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En los primeros años del siglo XIX comenzó a producirse en la Europa occidental una transformación económica como no se había producido en toda la historia de la humanidad. No hace falta aducir muchos datos para percibir que un europeo que hubiese nacido en 1815 y hubiese vivido hasta la edad de ochenta y cinco años, conoció cambios más profundos que ninguno de sus antepasados, aunque quizá no tantos como llegarían a conocer sus descendientes. La causa que motivó estos cambios fue la Revolución industrial, un fenómeno de industrialización acelerada que se inició en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XVIII y cuya base radicaba en la aplicación de una nueva fuerza mecánica a la producción y más tarde al transporte: la máquina de vapor.Entre los factores que contribuyeron a la aparición de este fenómeno de la industria mecanizada hay que señalar los siguientes: 1) el deseo de mejoras materiales; 2) los avances técnicos en el terreno de la mecánica, de la hidráulica y de la metalurgia; 3) la existencia de capitales disponibles para ser invertidos en la industria; 4) la mayor demanda de mercancías; 5) una provisión de materia prima lo bastante concentrada como para permitir operar en gran escala; 6) unos medios de transporte que permitían la acumulación de existencias y la distribución de los productos por diferentes mercados; 7) la existencia de una mano de obra dispuesta a trabajar por un salario, adaptándose a los nuevos modos de producción.

Todos estos factores dependieron en gran medida de un elemento dinamizador de la economía, como era la expectativa de beneficios crecientes. Aunque, como se ha dicho, la Revolución industrial se inició en Gran Bretaña, las ventajas que ofrecía la producción industrial mecanizada, el fenómeno se expandió por otras partes del mundo occidental.Durante el siglo XVIII las fábricas utilizaban fundamentalmente la energía producida por el agua. Todavía a mediados del siglo XIX había en Francia más de 22.000 molinos de agua, la mayor parte de los cuales eran utilizados para moler maíz. Durante el siglo XVII, Holanda que era entonces uno de los países industrialmente más avanzados, hacía uso de la energía eólica. La fuerza animal era también uno de los elementos más utilizados en la producción de energía. Pero fue la utilización del vapor lo que le dio a la industria una nueva dimensión. Ya en 1690, el holandés Denis Papin había escrito que: "Dado que una propiedad del agua es la de convertirse en vapor que tiene una fuerza elástica como la del aire... concluyo que pueden construirse máquinas de agua, que con la ayuda de un calor no muy intenso y con un coste no muy alto, pueden producir ese perfecto vacío". Sin embargo, fue James Watt (1736-1819) quien un siglo más tarde dio en Inglaterra forma definitiva a la máquina de vapor adaptando un pistón al movimiento de rotación. A finales del siglo XVIII las máquinas de vapor se extendieron por Europa y América.

Ese éxito se debió en gran parte a que Watt pudo encontrar a un industrial entusiasta y emprendedor como el juguetero de Birmingham, Mathew Boulton, quien se dio cuenta pronto de la importancia del invento de Watt y puso a su disposición sus talleres y su capital. Boulton colocaba las máquinas de vapor en los talleres de sus amigos o en el extranjero por sumas ridículas. La primera de estas máquinas que funcionó en Francia lo hizo en Chaillot, para extraer agua, en 1799. Inglaterra era la gran exportadora de máquinas de vapor a comienzos del siglo XIX, pero los Périer fueron los primeros que la fabricaron en Francia en la época del Imperio. También se construyeron poco después en Bélgica y en la cuenca del Ruhr por parte de industriales alemanes como Franz Dinnendhal, Fr. Harkort y otros, que imitaban las máquinas inglesas haciéndole una fuerte competencia. No obstante, Inglaterra siguió ostentando la supremacía en la difusión de esta nueva fuente de energía y en 1830 tenía ya en servicio 15.000 máquinas de vapor, mientras que en Francia sólo había 3.000 y en Alemania 1.000. El 29 de noviembre de 1814 se imprimía por primera vez el periódico Times en una prensa movida por el vapor.¿Qué ramo de la producción fue el que más se benefició de la mecanización? Parece que los historiadores de la economía están de acuerdo en admitir que fue la industria textil la pionera en estos cambios. "Cualquiera que mencione la Revolución industrial está refiriéndose al algodón", afirma Eric J.

Hobsbawm, y aduce como símbolo de este espectacular desarrollo de la industria textil la ciudad de Manchester, que entre 1760 y 1830 pasó de tener 17.000 habitantes a 180.000. A lo largo del siglo XVIII se habían ido produciendo importantes innovaciones en este ramo de la producción. En 1733 un relojero llamado John Key había ideado una tejedora volante cuyo uso se generalizó en 1760. Pocos años más tarde, en 1767, un carpintero, James Hargreaves, construyó un bastidor de ocho usos al que denominó jenny, que era el nombre de su mujer. Esta máquina de hilar pasó a la historia con el nombre de spinning (tejedora) jenny. Sin embargo, uno de los pasos más importantes hacia el desarrollo de máquinas accionadas por fuerza mecánica en la industria textil fue el bastidor movido por fuerza hidráulica patentado por Richard Arkwright en 1768 y que se comenzó a producir masivamente a partir de 1785. Otro paso crucial en este proceso fue el que dio Edmund Cartwright cuando también en 1785 construyó un telar automático capaz de corresponder a la abundante hilaza proveniente de las máquinas de Arkwright, obteniendo un hilo fino y fuerte que no se rompía. En 1801 el francés Joseph Marie Jacquard inventó un telar capaz de tejer figuras y otros diseños en las telas, y por último en 1803 comenzaron a fabricarse los primeros telares metálicos y se aplicó por primera vez la máquina de vapor al proceso de tejido.La demanda de hierro para fabricar las nuevas máquinas y de carbón para alimentarlas hizo que los países que poseían ambos productos se encontraran en mejor disposición para beneficiarse de las ventajas de la industrialización.

Eso fue lo que dio primacía a Inglaterra sobre Francia en el desarrollo económico. Gran Bretaña se encontraba ya, a partir de los primeros años del siglo XIX, en la segunda fase de su revolución industrial, cuyo despegue se había iniciado en la centuria anterior. Sin embargo, Francia tendría que esperar hasta los años cuarenta del siglo para conocer un fenómeno semejante, y en Alemania tampoco se habían creado las condiciones para un despegue industrial. En efecto, en Inglaterra, la producción de hierro se desarrolló considerablemente a finales del siglo XVIII, estimulada sobre todo por las guerras y por las necesidades de su flota. A ello contribuyeron también algunas grandes innovaciones en las técnicas de obtención de los terminados y la ubicación de esa industria en las bocaminas del carbón. Después de las guerras napoleónicas, el hierro se convirtió en un importante producto de exportación a los países en los que comenzaba entonces a desarrollarse la industrialización.A pesar de la superioridad británica en este terreno, como advierte Hobsbawm, "la Revolución industrial no puede ser explicada sólo en términos británicos, ya que este país formaba parte de una economía más amplia, que podríamos llamar Economía europea, o Economía mundial de los Estados marítimos europeos. Formaba parte de una gran red de relaciones económicas, que incluía algunas áreas avanzadas, algunas de las cuales eran también áreas potenciales de industrialización o que aspiraban a serlo, y áreas de economía dependiente, así como parte de economías extranjeras no implicadas todavía en Europa".

La máquina de vapor transformó primero la industria minera y metalúrgica y, sobre todo, la industria textil. Pero donde produjo una transformación más profunda fue en los transportes. El ferrocarril no era una novedad pues en algunos países se utilizaban los de tracción animal. Pero en 1814 George Stephenson construyó la primera locomotora y diez años más tarde se puso en funcionamiento con fines comerciales la primera línea entre Stockton y Darlington. El éxito fue tan sonado que en 1830 ya se había abierto otra línea entre Liverpool y Manchester, y en 1837 se inauguró el recorrido entre Londres y Birmingham. A partir de entonces se emprendió una tarea de extensión de la red de ferrocarriles, impulsada por la iniciativa privada, ya que el Estado se limitaba a conceder las autorizaciones. También fueron los capitales ingleses los que dieron su impulso inicial a los ferrocarriles en el continente europeo, primero en Bélgica y después en Francia, países que habían completado su red viaria a mediados de siglo.Junto con el desarrollo de los ferrocarriles se pusieron en marcha notables adelantos en la construcción de túneles y de puentes. Existían pocos túneles antes del siglo XIX y en cuanto a los puentes, los que se habían construido hasta entonces eran utilizados fundamentalmente para el paso de peatones y de carruajes no excesivamente pesados. A partir de la puesta en funcionamiento de los primeros ferrocarriles, comenzaron a construirse verdaderas obras de ingeniería, como el túnel de Liverpool de 1830, o puentes colgantes, iniciados por James Finley en 1800 en Pennsylvania.

También los transportes por mar se vieron afectados positivamente por el desarrollo de la máquina de vapor. Antes incluso de que Watt perfeccionase su invento, ya se habían hecho algunos intentos de mover los barcos mediante la fuerza del vapor. En 1775 se había hecho una prueba en el Sena con un pequeño motor, que había fracasado. Posteriormente se realizaron otros intentos en Europa y en América, y en 1807 Robert Fulton, un ingeniero de origen irlandés, después de haber realizado varios experimentos, pudo contemplar cómo efectuaba con éxito el recorrido por el río Hudson, entre Nueva York y Albany, el buque de vapor Clermont. Desde entonces comenzaron a utilizarse buques similares en el transporte interior por los Estados Unidos, especialmente en los Grandes Lagos. Conocida es también la estampa de los barcos que recorrían el Mississipí a partir de 1817 y que fueron maravillosamente descritos por Mark Twain. En Europa, los primeros barcos de vapor comenzaron a funcionar también en los recorridos fluviales, y en 1821 se abrió un servicio reglar a través del Canal de la Mancha. Poco más tarde se estableció una línea entre San Petersburgo y Estocolmo. Sin embargo, habría que esperar todavía algunos años para que los ingenieros se decidieran a construir barcos de vapor capaces de enfrentarse con la travesía del océano y desbancar a los populares clippers que siguieron dominando la ruta comercial entre Europa y América.

También en esta época se produjeron cambios importantes como consecuencia de la aplicación de la química a la industria. El progreso experimentado por la química en la segunda mitad del siglo XVIII dio pie a la utilización de los nuevos conocimientos a la producción industrial. Henry Cavendish había descubierto en 1784 la composición química del agua, y en 1803, J. Dalton formuló la teoría atómica señalando que todas las propiedades tenían cantidades fijas de elementos; en 1811 Joseph Gay-Lussac describió la composición elemental de la materia orgánica. Con éstos y otros aportes teóricos, algunos químicos dotados de un mayor espíritu práctico se dedicaron al desarrollo de la industria. El sueco Scheele, y más tarde el francés Claude L. Berthollet descubrieron y estudiaron el cloro después de 1772. Años más tarde, el conde de Artois financió la creación de la fábrica de agua de cloro de Javel. El blanqueo de los tejidos por medio del cloro pasó de Francia a Gran Bretaña en 1787. La sosa era necesaria para la fabricación de la cristalería y de los jabones. Hasta entonces se obtenía naturalmente de ciertos lugares de la costa mediterránea, pero Francia que carecía de ella buscó desde comienzos de la Revolución un camino para obtenerla por procedimientos químicos. Nicolas Leblanc desarrolló un método consistente en el tratamiento de la sal marina con el ácido sulfúrico, en 1791, gracias a la financiación que obtuvo del duque de Orleans.

Paralelamente se desarrollaban investigaciones semejantes en Liverpool y la primera gran fábrica de sosa fue la que creó J. Muspratt en 1823.El desarrollo en la industria y en los transportes implicó también un cambio en el sistema financiero. El crédito aumentó y se agilizó. Ya en 1815, el Banco de Inglaterra poseía los mayores depósitos de capital de todo el mundo y su prestigio se incrementó cuando el Parlamento votó en 1819 a favor del pago en metálico. Todo ello le permitió participar en numerosas especulaciones, pero también surgieron al amparo de la ley una serie de bancos privados y de establecimientos de crédito que se beneficiaron de esta época de extraordinario desarrollo; un desarrollo de tal calibre que -en palabras de Jacques Droz- Inglaterra jamás conoció otra época similar. En Francia, el sistema bancario durante la misma época no conoció un desarrollo semejante. El Banco de Francia, cuyos depósitos garantizaban el dinero en circulación, poseía unas cuantas sucursales repartidas por todo el país, entre las que cabría destacar las de Lyon, Burdeos, Toulouse y Nantes, por ser algunos de los centros donde se desarrollaba una mayor actividad económica. Los bancos privados tenían una actividad muy limitada, y hasta la banca Rothschild, instalada en París desde 1813, desarrollaba una labor relativamente modesta en el mundo de las finanzas. Lo mismo podría decirse en este sentido en Alemania, donde la actividad financiera estaba dominada también por los bancos del Estado.

Así pues, durante este periodo del primer tercio del siglo XIX se ponen las bases de un sistema financiero en Europa que alcanzará un gran desarrollo en los últimos años de la centuria.De una forma análoga, se produjo en esta época la transformación de la estructura de las empresas que se desarrollarían más tarde, a lo largo del siglo XIX. Algunos grandes comerciantes a escala internacional, como los tratantes de esclavos de Liverpool, comenzaron a repartir el riesgo entre un grupo de inversores a manera de seguro, aunque muchos de ellos eran al mismo tiempo accionistas y directores de la compañía. Solamente unas cuantas compañías mercantiles, como las Compañías de las Indias Orientales de Holanda y de Inglaterra, o la Compañía de la Bahía de Hudson, contaban con numerosos inversores y desarrollaban múltiples actividades y, por tanto, podían ser calificadas como grandes compañías en la acepción actual del término. La Compañía de las Indias Orientales era en este sentido excepcional, ya que gobernaba una población de 60.000.000 de individuos y poseía un ejército propio de 150.000 hombres. En 1815 poseía un capital de 21.000.000 de libras esterlinas y alrededor de 2.000 accionistas. Sin embargo, el monopolio que poseía para el tráfico comercial británico con la India fue abolido en 1813.Las grandes compañías inglesas tenían algún equivalente en el continente europeo, pero lo que predominaba en él eran las pequeñas empresas privadas favorecidas por el Estado.

Poco a poco, el pequeño comercio o la fábrica artesanal fue dando paso a la gran empresa. El proceso de concentración se desarrolló progresivamente, y poco a poco, debido sobre todo a los grandes gastos de la producción y de mejora de las técnicas, se fueron constituyendo las grandes compañías, como fue el caso de Krupp en Alemania cuando hubo que invertir sumas importantes en la aplicación del convertidor Bessemer para el tratamiento de alrededor de 1.000 toneladas de hierro al día.De todas formas, hasta mediados del siglo XIX la industria progresó lentamente. Por eso no conviene exagerar, sobre todo en este periodo, la importancia y la rapidez de todos estos cambios. Incluso en Gran Bretaña en 1815, sólo una pequeña proporción de todos los trabajadores de la industria se hallaba trabajando en las grandes factorías. La mayor parte de los ingleses vivía entonces en las pequeñas ciudades y en los pueblos. En Francia, los establecimientos industriales fueron todavía muy pequeños hasta el siglo XX, y hasta entonces no se puede decir que se industrializasen muchos países de la Europa oriental. Sin embargo, ese proceso que comenzó a principios de siglo en Inglaterra ha constituido hasta nuestros días uno de los factores más importantes del cambio social, creando constantemente nuevos problemas que sólo podían resolver gobiernos fuertes y eficaces administraciones que contaban con un significativo respaldo popular. El crecimiento de la tecnología y del desarrollo industrial continuó revolucionando la civilización occidental de una forma progresiva hasta el presente.

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