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Fue una cuestión política persistente a lo largo de todo el siglo XIX, como consecuencia de la nueva situación creada por el Acta de Unión de 1801, que había supuesto el final de una situación de relativa autonomía política, representada por un Parlamento propio. A partir de primeros de enero de aquel año Irlanda pasó a formar parte del Reino Unido, con 100 representantes en la Cámara de los Comunes. A ellos había que sumar 28 pares temporales y cuatro espirituales en la Cámara de los Lores.A la pérdida de autonomía política, que tenía como antecedente remoto la permanente sospecha de que los irlandeses podían poner en peligro la seguridad de las islas británicas, como potenciales aliados de los católicos del continente, se unía un grave problema social y religioso. Este último venía determinado por el hecho de que en una población, en la que más del 80 por 100 eran católicos, la Iglesia Anglicana exigía a todos el pago de diezmos, mientras que los católicos carecían inicialmente del derecho a ser elegidos diputados. Ya se ha visto en un capítulo anterior el importante papel que la Asociación Católica de Daniel O'Connell jugó en la promulgación de la Ley de Emancipación de los católicos de 1829. Su papel político, sin embargo, se diluyó pronto pues medidas de precaución como la elevación del censo permitieron que los electores protestantes mantuvieran la mayoría, y el número de parlamentarios seguidores de O'Connell disminuyó progresivamente a lo largo de los años treinta.

Un intento de reactivar su movimiento (Repeal Association) con campañas de mítines condujo a O'Connell a la cárcel y a la desactivación de su movimiento. Las medidas conciliadoras de Peel, aunque le crearan tensiones en el seno del propio partido conservador, operaron en el mismo sentido.En cualquier caso, el contingente de los diputados irlandeses, entre los que predominaban los proclives a la política whig, supuso un permanente factor de inestabilidad en los avatares políticos de aquellos años.Mucho más grave, desde luego, era el problema social, derivado de la existencia de unos 10.000 propietarios agrarios anglicanos, ordinariamente absentistas, y unos sistemas de arrendamiento caros e inestables, que retraían las inversiones de los arrendatarios y los dejaban muy expuestos a cualquier cambio coyuntural. Por otra parte, el alto índice de crecimiento de la población (entre 1800 y 1845 pasó de cinco a ocho millones y medio) provocó un hambre de tierras y unos precios excesivos de los arrendamientos. La gran hambruna de los años 1845 a 1848, como consecuencia de una enfermedad de la patata, provocaría 1.000.000 de muertos y llevaría a 1.500.000 de irlandeses a la emigración. El problema irlandés seguiría aún sin resolverse durante muchos años, pero su importancia política decreció sensiblemente.

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