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La orilla izquierda del Nilo situada frente a Tebas, hoy llana e intensamente cultivada, está orlada de restos de los grandiosos templos funerarios de las dinastías XVIII a XX, algunos de ellos -el Rameseum y Medinet Habu- tan descomunales como los de Karnak y Luxor. Para poner fin a los saqueos de sus tumbas, los faraones decidieron mantener a éstas apartadas y secretas, y construir sus templos funerarios alejados e independientes de ellas. Los repliegues de las Montañas Líbicas, que orlan el valle del Nilo por el oeste, les ofrecían buenos escondites, de modo que allí surgieron, desde Amenofis I, las necrópolis conocidas hoy como Biban el-Moluk, o Valle de los Reyes, Biban el-Harim, o Valle de las Reinas, y las demás ciudades funerarias de la comarca tebana. Al mismo tiempo, el pie de monte que daba al valle, con vistas a la ciudad de la otra ribera y a sus templos de Karnak y Luxor, se fue orlando de templos funerarios, primero de norte a sur, luego en sentido contrario, buscando los resquicios que los primeros constructores habían dejado. Así surgieron, en la primera etapa, los templos de Tutmés III, Amenofis Il, Ramsés II, Tutmés IV, Meneptah y Ramsés III, éste último una verdadera ciudad que, por estar bien fortificada, llegó a reemplazar como ciudad de Tebas a la Tebas antigua y esplendorosa. Entre las dinastías XVIII y XX el templo funerario del faraón está dedicado a Amón en primer lugar y de un modo secundario al faraón difunto, titular de una capilla aneja, situada siempre a un lado. La posición del sancta sanctorum en el eje central del templo no ofrece dudas acerca de quién es el titular del santuario, de modo que aun cuando éste reciba hoy el nombre de su constructor, hemos de tener presentes siempre a Amón en primer lugar, y a otros dioses, sobre todo Re-Horakhte, después.

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