional, se dedicó de inmediato a la localización del origen de tales bronces. Y su encuesta tuvo prontos resultados e informes de valor reunidos en su célebre libro "Les bronzes du Luristan". En 1928, un campesino del Lur que trabajaba su campo encontró casualmente los primeros al tropezar con una antigua tumba. La venta del ajuar en la cercana Harsin atrajo pronto a varios anticuarios. El interés despertado espoleó a los campesinos y pastores del Lur, que, en breve, se convirtieron en expertos saqueadores. Cuenta A. Godard que rápidamente desarrollaron una técnica propia de localización. Dado que la sequedad de los valles del Lur había hecho que la vida humana siempre tendiera a situarse al lado de las fuentes, los astutos clandestinos notaron que los antiguos también debieron estimarlo así. Primero buscaban una fuente; cerca de ella el Tell y, no lejos, la necrópolis. Y tanteando el suelo con barras de hierro encontraban las tumbas con facilidad.

Escribe E. Porada que, en los años cincuenta, el Luristán era todavía una región desaconsejada con razón a los viajeros. No pocas de las gentes de sus valles, pastores sobre todo y algo campesinos, solían ser además y con facilidad verdaderos bandidos. Hasta la construcción de grandes carreteras en los últimos veinte años, el Luristán fue un reducto cerrado en el corazón de los Zagros. Tan notorio aislamiento no tenía que haberlo sido tanto en la Antigüedad. Pero el hecho es que sabernos muy poca cosa de los pueblos que tiempo atrás habitaron sus valles y fabricaron los bronces. Porque, ¿quiénes eran, cuándo los hicieron y para qué? Además de haber sido uno de los focos de domesticación de las plantas, desde los orígenes hasta hoy el Luristán ha sido también tierra de transhumancia, de ganadería de todo tipo y de criadores de caballos. A sus valles venían al menos a comprarlos casitas y elamitas; y por sus valles cruzaban las gentes que desde Babilonia subían por el Diyala hacia el Irán. Un cuenco de bronce con una inscripción de Sar-kali-sarri de Akkad, conservado en Filadelfia, hablaría acaso de un acuerdo temporal con gentes descritas en los textos del III milenio como "bárbaros y enemigos de los dioses". Las campañas de Naram-Sin y el mismo Sar-kali-sarri no tuvieron sin embargo el resultado apetecido. Un rey de los Lullubi, Anu-Bonini, se hizo esculpir incluso un relieve rupestre en Sar-i-Pul, en el corazón luristano.

Tiempo después, de sus valles bajaron los casitas, conquistadores de un reino en Mesopotamia. Y, en fin, durante el I milenio los asirios contarían de un reino de Ellipi, acaso situado en el actual Luristán. El comercio de caballos, la disposición a participar como mercenarios junto a elamitas y otros pueblos y la afluencia de tribus del noroeste en los primeros siglos del primer milenio, abrirían el arte de los bronces del Luristán a influencias lejanas, del Cáucaso al Elam y de Mesopotamia a las estepas del este, sin olvidar la esencia básica del mundo indígena. Pero a pesar de las excavaciones de E. Schmidt en Dum Surkh, de C. Goff en Baba Yan y de L. Vanden Berghe en el Pusht-i Kun, lo cierto es que todavía no tenemos suficientes criterios para ordenar con total seguridad la enorme masa de bronces atesorados por los museos. Aunque E. Porada los sitúa cronológicamente entre el 1500 y el 700 a.C., parece mejor pensar sumando razones artísticas y arqueológicas, que la mayoría de los bronces fueron fabricados entre los siglos XI y VII a.C. En su mayor parte procedían de necrópolis, con tumbas formadas por losas de piedra. Los cadáveres, un poco encogidos o , extendidos, aparecían rodeados de un ajuar abundante formado por armas, adornos y cerámicas. La cerámica luristana es de buena calidad, con pastas cremosas y superficie exterior semejante con decoración geométrica pintada en rojo. Y muy típico de esa producción de la región son una especie de recipientes con tres patas, hallados también en Giyan.

Pero lo fundamental de su cultura son los bronces, de enorme variedad funcional: armas -hachas, dagas, espadas, puñales, mazas-, arneses de caballo -bocados, pasarriendas, adornos varios-, adornos personales -colgantes, alfileres de ropa y pelo-, recipientes, estatuillas y una especie de remates o estandartes. Al contemplarlos, lo primero que destaca es la calidad de casi todos los trabajos y la variedad de conocimientos de los que hicieron gala los artesanos del Lur. La fundición a la cera perdida era la técnica más común, pero también se usó el martilleado y otros trabajos de detalle y afinamiento. Estilísticamente, E. Porada distingue tres periodos: el más antiguo, bajo influencia casita y mitannia; el segundo -siglos X-IX- más personal y con algún detalle elamita y el tercero en fin -siglos VIII-VII-, como la época de perfección y barroquismo. Convendría destacar los bronces relacionados con el adorno y monta del caballo -que jugaba un papel esencial en la cultura del Luristán-, y en especial los frenos con bocados articulados o de una pieza -éste, según parece, típico del país- y las camas decoradas con caballos, carneros, grupos míticos, cabras de cuernos retorcidos y muchos otros motivos que componen un mundo fantástico, mezcla sorprendente de realismo y abstracción imaginativa. El mismo espíritu que encontramos en las enseñas o estandartes, quizás los bronces más representativos del arte del Luristán. Se trata de figuras o composiciones complejas, con frecuencia heráldicas, con demonios y señores de las bestias que sujetan animales de cuerna retorcida o seres imaginarios.

Suelen estar adosados a un soporte que tenía la función de engarzarse como remate. Y en fin, tampoco se pueden olvidar los alfileres zoomorfos y de disco que servirían como vehículo de expresión simbólica, los vasos de bronce y las figuritas que, como la de Pusht-i Kuh, parecen divinidades extrañas. Creo que con independencia de una clara pero limitada influencia de la Mesopotamia septentrional en algunos programas iconográficos, los bronces del Luristán denotan poseer unas fuertes raíces en la tradición irania. Estamos ante un patrimonio que rompió las fronteras cronológicas. Es imposible olvidar el parentesco que este arte manifiesta con ejemplares de Hisar o la Susa del IV milenio. Además de sus cercanas relaciones con la cerámica de Sialk. Para B. Brentjes, el núcleo del mundo de los bronces tiene como fuente valores indoiranios, conclusión algo excesiva quizá, aunque no totalmente rebatible. Estamos en la tradición, en el espíritu del Irán. Pero también hay algo más.

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