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EuropaRevolucionaria

Desarrollo


Pese a la persistencia de una tradición clásica, los años treinta estuvieron marcados por el triunfo definitivo de la estética romántica, especialmente a partir del estreno del Hernani de Victor Hugo en febrero de 1830.Hasta mediados de los cuarenta los gustos románticos ejercieron una casi completa hegemonía, especialmente en Francia, y las figuras destacadas de esta corriente disfrutaron de un gran reconocimiento político y social. Lamartine fue elegido para la Academia y también fue diputado durante la Monarquía de Julio. A. de Vigny entraría también en la Academia, mientras que Hugo fue nombrado miembro de la Cámara de los Pares.El auge literario romántico está representado en Francia por las novelas de Stendhal, que era el seudónimo de Henri Beyle (El rojo y el negro, 1831; La Cartuja de Parma, 1839). En ellas queda la atmósfera de los años gloriosos de la revolución y el Imperio, con la añoranza de una libertad que queda ahogada en el mezquino ambiente de la Europa de la Restauración. Junto a él los historiadores románticos: Jules Michelet, Augustin Thierry (Histoire de la conquête de l'Angleterre par les Normands), o A. de Lamartine (Historia de los girondinos, 1847) proporcionan materia para reverdecer las emociones del pasado. La creación del Comité de Trabajos Históricos, hecha por Guizot en 1834, trató de dar consistencia científica a este nuevo impulso.

En Inglaterra, la historiografía romántica estuvo representada por T. B. Macaulay (History of England, 1848-55), una de las personalidades más destacadas de lo que se denominó la interpretación whig de la historia.En Inglaterra, el romanticismo literario persistía en la obra de las hermanas Brontë (Cumbres borrascosas, 1848). Cuando ya se estaba abriendo paso una nueva versión del romanticismo, que manifestaba una especial sensibilidad hacia las clases trabajadoras de la nueva sociedad industrial. El respaldo teórico político de esta nueva orientación tal vez esté en las Palabras de un Creyente (1834), de F. de Lamennais, en donde se contenía un verdadero alegato revolucionario en defensa de las clases trabajadoras. A partir de ahí toma consistencia lo que se denominó el romanticismo social, que alcanza su más completa expresión literaria en Los miserables de Victor Hugo (1862). En la misma línea habría que situar buena parte de la producción de P. Leroux, G. Sand o J. Michelet.Lamartine y Hugo pudieron considerarse, por eso, triunfadores en los primeros momentos de la revolución de 1848, pero no tardaría en comprobarse que su exaltación de las clases trabajadoras estaba muy lejos de lo que empezaba a denominarse socialismo.En el mundo de la música hay también una fuerte aportación romántica que llega desde el mundo germánico. F. Liszt convirtió a Weimar en un gran foco musical durante los años centrales del siglo pasado, y desde allí dio a conocer las primeras grandes obras de R.

Wagner
, que había empezado a obtener éxitos (Rienzi, El holandés errante) desde comienzos de los años cuarenta. Más adelante, Wagner conectaría con el nacionalismo germánico en Los maestros cantores de Nuremberg (1868), antes de completar sus series sobre las sagas poéticas tradicionales (El anillo del nibelungo).En el panorama musical de aquellos años destaca también la figura del polaco F. Chopin, que llegó a París en 1831, para realizar allí la mayor parte de su gran obra pianística (Sus Variaciones Là ci darem merecieron que Robert Schumann escribiera en 1831: Caballeros, descúbranse. ¡Un nuevo genio!). El mismo Schuman, gran compositor para piano, combinó la estructura clásica con la expresión romántica y fue un destacado crítico que tuvo el mérito de descubrir la valía de Chopin y de Brahms. También fue de gran calidad su música vocal y de cámara.Félix Mendelssohn, del que ya se ha hablado anteriormente, fue también artista romántico y con una extraordinaria capacidad para la música, a cuya divulgación contribuyó extraordinariamente en un momento en el que las nuevas clases burguesas accedían al mundo de la música. A veces se le ha acusado de superficialidad y vida cómoda, por ser un hijo de banquero, pero su extraordinaria musicalidad genera una aceptación cada vez mayor.En cuanto a la música hecha por franceses, habría que señalar que Héctor Berlioz fue el artista romántico por excelencia y demostró una extraordinaria sensibilidad por lo teatral.

El estreno de su Sinfonía fantástica (1830) marcó uno de los grandes momentos de triunfo de la sensibilidad romántica. Sin embargo, el fracaso de La condenación de Fausto, en 1846, también demostró que los gustos empezaban a cambiar desde mediados de los cuarenta.En el campo de la pintura E. Delacroix había afirmado su liderazgo desde mediados de los años veinte pero, en la década posterior, centró su atención en la luminosidad mediterránea y se alejó cada vez más de la estética romántica. El movimiento inglés de los prerrafaelitas, constituido alrededor de 1848, era también de inspiración romántica. Tomó sus temas de la vida de Cristo, de la tradición artúrica y de los episodios de la vida de Dante. En relación con estos temas hay que situar también la obra del pintor alemán A. Feuerbach que abandonó París y se trasladó a Roma para buscar a los grandes maestros del Renacimiento.El romanticismo en la arquitectura se manifestó en el neogótico (Parlamento, Westminster, 1834, Pugin) o en la finalización de las antiguas catedrales (Colonia, 1848).Pese al intenso periodo de hegemonía romántica, que sucedió a los grandes éxitos de 1830, la tradición clasicista no desapareció del todo y, en literatura, estuvo representada por Baudelaire (Las flores del mal, 1857) y por el grupo de los parnasianos (L. de Lisle). En música, C. Gounod (Fausto, 1859), G. Bizet (Los pescadores de perlas, 1863) y el belga César Franck marcaron las distancias respecto de la música romántica. En la pintura, finalmente, Ingres había mantenido la tradición clásica en competencia con David y, más tarde, sirvió de impulso para la corriente simbolista representada por Puvis de Chavannes o G. Moreau.

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