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Imperios y unificaci

Desarrollo


La entrevista de Napoleón III con Bismarck en Biarritz, en octubre de 1865, fue abordada por el canciller prusiano con la pretensión de que Francia se mantendría al margen de un previsible conflicto austro-prusiano, mientras que Prusia se comprometía a apoyar a Italia para conseguir la anexión de Venecia. Napoleón, por su parte, aceptaba estos planteamientos con la convicción de que un conflicto que presumía habría de ser largo le brindaría la oportunidad de actuar de mediador en los asuntos alemanes y, posiblemente, de conseguir algunas ventajas territoriales. Por otra parte, el emperador francés se comprometió a mediar ante los italianos para que llegasen a un entendimiento con los prusianos, lo que se consiguió con la alianza ofensivo-defensiva contra Austria firmada en abril de 1866. Si a esos acuerdos se suma la previsible inhibición del Reino Unido y Rusia ante un futuro conflicto, se podría decir que el camino para la intervención prusiana había quedado despejado. La situación comenzó a deteriorarse desde finales de abril, cuando fracasaron los intentos de evitar la movilización de ambas potencias, y después de que Prusia hubiera presentado un plan de reforma de la Confederación Germánica que era una nueva maniobra política para excluir a Austria del mundo germánico, a la vez que daba satisfacción a las aspiraciones de los elementos nacionalistas. Austria trató de contraatacar, en los primeros días de junio, apelando a la Dieta de la Confederación en torno a la cuestión de los ducados daneses, pero esa fue la ocasión para que Prusia declarase que no reconocía ya a la Confederación Germánica, y para iniciar las hostilidades contra Austria y sus aliados (Sajonia, Hannover y Hesse-Kassel).

Aunque muchos pensaron que la guerra sería larga y se decantaría del lado austriaco, los hechos fueron muy diferentes. La derrota italiana en Custozza (24 de junio), con el desbaratamiento del segundo frente querido por Moltke, tampoco resultó decisiva. Por el contrario, la movilidad de tropas prusianas, como consecuencia del aprovechamiento de la red ferroviaria, resultó decisiva para la obtención de una victoria concluyente en Sadowa (Königgrätz) el día 3 de julio. Las noticias de Sadowa fueron recibidas en París como una derrota que amenazaba la misma seguridad francesa, pero Napoleón optó por iniciar tareas de mediación que le había pedido Austria, que también servían para rehabilitar la posición internacional de Francia. Consecuencia de estas gestiones fueron los acuerdos preliminares de paz, firmados en Nikolsburg el día 26 de julio, por los que se declaraba disuelta la Confederación Germánica y Austria se comprometía a no intentar restablecerla, lo que equivalía a reconocer su exclusión del mundo alemán. Se creaba la Confederación de la Alemania del Norte, bajo la dirección de Prusia que anexionaba los ducados daneses, Hannover, Hesse-Kassel, Nassau y Francfort. Por otra parte, se reconocía la independencia de los Estados al sur del río Main (Baviera, Baden, Württemberg y Hesse-Darmstadt), a los que se respetaba el derecho a formar otra confederación. Todos estos extremos se confirmarían en la Paz de Praga, que se firmó el 23 de agosto.

Por parte de Bismarck, la aceptación de estos acuerdos estaba encaminada a refrenar las exigencias de su rey y sus generales, empeñados en infligir un castigo humillante al imperio austriaco. Bismarck, por el contrario, no quería una Austria humillada y prefirió dejarla intacta en sus territorios. Napoleón, por su parte, no obtuvo los fines que pretendía con su mediación diplomática. Sus apetencias sobre territorios alemanes de la orilla izquierda del Rin, que fueron reveladas por el propio Bismarck, sólo sirvieron para que los Estados del sur se apresuraran a aceptar las alianzas militares que les ofrecía el canciller prusiano. Francia puso entonces sus ojos en Luxemburgo y en Bélgica, lo que no pareció inquietar a Bismarck, que habló despectivamente de las propinas que pretendía el emperador francés. Como vieron algunos contemporáneos, la posibilidad de un gran Estado alemán, que agrupase a todos los Estados alemanes en el centro de Europa, parecía haberse esfumado definitivamente. La nueva entidad política tendría su centro en Berlín, mientras que el Imperio austriaco tendría que recurrir a la fórmula de la Monarquía Dual, que implicaba el desplazamiento de su centro de gravedad hacia la zona de los Balcanes.

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