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Mientras que en Europa y América se desarrollaba con intensidad un proceso de cambios profundos en el primer tercio del siglo XIX, en Asia y África las transformaciones seguían un ritmo más lento. En la mayor parte de este último continente se vivía aún en un estado de civilización tribal, muy cercano todavía a la edad de los metales. Sin duda, la sangría demográfica que produjo la exportación de millones de esclavos negros desde el siglo XV, incidió negativamente sobre cualquier tipo de evolución. Sin embargo, cuando se inició el siglo XIX Gran Bretaña había ya abolido la esclavitud en su territorio y en 1807 prohibió la entrada de esclavos en sus posesiones, aunque la esclavitud seguía siendo legal en ellas. En 1804 fue también prohibida la importación de esclavos en los Estados Unidos y en 1815 Portugal aceptó no practicar la trata al norte del Ecuador. Por otra parte, el Congreso de Viena proclamó, en una declaración solemne, el principio de la abolición de la esclavitud. Todas estas medidas evitaron que el problema continuara agravándose, aunque no pudieron lograr su desaparición, pues siguió existiendo un activo comercio de contrabando entre los países que continuaban permitiendo la existencia de la esclavitud. No obstante, la sangría africana remitió considerablemente y, en todo caso, el problema se planteó con aquellos esclavos liberados que volvían a África. Gran Bretaña intentó repatriarlos a Sierra Leona, donde no fueron bien recibidos.

En los Estados Unidos, la American Colonization Society, encargada de repatriar a África a los esclavos liberados, compró en 1821 un trozo de territorio al que llamó Liberia y fundó la ciudad de Monrovia -en honor del presidente Monroe- donde instaló a millares de ellos.Todavía en 1800, casi todo el norte del continente, excepto la zona occidental de Maghreb se hallaba bajo el dominio del imperio otomano. Sin embargo, tanto Egipto, como Tripolitania, Túnez y Argel tendían cada vez más hacia la autonomía interna, escapando al control del sultán. Pero esa tendencia coincide con el interés de la potencias europeas por extender su influencia por aquella zona del continente. Unos incidentes entre el cónsul de Francia y el bey de Argel en 1827 llevaron a la Monarquía de Carlos X a enviar una expedición que tomó aquel territorio en julio de 1830. A partir de esos momentos Francia continuaría una política de expansión en el norte de África.Uno de los países africanos que evolucionó más rápidamente durante este periodo fue Egipto. La expedición de Napoleón permitió, no sólo un estudio científico de su historia, su arte y su civilización, sino la renovación de los métodos de explotación de sus riquezas. Cuando se fueron los franceses, el poder no volvió al sultán ni a los ingleses, sino que recayó en el jefe de los mercenarios albaneses, Mohamed Alí. Este personaje emprendió una política de reformas, después de haberse desembarazado de los mamelucos a los que hizo masacrar en 1811.

Desarrolló los sistemas de regadíos e impulsó el cultivo del algodón y de la caña de azúcar. Con un ejército formado esencialmente por nativos egipcios intervino para someter a la rebelión griega en 1822, y a cambio de esa ayuda, reclamó del sultán el territorio de Siria.En el sur del continente africano, la presencia europea había venido determinada por la necesidad de tomar la ruta marítima del Cabo de Buena Esperanza para alcanzar los países asiáticos. Los comerciantes holandeses habían fundado la ciudad de El Cabo y habían traído campesinos, los boers, para que sirviesen los intereses de la Compañía de las Indias Orientales. Éstos, aunque eran protestantes, habían vivido en las provincias católicas de los Países Bajos y se consideraban autosuficientes para salir adelante sin mayor protección que la palabra de Dios transmitida a través de la Biblia y sólo interpretada por el padre de familia. De esa forma consiguieron emanciparse de la Compañía. Cuando se produjo la Revolución francesa y Holanda cayó en manos de la República, la Compañía pidió ayuda a Gran Bretaña, que aprovechó para tomar el control sobre la colonia de El Cabo. El Congreso de Viena declaró a los boers en 1815 súbditos de la Corona británica, con lo que éstos quedaban sometidos a una serie de restricciones impuestas por los ingleses. Ese mismo año se rebelaron, pero fueron sometidos y castigados a duras penas. Las tensiones anglo-boer obligarían a éstos a iniciar una emigración hacia los estados de Orange y Transvaal, en dirección al Norte, y serían el origen de serios conflictos que se prolongarían a lo largo de todo el siglo.

Asia es otro mundo que evoluciona lentamente en estos primeros treinta años del siglo XIX. Resulta curioso constatar aún la escasa bibliografía existente sobre la dinámica histórica de los territorios de este continente, como también del africano, en relación con la que existe cuando pasaron claramente a estar bajo la influencia europea. Por eso no parecen haber perdido vigencia las palabras del historiador francés Frédéric Mauro cuando concluía en 1968 que "África, Asia, y de manera distinta América, han tenido una vida propia que se ha burlado de Europa. Gigantes proteiformes, el activismo desordenado de los europeos molestaba sólo sus epidermis. ¿Quién trazará la, historia biológica, la historia profunda, la historia real de estas masas continentales? El conocimiento histórico que de ellas tenemos se parece al que teníamos del Mediterráneo antes de la tesis de Fernand Braudel. Que el término de nuestro libro sea una llamada a los jóvenes especialistas de ciencias sociales para que nos descubran estos continentes que Europa irritó antes de 1870 y en cuya carne sigue escarbando después de esta fecha".Irán, la antigua Persia, era el territorio situado más a occidente del continente asiático. Al comenzar el siglo XIX su primitivo poderío había entrado en crisis y rusos e ingleses lo codiciaban. Esa rivalidad de las grandes potencias salvaría a Persia de la colonización, aunque la colocaría bajo su influencia económica. En esos años, Persia tuvo que ceder a los rusos, después de dos desdichadas guerras, Georgia en 1813 (Tratado de Gulistán) y Armenia en 1828 (Tratado de Turkmanshai).

Sin embargo, Gran Bretaña iría ganando una importante influencia en la zona, lo que impediría que sucumbiese bajo el poderío ruso.Durante esta etapa, disfrutó del poder en Persia la dinastía de los Kadjars, creada en 1786 por un jefe de la tribu turca del mismo nombre. La estructura social estaba formada por un grupo de poderosos señores terratenientes que dominaban a la gran masa de campesinos. La clase de los mollahs constituía un auténtico clero con gran influencia y poder.En la India, a comienzos del siglo XIX, los ingleses iniciaron una política expansionista alentada por Wellesley y llevaron a cabo una toma de posiciones frente a otros imperialismos vecinos. El hermano mayor del futuro duque de Wellington llegó a la India en 1789, cuando tenía treinta y siete años, decidido a conquistar la India frente a las controversias y los temores que suscitaba la empresa en Gran Bretaña. Derrotó a Tippou Sahib, que había buscado la alianza con los franceses, y se apoderó de la fortaleza de Seringapatan el 4 de mayo de 1799. Como consecuencia de esta conquista, parte de Maïsour, en el sur de la India, fue entregada a un príncipe hindú aliado. Estos hechos coincidían con la derrota de Napoleón en San Juan de Acre y marcaban el predominio de los ingleses sobre los franceses en aquellos territorios. El sur de la India quedaba sometido al control británico mediante una serie de tratados con los príncipes indios, convertidos desde entonces en protegidos o en vasallos.

Wellesley intervino también en el norte mediante el ofrecimiento de tropas al soberano de Aoudh para ayudarle ante una posible agresión afghana. Estas tropas fueron utilizadas más tarde para obligar a aquel príncipe a firmar un tratado en el que todas las ventajas las obtenía la East India Company, la cual pasó a dominar la región más rica de la cuenca del río Ganges en detrimento de la situación de los campesinos que habitaban aquella región, que vieron aumentar rápidamente sus impuestos. La rivalidad entre los aspirantes a convertirse en peshva -jefe- de la gran confederación Marhata, que abarcaba todo el centro de la península, facilitó la intervención de los británicos, quienes mediante el tratado de Bassein (31 de diciembre de 1802), consiguieron que el nuevo peshva, Baji Rao, aceptase su tutela. Aquel tratado fue muy importante porque extendió el control de Inglaterra sobre la India a todos los territorios al oeste del Dekkan.Wellesley tuvo que hacer frente a una rebelión de los marathas que no aceptaron el tratado de Bassein y después de una brillante campaña, consolidó el dominio británico sobre estos territorios mediante los tratados de Deogaon (17 de diciembre, 1803) y de Arjangaon (30 de diciembre, 1803).Sin embargo, a pesar de todas estas victoriosas campañas, los ingleses no podían considerarse invulnerables a causa de las enormes distancias y de la dificultad de las comunicaciones entre los distintos territorios de aquel enorme subcontinente.

Por otra parte, la política de Wellesley había sido extraordinariamente costosa y las deudas de la Compañía se doblaron entre 1797 y 1806. Castlereagh, encargado de los asuntos de la India durante el gobierno de Addington, acusó a Wellesley de haber actuado a espaldas del Parlamento y los directivos de la Compañía se quejaban de que aquel imperio era "demasiado grande para una gestión rentable".De todas formas, después de la etapa napoleónica, el dominio británico sobre aquellos territorios no tenía rival. Sólo permanecían independientes, Cachemira, Sindh y el Punjab. A partir de 1813 se inició un proceso de nacionalización de la Compañía, que terminaría siendo completamente absorbida por el Estado. La presencia británica en la India hizo gala -según Pierre Meile- de un exquisito respeto por las costumbres y la etiqueta de los príncipes y por una gran lealtad a los pactos firmados con ellos. Hasta 1823, el gobernador general británico siguió postrándose ante el soberano de Delhi y tocándole los pies, de acuerdo con un viejo ceremonial del imperio mogol. De hecho, los colonizadores británicos asumieron su misión como un apostolado: trataron de educar a los indios según los principios occidentales, les enseñaron inglés, intentaron desterrar sus supersticiones y los usos sociales inconvenientes y los iniciaron en el cristianismo. En fin, a partir de 1815 llevaron a cabo una labor de britanización de los indígenas que les permitió contar con los hindúes -no con los musulmanes de los que no se fiaban- como auxiliares de su administración.

A lo largo de este periodo, también la región de Indochina evolucionaba lentamente. Los ingleses extendieron su influencia por Birmania y por Malasia, y Francia lo hizo en Cochinchina y en Cambodia. La Indochina occidental se hallaba dominada por Siam y por Vietnam, y éste, a su vez, estaba dividido en dos estados cuyas respectivas capitales eran Hanoi y Hué. Aquí fue donde la acción pacífica de Pigneau de Behaine permitió a los franceses adquirir una posición privilegiada, gracias a la ayuda que éste prestó al emperador Gia-long (1775-1820) y que se ampliaría en tiempos de Napoleón III.China se hallaba en estos momentos cerrada a Occidente. Entre 1796 y 1820 gobernó el emperador Yung-yen, bajo la divisa de Chia-ch´ing, y desde 1821 hasta 1850, lo hizo el emperador Ming-ning, bajo la divisa Tao-kuang. Ambos han sido calificados como monarcas hábiles y astutos, bajo cuyo poder la China aumentó en 100.000.000 de habitantes, alcanzando la cifra total de algo más de 401.000.000. En 1796 el Imperio chino se extendía por toda la Mongolia y por la Siberia oriental, y el Sinkiang, una parte de Turkestán, Pamir, el Tibet y Tonkin continuaban pagando una especie de tributo al emperador. Era un inmenso territorio carente de comunicaciones, lo que favorecía una gran autonomía de la administración. Los ingleses, cuya presencia en aquellos territorios era mayor que la de cualquier otra potencia europea, se hallaban por aquellos momentos intentando acrecentar su comercio industrial con China, pero una expedición encabezada por William Pitt en 1816 para lograr este propósito tropezó con serias dificultades.

Ya por entonces Gran Bretaña, a través de la Compañía de las Indias Orientales establecida en Cantón desde 1786, exportaba a China estaño, plomo y telas de algodón y de lana, mientras que las importaciones consistían fundamentalmente en té, en tal cantidad que en el año 1800 alcanzaron la cifra de 3.665.000 libras esterlinas. Un producto que la Compañía de las Indias Orientales exportaba a China desde sus factorías en la India para usos medicinales era el opio. Pero a lo largo del siglo XVIII se fue generalizando su consumo, de tal manera que las exportaciones se multiplicaron por veinte a finales de dicha centuria. A pesar de los decretos que se emitieron para prohibir el tráfico de opio, a comienzos del siglo XIX continuó aumentando en virtud de un comercio de contrabando en el que se implicaron muchos funcionarios. La balanza comercial, que hasta entonces había sido favorable a China, comenzó a ser deficitaria a causa del constante incremento en las compras de opio. Se estima que en 1835 había en China 35.000.000 de fumadores de opio, lo cual constituía un grave peligro para la integridad de la salud de aquel pueblo. Sin embargo, lo que resultaba aún más grave era la corrupción a la que daba lugar el tráfico de aquel producto. En la Corte se enfrentaron tres actitudes frente a este problema: una primera se mostraba favorable a una prohibición total, otra abogaba por la autorización de su comercio, y una tercera era partidaria del mantenimiento de la situación, es decir, prohibición oficial con cierta permisividad para el tráfico clandestino.

El triunfo de la senda de estas corrientes desencadenaría años más tarde la llamada Guerra del opio que dio lugar al triunfo de los ingleses, quienes por el tratado de Nankin de 1842 obtuvieron importantes ventajas en China.En cuanto al Japón, siguió una trayectoria análoga a la de China, aunque sabría aprovecharse mejor que este país de los contactos con Occidente. El sistema feudal existente en el Japón se basaba en la existencia de una clase de grandes señores que dominaban el mundo rural, los daymio, que se hallaban rodeados de los samurais en mayor o menor número. En las ciudades se registró por esta época la aparición de una burguesía comerciante cuyo papel fue cobrando importancia con el paso de los años, a medida que las naciones occidentales más industrializadas trataban de buscar vías de penetración para sus productos en los mercados orientales. El régimen de una economía burguesa se mostraba cada vez más hostil al tradicional régimen feudal, de tal manera que muchos campesinos que quisieron adaptarse a una economía de intercambios mediante el recurso a los préstamos por falta de capital, se vieron abocados a la ruina, con lo que cayeron en una situación de miseria que los empujó a la insurrección. En 1792, Rusia había enviado una expedición confues comerciales que fracasó. En 1808, un barco inglés que perseguía a uno holandés se vio obligado a entrar en el puerto de Nagasaki. Ante la presencia, cada vez más frecuente, de navíos de otros países y para evitar posibles agresiones, el Bakufu, o gobierno central, promulgó en 1825 un decreto por el que se prohibía a los barcos extranjeros que se acercasen a la costa japonesa. No obstante, no pasaría mucho tiempo antes de que el Japón comenzase a abrirse a los países occidentales con lo que se iniciaría un periodo de profundas transformaciones.

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