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Datos principales


Rango

cultura XVIII

Desarrollo


Jean Jacques Rousseau (1712-1778) encarna las tendencias antirracionalistas aparecidas a mediados del siglo XVIII y la imposibilidad que encuentran algunos intelectuales de integrarse en la sociedad de su época. Unas y otras están en la base de su nueva filosofía que si, como algunos autores afirman, empezó por un mezquino asunto personal la trascendencia histórica posterior le daría matices de grandeza. Nacido en Ginebra de familia calvinista, abandonó ciudad y religión en 1741 para ir a París donde frecuentó los salones. La fama que le proporciona el Discurso sobre las ciencias y las artes (1750) no mejora sus relaciones con un ambiente que nunca entendió, por ello vuelve los ojos a su Ginebra natal, punto de referencia cuando habla de política, recobra la ciudadanía suiza, reingresa en el calvinismo y dedica su labor intelectual a crear un mundo desde la idea de que todo es perfecto cuando sale de las manos del Creador, incluso el hombre, pero la civilización lo corrompe. Es preciso volver a la naturaleza original humana que todos llevamos dentro y desde ella reconstruir la sociedad. En esa reconstrucción, expresada en el Discurso sobre la desigualdad (1775) y El contrato social (1762), Rousseau se aleja tanto del Antiguo Régimen como de las formulaciones de los filósofos. El hombre, nos dice, es un ser naturalmente asocial, pero no antisocial, por lo que los individuos pueden unirse voluntariamente para crear la sociedad y el Estado.

Ambos se constituyen con el respeto sacrosanto a dos principios: libertad e igualdad. Aquélla implica el mantenimiento de las voluntades personales aunque se sometan a una general superior expresada en las leyes a través de la decisión de la mayoría y la acción de los legisladores. La igualdad la entiende en un doble sentido: ante la ley y ante la riqueza, todos tienen algo y ninguno demasiado, lo que no es sino una formulación de las ambiciones del Tercer Estado, de la pequeña burguesía en la que encuentra eco. Esta nueva sociedad y este nuevo Estado necesitan para apuntalarse un principio vital común: una fe cívica, de contenidos cívicos exclusivamente, cuya creencia es obligada bajo pena de ser condenado incluso a muerte por antisocial. Llegados a este punto, nos parece que Rousseau, como el resto de los ilustrados, contribuyó a sustituir el mito religioso del hombre no por su conocimiento científico, como decían, sino por otro mito secularizado pero tan lleno de afirmaciones especulativas como el cristiano. Lo cual no desmerece en nada sus aportaciones. Con La nueva Heloísa y El Emilio, Rousseau sella su separación de los filósofos, plantea la educación sobre nuevas bases e introduce en el pensamiento europeo una nueva actitud hacia el yo, Dios y la Naturaleza. En las postrimerías del siglo XVIII nos aparece la figura y la obra de Emmanuel Kant (1724-1804), filósofo alemán que marca el fin de una época y el comienzo de otra. Introduce serenidad en las actitudes emocionales, perfecciona ideas que podían haber sido efímeras, sintetiza los principios antagónicos del siglo: racionalismo y empirismo; culmina, en fin, cientos de años de filosofía conciliando principios básicos como los de causa/efecto, tiempo/espacio.

Entre sus obras señalaremos: Crítica de la Razón Pura (1781) y Crítica de la Razón Práctica (1788). Kant centra su labor intelectual en encontrar las condiciones del verdadero conocimiento y las reglas de la recta actuación. Su filosofía no es trascendente, pues le interesa estudiar la mente humana en su relación con la realidad, pero sí es trascendental. En el terreno de las ideas políticas y sociales, pese a no creer en la bondad natural del hombre, sigue a Rousseau. Como él, Kant piensa que el hombre debe de actuar sujeto a una norma abstracta que no es de nadie, pero que obliga a todos y que le eleva sobre su inclinación natural. A esa norma la llama el imperativo categórico: Actúa solamente ateniéndote a esa máxima que querrías que fuera una ley universal. También toma del ginebrino la idea de contrato social, pero la convierte en principio político normativo y encarnación del ideal de vida pública. Por algo se le conoce como el filósofo alemán de la Revolución Francesa.

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