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Siria

Desarrollo


El interés por la arqueología y el arte de la antigua Siria tienen una historia reciente, dado que hasta nuestro siglo únicamente había interesado aquello que tuviese relación con Mesopotamia o con la Tierra Prometida. Fue en 1908 cuando D. G. Hogarth y C.L. Woolley reemprendieron en lo que hoy es frontera sirio-turca las excavaciones iniciadas en 1878 en Djerablus, en clave de la antigua Karkemish, ciudad de agitada trayectoria histórica, capital que fue de un reino sirio-hitita. Años después, en 1911, M. F. von Oppenheim excavaba en una primera fase -habría otra en 1929- los restos de Tell Halaf, en la mencionada frontera sirio-turca, obteniendo interesantes restos arqueo lógicos. Tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se reanudaron los trabajos de campo que habían quedado interrumpidos por tal acontecimiento. C. Schaeffer y G. Chenet en 1928 excavaron Ugarit (hoy Ras-Shamra) y su puerto, Minet el-Beida, que a lo largo de las numerosas campañas arqueológicas proporcionaron riquísimos materiales para la Historia de Siria y de la humanidad. Por aquellos mismos años F. Thureau-Dangin realizaba catas y prospecciones superficiales en Arslan Tash (Khadatu) al norte del país, y también, con la ayuda de M. Dunand, en Tell Ahmar (Til Barsip), capital del reino arameo de Bit Adini. Por su parte, A. Parrot, en 1939 inició excavaciones en Tell Hariri, en cuyas ruinas, que resultaron corresponder a la renombrada ciudad de Mari, se había encontrado accidentalmente una estatua de factura sumeria.

Dicho investigador trabajó en ella hasta 1975, consagrándole todos sus meritorios esfuerzos, que se vieron recompensados, por otro lado, con abundantes materiales. C. L. Woolley, el arqueólogo de la famosísima Ur, daba en 1937 con Alalakh (Tell Açana) en Turquía, centro que culturalmente en el pasado había pertenecido al ámbito paleosirio. Nuevamente, la Segunda gran guerra (1939-1945) motivó la interrupción de las excavaciones arqueológicas en todo el Próximo Oriente, que se reemprendieron, sin embargo, nada más finalizar la contienda. La novedad metodológica estribaba en que junto a los expertos de nombre y formación occidental, comenzaron también a trabajar científicos autóctonos, aunque seguían siendo los arqueólogos y estudiosos extranjeros quienes marcaban las pautas. En 1955, A. Moortgat excavó Tell Chuera, al tiempo que uno de sus colaboradores, B. Hrouda, se encargaba de levantar la carta arqueológica de Siria. En 1959 aparecieron las Memorias de las excavaciones polacas que K. Michalowsky había practicado en Palmira, ciudad ocupada por los arameos en el siglo XI a. C. y de gran importancia en época romana. Sería, sin embargo, en 1964, cuando se produjeron los más sorprendentes hallazgos arqueológicos de la Siria de todas las épocas. Un equipo de la Universidad de Roma, dirigido por P. Matthiae, que se había centrado en Tell Mardikh (punto que ya había causado en 1935 la admiración del inglés H. Ingholt), lograba rescatar para la Historia la tan buscada Ebla.

Los hallazgos no se hicieron esperar, confirmando así la importancia que tal ciudad había tenido en el tercer milenio precristiano. En 1967 el proyecto sirio del lago Assad motivó un plan internacional de excavaciones arqueológicas para salvaguardar los restos de interés histórico de la zona del Eúfrates medio; fruto de tales esfuerzos fueron los sorprendentes hallazgos de Habuba Kebira-Tell Kannas, enclave urbano dependiente de la sumeria Uruk; de Gebel Aruda, con elementos protosumerios, de Emar (hoy Meskeneh), probablemente el mayor núcleo hitita de toda la zona, de Tell Hadidi, yacimiento de cultura mitannia, y de Tell Fray, ciudad que conoció luchas entre hititas y asirios.

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